Aunque mucho se habla y se escribe de lo que debiera constituir el proyecto y la experiencia del socialismo en el siglo XXI, se mantiene -con obstinada vigencia- la vieja creencia inducida por los sectores capitalistas de que las estructuras y las relaciones económicas y sus efectos perniciosos podrían aminorarse, suavizarse o, sencillamente, humanizarse con un poco de voluntad política. Esta creencia, aparentemente aceptada por todos, al mismo tiempo que está dirigida a mejorar los aspectos productivos propiamente dichos y el desarrollo económico en sí, supone saldar la prolongada deuda social adquirida con los generadores de riquezas, esto es, con la inmensa mayoría trabajadora. Obviamente, quienes son pasto de este efecto propagandístico al referirse al socialismo, tienen en cuenta las deficiencias democráticas habidas en la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), las cuales no marcharon al unísono con su alto desarrollo tecnológico, científico y militar, quedando en entredicho los logros económicos alcanzados. Esto hace que muchos oteen el horizonte con los mismos argumentos utilizados por los apologistas del capitalismo, en una especie de resignación aprendida, aun cuando dicho sistema esté dando muestras claras de estar padeciendo, esta vez de modo más marcado y, quizás, definitivo, una crisis estructural.
Semejante visión reformista pasa por alto lo que es intrínsecamente inherente al capitalismo, esto es, la división y la lucha de clases existente durante siglos en la sociedad regida por dicho sistema. De ahí que cualquier noción de socialismo revolucionario tiene que enfrentar, forzosamente, este conflicto. Esto obliga a plantearse, desde todos los ángulos posibles, una producción teórica que dé cuenta de lo que es el capitalismo en el presente siglo para programarse, en primer lugar, su deslegitimación y, posteriormente, su total extinción. Para ello se precisa de unas herramientas similares a las utilizadas por los ideólogos revolucionarios socialistas del pasado, cuyos aportes sustentan parte de la propuesta actual del socialismo en el siglo XXI, el cual no puede soslayar (así se hable de cristianismo, de bolivarianismo o nada más de humanismo para diferenciarlo del llamado socialismo real implantado en la URSS) este legado y esta realidad contradictoria, por mucho que se quiera negarla. Mientras no sea aceptado como algo necesario, nunca podrá edificarse con solidez y posibilidades tal propuesta.
Por lo tanto, cualquier hibridación capitalista-socialista que se esboce, hasta la mejor intencionada, engendrará en su seno agudas contradicciones que la harán improbable, haciendo de ella un mero maquillaje del capitalismo. No obstante lo hecho a su favor en China y, ahora, en Vietnam, no existe todavía, de modo satisfactorio y contundente, una producción capitalista y una distribución socialista ejemplares. Según lo expresado por Agustín Calzadilla, sin “una verdadera revolución cultural y la subversión ideológica del sistema de valores capitalistas no podremos conquistar el socialismo, permaneceremos en el estrecho marco reformista, subordinados al capital”. Es requisito indispensable, por tanto, una ruptura radical con el modo de ser capitalista. No es, como algunos lo siguen creyendo (y algunos temiendo), decretar la estatificación de la economía, ni la justa distribución del producto social, al estilo populista. Se trata de crear un nuevo orden social, político y económico de signo distinto, orientado por los ideales de solidaridad, bien común, democracia consejista, igualdad, libertad, justicia y moral republicano, escenarios o conceptos prácticamente inexistentes en la sociedad actual.
“En la medida en que el proletariado acoja en su seno -al decir de Engels, en su obra Situación de la Clase Obrera en Inglaterra (1844)- elementos socialistas y comunistas, justamente en esa medida, la revolución ahorrará sangre, venganza y furor”. Esto es perfectamente aplicable a la presente situación mundial cuando los pueblos han comprendido que el capitalismo les roba su dignidad, su paz y sus libertades democráticas, lo cual podría ser la primera avanzadilla de ese nuevo socialismo revolucionario que se busca construir, pero sin una visión reformista que lo haga inviable y lo despoje de verdadero contenido revolucionario y popular.-