Que Stalin haya hecho lo que hizo o Maduro sea lo que es y uno de ellos se distancie, no justifica cambiar de opinión frente la conducta del imperialismo y menos ver a sus agentes amenazando la soberanía de nuestros pueblos sin sentirse ofendido y agredido. Más cuando se tiene tanta jerarquía, como para el nombre sea o haya sido una bandera. Desde ayer me ronda la cabeza, como solemos decir los venezolanos, la figura de Pepe Mujica. Sobre por todo por ver a Rafael Correa presentarse en Caracas como observador del proceso electoral, en una manera de solidarizarse con el derecho de los venezolanos a decidir su destino en paz y sin injerencia de poderes extraños. Y es más, a Luis Rodríguez Zapatero, un hombre del PSOE, sin historial antiimperialista como Pepe Mujica, abogando por el diálogo que evite un conflicto fratricida en el cual sólo poderes externos saldrían favorecidos. Esta nota justifica lo que sigue escrito en agosto del 2017.
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Silencio de Pepe Mujica, amenazas de Trump, o viejos robles mueren de pie
Supe de Pepe Mujica sólo cuando el "Frente Amplio" le lanzó de candidato para sustituir a Tabaré Vásquez. Luego iniciándose de presidente escribí cosas que están en este trabajo, donde le califiqué de evasivo y escurridizo.
Luego, por los avatares aquellos en los que Chávez apareció como un gran líder latinoamericano, Mujica se vio precisado a hacer un discurso menos confuso. Comparto con él algunas cosas como que el proceso de cambio en nuestros espacios no es tan expedito para llegar hasta el cielo en corto o mediano plazo, como algunos sueñan, pero no parece dignificante que calle cuando Trump amenaza a Venezuela y un conjunto de países y gobiernos, como el de su compañero Tabaré, se prestan para cercar a Venezuela y pisotear su soberanía que va más allá de Maduro. No parece honorable, por decir lo menos, que el presidente Uruguayo confiese que votó en Mercosur para sancionar a Venezuela por temor que a su gobierno lo castiguen con medidas económicas.
Pero uno siempre ha esperado de Tabaré cualquier cosa. Pese lo que reproduciré, escrito en el 2010, nuestra opinión cambio un poco a favor de Mujica porque empezó un discurso más realista y dejó en parte, por un tiempo breve, su empeño de hablarle a sus fantasmas. Pero ahora, su silencio ante la descarada amenaza de Trump y la deleznable excusa de Tabaré, lo que tiene antecedentes en otros hechos, nos lleva al Mujica que empezamos a conocer por aquel entonces.
Entre Carlos Andrés Pérez y Pepe Mujica, presidente de Uruguay, al parecer hay pocas cosas en común, porque es obvio que no se puede hablar de nada.
Pero al primero, le fascinaba usar la expresión de este trabajo (Ni lo uno ni otro sino todo lo contrario), como recurso evasivo ante cualquier asedio reporteril. El segundo, distrae y se distrae, hablando con lenguaje hermético, hasta esotérico para eludir las confrontaciones.
Cuando Mujica habla, uno no sabe a ciencia cierta si lo hace un jefe de Estado proveniente de la izquierda que en el pasado reciente asumió, como muchos en América Latina, el iluso sueño de la lucha armada, por aquello audaz de asaltar el cielo, o se trata de intelectual, ensayista, novelista o en fin poeta, haciendo lo que le corresponde, incluyendo el cuidado preciosista de las formas. A veces deja la sensación que hablase con sombras o fantasmas, figuras difusas que le atormentan.
El antecesor de Mujica, Tabaré Vásquez, de quien uno esperaba no un discurso incendiario o extremista, que no es de nuestro gusto, pero lo suficientemente firme y elocuente en la denuncia contra las políticas de sojuzgamiento e intromisión externa en los problemas de nuestro continente y, que al propio Uruguay sometieron a férreas dictaduras , optó por pasar agachado, como se dice en el lenguaje coloquial venezolano, cuando alguien quiere que nadie note su presencia. Prefirió el rol no indiscreto, nada peligroso, pero odioso, de hombres callados frente a la injusticia y los abusos; aquellos que ven, callan y otorgan.
Aquel mandatario uruguayo, casi mantuvo un silencio lapidario frente al proceder del sistema global e individualidades que, en gran medida, han dado motivos a las duras y sacrificadas luchas de la izquierda.
Mujica, líder de un movimiento un tanto insatisfecho con quien en representación del "Frente Amplio" ejercía la presidencia, durante su campaña, sin que nada moralmente aceptable lo obligase a ello, puso empeño en advertir que sus ejecutorias nunca estarían ligadas a las de Chávez, pero sí a las de Lula. Repitió sistemáticamente la misma cantaleta que antes, en Salvador, había interpretado Mauricio Funes. De esa manera ambos, uno no sabe bien por qué, se prestaron al doble juego sin "querer queriendo", como dijese "El Chavo", de intentar descalificar al presidente venezolano y contribuír con la estrategia de distanciar a éste del brasileño y viceversa.
Pero sólo en las oportunidades que entonó esa canción, Pepe Mujica fue claro y categórico. El resto del tiempo se la pasa discurseando al vacío, hablando de manera grandilocuente, sin objetivo definido. Su oratoria a ciencia cierta no se sabe a quién está dirigida. Es un ejercicio cuya direccionalidad pareciera estar fundada en aquello que decían en mi pueblo, "cáigale a quién le caiga" o "quien quiera se la tome para él"; como en la vieja canción de Billo Frómeta, Mujica dirá "yo sólo digo lo que sé" o lo que me conviene, agregaría uno.
En la oportunidad de asumir la presidencia de Uruguay, en ese estilo en desuso de hablar para no comprometerse y que cada quien le interprete como le venga en gana, cual si estuviese escribiendo poesía inescrutable, en un mundo tan definido y en el cual él mismo, en el pasado, estuvo definido, habló de colaboracionismo de clases para el diseño de políticas para su país, pero lo hizo diciendo evasivamente que "unos tienen las tuercas y otros los tornillos". Estudiadamente pasó por alto advertir quién o quiénes tendrían el control de las llaves.
Es una permanente actitud y estilo oratorio de dársela de vivo, demasiado inteligente y hasta excesivamente culto, que no se aviene, aunque crea lo contrario, con los intereses que se pensó representaba el presidente de la banda oriental.
Ahora mismo, en la reunión de Mercosur, se lanzó con una perorata insustancial, con la boca siempre llena de palabras escogidas y frases reelaboradas, de hablar sin decir nada y de paso esperando el aplauso entusiasta de los escuchas.
Premiado por una sonrisa de satisfacción y hasta triunfalista de Sebastián Piñera, presidente de Chile y expresión de la ultraderecha latinoamericana, se lamentó que hubiesen unos "apresurados cuando hemos avanzado mucho", en aparente alusión a los presidentes Chávez y Evo Morales, sobre todo a éste, quién criticó el modelo capitalista y denunció su ineficacia en nuestro continente.
Piñera, llegado su turno fue coherente y nada evasivo. Llamó que imitásemos a la vieja Europa de la post guerra, es decir, reconstruir el capitalismo, sólo que, aparte de lo que dijo Evo, olvidó que los gringos no nos ofrecen un plan Marshall. Pero preferí su discurso al insustancial y ampuloso de Mujica.
Por todo esto, a nosotros no nos sorprende la falta de hidalguía puesta de bulto por Tabaré Vásquez, quien admite se deja chantajear, mientras los humildes pueblos de CARICOM han reaccionado ante lo mismo con excesiva dignidad. Menos el silencio sepulcral de Pepe Mujica, quien se regodea y consuela con los reconocimientos de hombre digno, sabio y sensato que de él hacen los grandes gobiernos y entes del capitalismo mundial. Bolívar murió sólo, hasta sin reconocimiento alguno, pero como un viejo roble, enhiesto.