Cuando López Obrador se niega ante un periodista a admitir que Maduro es dictador, estoy terminando de armar un libro que habla de lo mesiánico en el venezolano, ese sentirse como llamado a la grandeza que prevalece en mucho de nosotros y como ese mismo sentimiento pareciera contradecir, por lo de individualismo que implica, lo participativo y protagónico, como derechos y deberes de los venezolanos todos.
En verdad, si juzgamos al presidente Maduro desde la óptica tradicional de la democracia representativa, esa estampada en lo constitucional mexicano, el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y lo que es tradicional en la oposición venezolana, Maduro nada tiene de dictador. Es más, si se le compara con Betancourt, tomando en cuenta las vicisitudes que ambos confrontaron como presidentes, me refiero a la actitud de quienes se le opusieron, la lucha armada, urbana y rural contra el adeco y las distintas manifestaciones violentas, guarimbas y tantas formas en el área urbana, contrarias a Maduro, al momento de juzgar éste resultaría calificado por mucho democráticamente tolerante y hasta respetuoso de las normas democráticas con respecto al primero.
Las calificaciones contrarias al talante democrático, juzgando desde la perspectiva tradicional, como ya hemos dicho, o lo que es lo mismo desde la óptica burguesa, del presidente Maduro, básicamente se fundamentan en la relativo a la Asamblea Nacional y la Asamblea Nacional Constituyente. Se elude, el que aquella entró en desacato y esta, prevista en nuestra Carta Magna, resultó de una consulta electoral perfectamente legítima a la cual la oposición no asistió por voluntad propia y alegando razones sin fundamentos legales.
Salvo esa circunstancia, el impasse entre AN y ANC, la conducta del gobierno nacional, en lo relativo al derecho de las gentes, en casi nada, por no pecar de exceso, difiere de la de un gobierno tradicional de la democracia burguesa. En Venezuela, esto es absolutamente cierto, los partidos y demás instituciones tienen tantas libertades y limitaciones como cuando aquí gobernaban AD y COPEI. La orfandad opositora, es culpa de sus propios errores y la imposibilidad que se ha impuesto dentro de ella, para ponerse de acuerdo en algo sustancial. Su estado de coma no tiene nada que ver con la conducta del gobierno, que hace lo que le está permitido, sino es el resultado de las graves contradicciones que ella encierra que, a nuestro parecer, son más hondas de lo que cualquier observador pudiera percibir. Esto mismo acaba de afirmar la figura descollante de Datanálisis, Luis Vicente León.
Por eso, Manuel Andrés López Obrador, bien enterado y nada o poco sujeto a los mandatos de EEUU, no cayó en el juego del periodista, que obedece a una línea editorial y hasta pudiera juzgar sin conocimiento de causa, porque eso no sería nada extraño y se negó a admitir la validez de aquel calificativo de dictador" endilgado a Maduro.
Bolsonaro, el recientemente electo presidente de Brasil, acaba de decir que sus compatriotas no saben de dictadura. Quiso decir con aquello, que la dictadura más reciente que padeció el pueblo brasileño no es nada en comparación con lo que pudiera sucederle si gobernase de nuevo Lula. Usa una mentira, un supuesto, para negar lo que fue una realidad. Así mismo, aquí se habla de una dictadura para ocultar esa que impone el mercado capitalista a los venezolanos y hasta al gobierno mismo, de manera que el producto del trabajo de los ciudadanos se va completo a las manos de empresarios y especuladores. Y esto sucede, porque el gobierno gerencia de manera timorata, lo que no es inherente a una dictadura y permite que ellos impongan sus reglas. Es timorato a la hora de combatir la corrupción y la especulación, como lo es para diseñar políticas que activen la economía, lo que contrarresta el carácter de autoritario inherente a las dictaduras. Si hacemos un calificativo de la Venezuela de ahorita, uno no exageraría si dice que estamos en un país donde impera la ley de la selva, donde cada quién hace lo que le parece y el más débil termina siendo la víctima propiciatoria. Donde los policías protegen a especuladores y hasta estimulan a la gente a "comerse" las luces de los semáforos. Ese no es el cuadro de una dictadura.
Y eso sucede en un país donde la constitución habla de lo participativo y protagónico que de por sí contradice en la teoría toda intención autoritaria y dictatorial. Lo representativo, aquel donde el elector cede su poder al elegido está más cerca de lo autoritario y dictatorial y es ese principio el fundamental de la democracia burguesa. Pero en la práctica sucede que los principios esos de la Carta Magna vigente desde 1999, no funcionan. Por ejemplo, no disponemos a elegir unos funcionarios inherentes a la democracia vieja, los concejales, que en teoría asumen responsabilidades y derechos de las comunidades o comunas.
La oposición no reclama al gobierno promueva el ejercicio de lo democrático y protagónico, que los ciudadanos posean mecanismos para ejercerlos y no habiéndolos, tampoco lo denuncia como una falla o ausencia de democracia. Tampoco denuncia que empresarios y comerciantes impongan unilateralmente "sus leyes" en el mercado sin respetar la menor norma moral, lo que no equivale que tengan que distribuir su producción por debajo de los costos y sin esperar los debidas y naturales beneficios. Para ella y quienes les respaldan o hasta ingenuamente repiten sus alegatos, lo democrático está sujeto a la solución del impasse, de acuerdo a sus expectativas, entre AN y ANC. Tampoco reclama la oposición, sin dejar de destacar las responsabilidades gubernamentales en el manejo de la política económica, la incompetencia de éste, al momento de implementar medidas. Si algo se cuida la oposición venezolana, revisemos los diarios de todos estos años, es de formular alguna política destinada a corregir las deficiencias o errores en la economía. No lo hace porque se cuida que el público o pueblo de Venezuela descubra sus ofertas o remedios que son los mismos aquellos que desencadenaron el "Caracazo".
Si algo antidemocrático hay en Venezuela, es la conducta del gobierno, nada ajena a lo tradicional representativo de la vieja democracia venezolana, donde siempre se ha procurado mantener al pueblo y sus vanguardias bien lejos de los sitios de comandos, donde se elaboran las políticas y se vela porque ellas se cumplan. De las críticas que uno pudiera hacerle al gobierno de ahora es la relativa a cómo se parece a los viejos gobiernos del la IV República, en eso de dejar todo en manos de pequeños cúpulas.