La concepción de hombres-cosa-mercancía impuesta por el sistema capitalista fue algo que supo vislumbrar Carlos Marx en su obra maestra El Capital. La conquista, anexión y colonización de la vida por parte de los mercados, parafraseando al sociólogo, filósofo y ensayista polaco Zygmunt Bauman, es un hecho tan cierto y tan cotidiano como la luz del sol. Cuestión que no sorprende al común de la gente; sin que esta misma gente, además, sepa explicarse a cabalidad el cómo y el por qué ocurren las diferentes circunstancias que le afectan a diario.
En una sociedad que tiende cada día a ser más fragmentada y dispersa, en lo que configura un desarrollo social absolutamente negativo bajo el imperio de la lógica capitalista, esta concepción de hombres-cosa-mercancía (lo que incluye, obviamente, a las mujeres) consigue que la heterogeneidad cultural ceda paso, sin mucha resistencia, a una uniformidad inspirada en los rasgos que caracterizan a la sociedad de consumo estadounidense; lo cual, además, refuerza la concepción eurocentrista, gracias a la cual el mundo se divide entre pueblos salvajes y pueblos civilizados. De este modo, en un mundo subordinado a la lógica preeminente del capitalismo neoliberal, toda ética y toda moral opuesta a la explotación, la desigualdad y la discriminación de las personas estará sobrando, por lo que se procura exaltar la individualización de las mismas en vez de exaltar todo aquello que enaltezca el sentido de justicia social, de solidaridad, de apoyo mutuo y de comunidad.
Esta situación ha creado, en consecuencia, un nuevo tipo de sujeto. Uno que se adapta, a expensas de sí mismo, a las exigencias de rendimiento máximo del mercado capitalista; volviéndose prácticamente un esclavizado voluntario, a fin de encajar en el mundo competitivo de hoy. En su obra «La sociedad del cansancio», el profesor de estudios de filosofía y estudios culturales en la Universidad de las Artes de Berlín, Byung-Chul Han, revela que «el sujeto de rendimiento se abandona a la libertad obligada o a la libre obligación de maximizar el rendimiento. El exceso de trabajo y rendimiento se agudiza y se convierte en autoexplotación. Esta es mucho más eficaz que la explotación por otros, pues va acompañada de un sentimiento de libertad. El explotador es al mismo tiempo el explotado. Víctima y verdugo ya no pueden diferenciarse". En muchas personas insertas en este nuevo paradigma, afirma Byung-Chul Han, «la preocupación por la buena vida, que implica también una convivencia exitosa, cede progresivamente a una preocupación por la supervivencia».
La imposición de esta nueva realidad (absolutamente contrapuesta a los ideales democráticos que enarbolaran pueblos e individuos a lo largo de la historia) ha sido astutamente perfilada desde mediados del siglo pasado, sobre todo durante las dos últimas décadas del presente. Así, la socialización creada por el capitalismo neoliberal, gracias a las tecnologías que han «democratizado» la información y la comunicación en todo el orbe, tiene matices impersonales que tienden a expresarse y a multiplicarse en los demás ámbitos de la existencia humana. De este modo, se contribuye a fragmentar el espíritu gregario de personas y comunidades en función de la satisfacción egoísta de deseos y necesidades particulares. Esto, además, tiende a ampliarse a medida que mucha gente se convence a sí misma de hacer lo correcto, en un nuevo tipo de sociedad que Byung-Chul Han define como la sociedad neoliberal del rendimiento.
En ésta, como lo establece Han, «el imperativo neoliberal de la optimización personal sirve únicamente para el funcionamiento perfecto dentro del sistema. Bloqueos, debilidades y errores tienen que ser eliminados terapéuticamente con el fin de incrementar la eficiencia y el rendimiento. Todo se hace comparable y mensurable, y se somete a la lógica del mercado. En ningún caso, el cuidado de la vida buena impulsa a la optimización personal. Su necesidad es sólo el resultado de coacciones sistémicas, de la lógica del cuantificable éxito mercantil». Dicho en breves palabras: la autoexplotación total. Con ello, el régimen capitalista neoliberal se asegura de generar un mayor rendimiento de forma incesante de cada persona subordinada a su lógica, instalada «en un campo de trabajo en el que es al mismo tiempo víctima y verdugo. En cuanto sujeto que se ilumina y vigila a sí mismo, está aislado en un panóptico en el que es simultáneamente recluso y guardián. El sujeto en red, digitalizado, es un panóptico de sí mismo. Así, pues, se delega a cada uno la vigilancia».
Aparte de lo ya anteriormente referido, el mundo contempla actualmente sin mucho aspaviento cómo las minorías hegemónicas hacen gala de sus artilugios de manipulación masiva en función de sus propios intereses, tanto dentro como fuera de sus fronteras, haciéndole ver a muchos que todo ello se hace para lograr un bienestar colectivo seguro y sin complicaciones. Gracias a tales artilugios, pocas personas se conmueven ante la represión sufrida por algún sector social o pueblo a manos de policías o militares, evandiéndose de tal asunto con sólo admitir que nada de lo sucedido les afecta directamente o, sencillamente, que nada pasaría si todos nos comportáramos del modo «correcto», es decir, sin ir en contra del orden establecido. El error está en que semejantes personas no quieren (o no saben) advertir, precisamente, que su conducta responde al interés fundamental de estas minorías de perpetuar su hegemonía y, en consecuencia, alcanzar mejores resultados que sus antecesores de siglos anteriores: una libertad paradójica (prefigurada por Mussolini, Hitler y Stalin) y un dechado de autoexplotación, del cual no tengan conciencia y se sientan orgullosos quienes resulten ser sus víctimas, sean pueblos o individuos. -