Desde siempre, los reaccionarios han temido el auge de las luchas populares porque suponen -con toda certeza- que sus privilegios antisociales caerán, de uno u otro modo, por tierra. Este temor los impulsa a mantener a raya cualquier expresión de soberanía popular, ya sea por medio de la represión sistemática, la coacción o, simplemente, el asesinato selectivo de quienes consideran potencialmente subversivos o peligrosos; invocando para ello, la defensa del orden establecido y de la democracia en general, los cuales siempre confunden con sus propios intereses, ajenos -por supuesto- a los de la amplia mayoría dominada.
Para conseguir que todo siga sin modificación alguna, los reaccionarios se han valido del Estado (expresión evidente de la existencia de una lucha de clases amortiguada), así como del control de los grandes medios de información y de los vínculos que mantienen con las jerarquías eclesiásticas, militares, empresariales y sindicales, todo lo cual constituye un enramado de relaciones que sustenta su poder. Por ello, cualquier amenaza a su mundo, activa de inmediato los instrumentos legales y represivos a su alcance, sobre todo, al comprender que el ímpetu de las masas apunta a situaciones prerrevolucionarias que deslegitiman el orden instituido y resultan difíciles de contener.
Queda claro, en consecuencia, que los reaccionarios le temen a la audacia de los sectores populares al plantearse de manera decidida la conquista de aquellos derechos democráticos que forman parte del ceremonial político de las capas dominantes de la sociedad, repetidos sin convicción alguna en sus discursos habituales. De esta forma, conceptos como la democracia con ejercicio directo del pueblo, la autodeterminación frente al tutelaje extranjero, la defensa de la herencia cultural, la igualdad, la libertad, la alternabilidad en el poder, el pluralismo democrático, el derecho a la salud, a la educación, a la vivienda, al trabajo en condiciones de dignidad; cuestiones todas que son plasmadas en Constituciones y leyes que normalmente se convierten en letra muerta.
Aunque las masas no apunten exactamente a una revolución social, los mismos sectores reaccionarios terminan por inclinarlas a ello. Basta sólo un puñado decidido y consciente de hombres y de mujeres revolucionarios que haga posible, entonces, esta nueva situación, interpretándola con objetividad y con sentido de la oportunidad. Ello es lo que ha sucedido con el transcurso de la historia y seguirá sucediendo, ya que el principal defecto característico de los reaccionarios es no saber comprender dicha situación a tiempo y, menos, remediarla sin trauma alguno. De ahí que los reclamos simples de un grupo de campesinos para que se les dote de un pedazo de tierra que cultivar, de unos obreros por el derecho a la sindicalización y a una mayor remuneración económica, o de las comunidades por disponer de mejores y eficientes servicios públicos, se convierten en los detonantes de un estallido social con peculiaridades revolucionarias. Todo subraya el temor de los reaccionarios. Su impotencia y su derrota anticipada. Sin embargo, pueden revertirse al infiltrarse en las filas revolucionarias y hacerle creer a sus antiguos enemigos de clase que las cosas sí cambiaron. Ahora todo es armonía. Incluso, llegan al colmo de proclamar que la revolución hacía falta para que todo mejorara en función del bienestar colectivo. La desilusión y resentimiento de las masas, sin embargo, y de los mismos revolucionarios se producen al comprender que las estructuras del Estado, las relaciones de producción y el ejercicio del poder vuelven, paulatinamente, a favorecer a los reaccionarios.
No obstante, los reaccionarios siguen temiendo la correlación de fuerzas, actualmente a favor de los pueblos oprimidos. Y eso lo comparten a nivel mundial. Por ello buscan fórmulas comunes que se puedan aplicar indistintamente en cualquier nación. De igual manera habrá que proceder del lado de la revolución: "crear dos, tres, muchos Vietnam…" como lo sugiriera el Che Guevara hace décadas. Esto aumentaría el temor de los reaccionarios a grados superlativos y haría realidad la liberación definitiva de nuestros pueblos.-
HOMAR GARCÉS
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