La política venezolana de los últimos 20 años se ha convertido en el imperio de la trampa, el engaño, el fraude y la traición. Y no se trata de que en el pasado fue algo totalmente limpio y transparente, ni de que no sea parecida a la que se hace en otros países, incluso vecinos del nuestro. La lucha por el poder descubre las miserias humanas, desata las bajezas más grandes, hace surgir la animalidad que existen en el hombre, pero, al igual que ha ocurrido con las demás lacras sociales durante lo que llaman revolución bolivariana, la degeneración y depravación política, económica y social han alcanzado niveles sin precedentes en el último medio siglo.
Esta lamentable conducta, que en países como Colombia siempre ha sido el pan nuestro de cada día, ha sido desplegada por el gobierno chaveco y la oposición extremista de la Asamblea Nacional, dirigida por los despojos de la Mesa de la Unidad Democrática. Y no es algo que viene ocurriendo sólo desde 2015, sus inicios se remontan al mismo triunfo del presidente Chávez. Las votaciones para la Asamblea Constituyente de 1999 se realizaron con un mecanismo fraudulento bautizado como "el quino", con el cual se acabó totalmente con la proporcionalidad electoral, favoreciendo al gobierno con casi el 100 por ciento de los diputados constituyentes.
Esta perversión fue permitida por una oposición destruida y podrida, que estaba imposibilitada para hacerlo. Sin embargo, recurrieron poco después a respuestas violentas, al margen de una Constitución que había sido legitimada por el sufragio universal, directo y secreto. En todas ellas fueron derrotados: huelga general de 2001, golpe de Estado de 2002, sabotaje petrolero y huelga general de 2002-2003 y abstención electoral en 2005. Se abandonó la política por el inmediatismo, por el atajo, lo cual requirió de forjar explicaciones pseudo legales justificativas, así como la de ir construyendo escenarios alejados de la realidad política.
Aparecen en escena explicaciones esotéricas sobre el fraude electoral permanente por parte del gobierno nacional, las cuales se internalizan en la conciencia de la población. El cable submarino que desde Cuba controlaba las máquinas electorales, el software escondido dentro de éstas que cambia los votos, el código QR del carnet de la patria capaz de hacer milagros asombrosos, millones de cubanos, chinos, iraníes, rusos y ahora turcos, cedulados como venezolanos. Todo era y sigue siendo válido a la hora de deslegitimar y tener argumentos para proceder en cualquier forma, incluso traicionando a la patria.
Desde el lado gubernamental, ante una realidad económica y política que terminó por arroparlos, también hicieron presencia obscuras y misteriosas explicaciones de lo que sucedía. Una página Web que controla el valor del dólar, una hiperinflación que no tiene nada que ver con la emisión de dinero inorgánico, expropiaciones que colocarían en manos de la clase obrera la producción, unas estadísticas ancladas en 2008, intentos de magnicidio por doquier, animales de distintas especies entrenados por terroristas para el sabotaje. Cualquier cosa ha sido lícita, incluso la traición a la patria, en la lucha contra quienes pretenden desplazarlos del poder.
El vandalismo de las guarimbas pasó a ser actividad libertadora; la represión desmedida gubernamental y las violaciones del debido proceso devinieron en respuestas legítimas contra terroristas desadaptados; las muertes ocurridas son siempre generadas en el bando propio. Arribamos a un contexto en el que no hay reglas y si las hubiere hay que violarlas. El proceder del gobierno con la Asamblea Nacional Constituyente y el TSJ claramente lo demuestra. Así también lo hace la actitud de la Asamblea Nacional y de la dirección opositora extremista. Pero sólo lo demuestran ante quienes aún tienen espacios mentales para el pensamiento objetivo, alejado del fanatismo.
Mientras sigamos entrampados entre estos dos sectores no vamos a salir adelante. Hace falta un cambio de conducta, que incluso convenza e incorpore, a parte de quienes hoy están decididos a destruir la patria en función de sus miserables intereses.