La voluntad de cambio

Al maestro, con afecto:

El socialismo se construye en un solo movimiento, de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo. La vanguardia juega un papel determinante; debe haber una vanguardia preparada y moralizada. El papel del Estado es importante, pero el objetivo de una revolución socialista no debe ser su fortalecimiento o expansión, su destino es diluirse en la sociedad organizada, en un poder popular que tenga como eje central para su acción la vida y la consciencia del deber social.

Cambiar los valores del poseer por el de ser. El objetivo principal de una revolución socialista es cambiar la espiritualidad de una sociedad acostumbrada a un egoísmo mezquino, a asumir como natural la existencia de una clase social propietaria que gobierna sobre otra, trabajadora y esclava de la primera; una sociedad consumista, derrochadora, que ambiciona el lujo y el lucro…, cambiar todo esto por una sociedad que se fundamente en la defensa de la vida y en la calidad de la vida de sus miembros, en la solidaridad y en el desarrollo pleno de la persona, en el trabajo creador y productivo, en el desarrollo de las ciencias y de las tecnologías necesarias para sostener la vida humana y el mundo que la hace posible, en el conocimiento artístico y el desarrollo de las artes. El gran problema del cambio es la resistencia a él, tanto en uno como afuera, en el otro y lo otro. Pero si no fuera así no sería una revolución.

Hacer una revolución es asumir que debemos cambiar todas las veces que sea necesario cambiar, es una movimiento haca la perfección de nuestra especie, así esto suene chocante a los oídos de muchos escépticos y fatalistas. El hecho de que la realidad nos indique que la tendencia social es contraria a estos principios no significa que el hombre no pueda superar el fatalismo y su propia autodestrucción.

Si hay algo que ha demostrado el humano en el tiempo es voluntad de superarse a sí mismo, de conquista, de buscar los imposibles y hacerlos posibles. El mundo del mito nos enseña acerca de la naturaleza última del hombre, de cómo nace el ave fénix de sus cenizas, de cómo es libre el espíritu de Sísifo en medio de su martirio trágico, de la rebeldía y tenacidad de Prometeo, que es el hombre hecho Dios. Cristo, quien nos enseñó con su ejemplo, con su evangelio terrenal, a amar al prójimo como a sí mismo. Bolívar es otro gran ejemplo de humanidad. La historia está llena de proezas humanas, así como acumula traiciones y mezquindades. Pero estas proezas también se acumulan en nuestra memoria colectiva; emergen, cada tanto en el tiempo, los héroes y liberadores, libertadores de pueblos, profetas, revolucionarios, grandes científicos, grandes poetas, constructores, visionarios; a veces renacen muchos a la vez, en un mismo tiempo y lugar; todo eso se acumula en nuestra memoria colectiva, se hace tradición humana que se puede y se debe rescatar para construir el futuro, es lo que importa.

La tradición no es regresar al pasado, la tradición es construir el futuro sin borrar lo conquistado, apoyándose en lo acumulado. Sin esa tradición mucho de los inventos más notables de los últimos dos o tres siglos no hubieran sido posibles: en la física, en las telecomunicaciones, informática, química, medicina ¿Qué diferencia puede haber en éstos con la política y con la vida humana en sociedad? También hemos avanzado en la política y en el derecho positivo. Los retrocesos que nos han llevado casi a la auto aniquilación, a guerras absurdas, a la máxima expresión del egoísmo y la mezquindad humanos, no nos muestran una fatalidad sino más bien nos dicen que podemos corregirnos y superarnos a nosotros mismos. En la historia está escrito todo, esta voluntad por perfeccionarnos como especie no la deseamos, tenemos certeza de ella.

¿Acaso no supo Marx de todos los intentos revolucionarios y de sus fracasos en Francia, en Alemania, en Inglaterra?, eso no lo detuvo a seguir luchando, ¿o Lenin de los avances y fracasos de Marx y los marxistas?; ¿acaso Bolívar no dijo que había arado en el mar?, esa consciencia fue su aprendizaje y parte de su legado. Pero eso no amilanó a Chávez para intentarlo otra vez después de doscientos años, o a Fidel, cincuenta años antes. Mao fue un visionario y un gran hombre, el que piense que fue un iluso poeta o solo un terco romántico se confunde sobre la voluntad humana por la perfección. Fidel fue un gran hombre y no creo que se haya engañado de la realidad, su revolución fue su legado y de ella estamos todavía aprendiendo, porque ella no fue nada más que una guerra y un Estado paternal y controlador, fue ejemplo moral y un educador incansable hasta su muerte, luchando frente a la marabunda de la realidad de Cuba, y de él todavía estamos aprendiendo. Y el Che, que como Cristo, su vida fue su propio evangelio. Nuestra realidad es dura y persistente, pero es humana, así como la hicimos posible y la alimentamos con nuestro desgano también la podemos cambiar con la fuerza de la voluntad humana. Tonto sería resignarnos a ser borregos hasta que nos sacrifiquen en un matadero, sin ni siquiera tirar una patada.

 



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Marcos Luna

Dibujante, ex militante de izquierda, ahora chavista

 marcosluna1818@gmail.com

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