Si hay algo que decir en estos momentos es que la democracia puntofjista era incierta, pues a lo largo de varias décadas se fueron resquebrajando sus principales estructuras de sostenimiento, abriendo brechas que hicieron que su desmoronamiento se diera sin traumas para la sociedad venezolana. Todos debemos recordar que para finales de 1998, ya la crisis de la democracia era agobiante y con signos graves de deterioro institucional. Había un desencanto y una insatisfacción generalizada no contra la democracia como forma de gobierno sino con la forma de funcionamiento de las instituciones democráticas, los gobiernos y las clases dirigentes del país.
Desde su inicio y con la firma del Pacto de Punto Fijo el 31 de octubre de 1958, se frustraron los sueños de los venezolanos, porque el pueblo lo que quería era una democracia auténtica, participativa y no representativa, tal como se la impusieron las elites firmantes del pacto. Era una democracia donde la mayoría de los venezolanos no tenía futuro asegurado, solo hambre y miseria para ser compartida en la solidaridad de la pobreza. Observamos, por pura casualidad, que entre los firmantes de aquel pacto estaban la Iglesia Católica y Fedecámaras, conjuntamente con las otrora poderosas organizaciones partidistas, hoy disminuidas del espacio político.
También recordamos, por pura casualidad, el golpe de estado en abril de 2002, la instalación de la dictadura fascista de Carmona Estanga, la matanza de muchos compatriotas ejecutada por francotiradores al servicio de los asesinos, el feroz e incesante ataque contra el estado y sus instituciones, contra la industria petrolera y contra el pueblo. No debemos olvidar que todos esos actos criminales y terroristas, que violaron flagrantemente los derechos de las familias venezolanas, fueron apoyados tácitamente por la Iglesia Católica, por Fedecámaras, los medios de comunicación, conjuntamente con las viejas organizaciones partidistas.
Precisamente, como venezolanos no debemos olvidar hasta donde son capaces de llegar esos sectores, que todavía no han entendido que la era puntofijista terminó y que al igual que otros, solo fue un proyecto que cumplió su tiempo, para darle paso a la revolución bolivariana. Fueron cuarenta años de gobiernos pactados, donde se dieron algunos logros pero también fueron cuarenta años de entrega, de saqueo, de exclusión para una gran mayoría y privilegio para unos pocos. Esa sería la reflexión que hay que hacer en este 23 de enero. Durante esos cuarenta años que duró la democracia puntofijista, hubo oportunidad para consolidar ese proyecto democrático que se instaló después de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, pero lamentablemente nada se consolidó. Luego, se presentó la oportunidad para profundizar esa democracia en la década de los setenta y ochenta, pero tampoco se profundizó nada. Al contrario, los gobiernos de manera irresponsable distorsionaron la realidad política y económica del país; inclusive asumieron una aptitud traidora al endeudar a Venezuela y someterse a intereses extranjeros.
Por supuesto, todos estos elementos fueron enmarcándose en una estructura crítica, que hace aguas en febrero 1983, con la crisis del Viernes Negro, donde se pone de manifiesto una situación caótica para el Estado y la sociedad venezolana. Sin embargo, en una especie de racionalidad política se creó la COPRE (Comisión Presidencial para la Reforma del Estado), para impulsar las reformas necesarias en la estructura del estado nacional y buscar la viabilidad de hacer la democracia más eficiente. Sin embargo, a pesar de haber culminado y entregado al poder legislativo y ejecutivo el proyecto de reforma hacia finales de 1988, la clase dirigente consideró innecesario aplicar tales reformas.
Ante tanta estupidez política, el pueblo venezolano se lanzó a las calles un 27 y 28 de febrero de 1989, para decirle a la clase dirigente y gobernante del país, que ya era hora de considerar la voz del pueblo para la toma de decisiones. A partir de allí la crisis del sistema político y de la democracia puntofijista se hizo más evidente. La rebelión militar del 4 de febrero de 1992 y la de noviembre de ese mismo año, son expresiones del deterioro sociopolítico que se experimentaba en Venezuela, y un intento para dejar al descubierto la inestabilidad del sistema político. Paralelo a ello, la cultura política del venezolano sufre graves alteraciones porque se producen dos fenómenos inéditos con son: la desalineación partidista y la personalización del poder. Me refiero a que la sociedad venezolana dejó de creer en las antiguas organizaciones partidistas y sus liderazgos, trasladando su preferencia hacia un líder en particular. En primer lugar lo hicieron hacia Rafael Caldera en las elecciones presidenciales de 1993, en base a ese elemento Caldera obtiene el triunfo. No obstante, con Caldera, el país siguió por la senda de la crisis terminal. Ya al final de su mandato la suerte de la democracia puntofijista estaba echada. Era una democracia moribunda, carcomida en sus estructuras y con muy poca posibilidad de mantenerse por mucho tiempo. De allí que los soñadores de una vuelta a la democracia puntofijista y representativa, no han entendido que hay signos que son inequívocos. Ahora los venezolanos estamos inmersos en otra discusión y donde estamos claros que gran parte de los actuales grupos opositores son o representan una amenaza para la democracia. Y decimos, es difícil que parte de esos líderes vuelvan a ocupar espacios de poder en Venezuela. Es lamentable decirlo, pero poco a poco se irán muriendo, tal como ya ha venido ocurriendo.
Nadie puede negar que a partir de 1998 Venezuela renovó su democracia y con ello devolvió la esperanza a una sociedad que aspiraba a una democracia participativa, al servicio de los más pobres, de los excluidos. Esa es la democracia que se viene impulsando desde entonces. Es una democracia solidaria, que rompe con los esquemas tradicionales y marca pauta para una nueva práctica de gobierno. Tampoco nadie puede negar que después de ocho años, todavía estamos en esa senda de la ruptura, de la transformación profunda del sistema político que pretende crear las bases del nuevo estado socialista para avanzar hacia una nueva Venezuela. De allí los retos más apremiantes son acelerar el proceso para consolidar la democracia revolucionaria y el gobierno socialista.
Es necesario acelerar los motores para que sean más los logros, por supuesto, en beneficio de los sectores más necesitados del país. De igual manera, es necesario que la población en general, vaya asumiendo que es necesario desmontar las trampas que le tienden los enemigos del proceso revolucionario. Necesitamos un ciudadano de pensamiento crítico, que aplauda cuando haya aciertos pero que también señale los errores cometidos. Un ciudadano solidario para que juntos construyamos esta nueva democracia sustentada en los postulados del socialismo del siglo XXI, que yo lo entiendo como un gobierno o un estado que va dirigir toda su acción y sus recursos a garantizarle a todos los ciudadanos, particularmente, a los más necesitados, sus derechos fundamentales como son: vivienda, empleo, salud y seguridad.
Quisiera concluir, citando a Giovanni Sartori, un reconocido intelectual e investigador italiano, quien en una entrevista que le hicieran en 1999, llegó afirmar que: “La democracia fracasará si creemos que crea riqueza”. Y esto lo digo en aras de invitar a los tachirenses y a los venezolanos a no perder la oportunidad del pensamiento racional y profundo, y no sólo ser el reflejo de algunos medios, que envenenan la mente y manipulan la realidad política.
Finalmente, mientras asistimos a los funerales de la democracia puntofijista, observamos que el proyecto revolucionario goza de buena salud.
* Politólogo
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