Mientras la realidad económica marcha conforme a lo que imponen los nuevos tiempos, los gestores siguen representado sus respectivos papeles conforme al guión. En este panorama de simple explotación de los más débiles, las masas, como siempre, dicen muy poca cosa, simplemente cada uno cumple con su papel de consumidor. Confinados en el redil del poder, tratan de escapar a través de lo virtual para darse asistencia mutua en las redes y satisfacer el instinto de consumo. Lo que queda claro, pese al lamentable estado de la economía tradicional, es que si esa vertiente del negocio se resiente, en estos tiempos animados por otras formas de plantear la existencia, las llamadas tecnologías de vanguardia marcan el ritmo del mercado, particularmente desde el extremo de occidente, acumulando divisas para continuar con su proyecto empresarial de dominio del mundo. Con lo que la pandemia, si se examina desde el plano económico, no tiene trazas de ser el fin de la globalización, sino el paso para establecer la globalización virtual dirigida desde otro teatro de operaciones. La cuestión de fondo que se trata de plantear con ella, más allá de lo que se percibe a primera vista, es quién será el dueño del teatro. La respuesta al interrogante pasa por los que en este punto llevan la voz cantante, es decir, USA y China.
La imprevisión ha venido siendo la nota característica de los distintos gobernantes. Lógica consecuencia de la democracia al uso, ya que hoy están en el poder y mañana les bajan del sitial. El salario y los complementos no compensan si hay que buscarse quebraderos de cabeza, de ahí que para gobernar baste con atenerse al protocolo o, si se quiere, nadar y guardar la ropa. Lo sustancial es permanecer el mayor tiempo posible entre la elite del poder, tanto por satisfacción personal como para asegurarse un buen blindaje con vistas al retiro. Esto se traduce en procurar tener contento al personal, ya sea dando negocio a las empresas directamente o practicando el reparto entre los más o menos desencantados con el sistema. Los primeros, en su condición de conservadores, siguen la línea marcada por la ortodoxia económica; los otros, son más heterodoxos, aunque van en la misma dirección de fondo, que no es otra que seguir el juego al capitalismo.
El problema para la economía española es que gobiernan estos últimos, entretenidos en repartir alegremente los ingresos, de los que solo resultan agraciados unos pocos tras la intervención de la burocracia, en realidad muchos menos de los que dice la propaganda. Se distribuyen fondos de caridad de los que no se disponen y, por otro lado, acometen empresas asociadas a temas de modernidad, como lo verde o la digitalización, confiando retomar el tren del progreso. Para no soliviantar en demasía al personal, cuando se habla de financiación de los proyectos, ya que todo son proyectos, se acude a la Deuda y al llamado dinero europeo que llega a cuentagotas. La política del reparto del dinero publico para aliviar la pobreza y la de subvenciones y beneficios fiscales con el fin de relanzar la economía suelen acabar en fracaso, pero lo que está claro es que siempre queda pendiente lo de quién va a pagar. Está bien visto eso del salario mínimo vital y otras fórmulas progresistas, pero solo para ganar votos y aparentar de lo que no se tiene. Igualmente lo está lo de ser solidarios y acoger a los desheredados de la tierra, el problema es que lo que se impone es el señorío del dinero, y si no hay dinero no hay señorío.
Está visto que en política a menudo se construyen castillos de papel, incluso más allá del puro electoralismo. Son proyectos para poder decir que se hace algo o, al menos, tratar de justificar el puesto público que ocupan sus gestores y convencer a los verdaderos paganos para que sigan invirtiendo su dinero en humo. En esta situación, el que más o el que menos va a lo suyo. Los gobernados tratan de aprovecharse, por aquello de a rio revuelto. Las empresas porque, además de lo de las subvenciones y las ventajas fiscales, está lo de que el mercado siempre está despierto si corre el dinero.