Oscar Schemel entrevistó el domingo pasado a Fernando Soto Rojas, quien según se dijo tiene 87 años, apenas 3 más que quién esto escribe. De modo que, ambos estamos más allá que de acá y si no en eso propiamente, pues todavía no nos han expedido el acta de defunción, si preparándonos para conversar con los muertos y para eso uno practica con los muertos-vivos. A ese "mundo", al cual nos llevaría de verdad-verdad, Caronte, en su barca, como en la "Divina Comedia", dado que no tenemos, por lo menos yo, por ahora, como pagar cremación o entierro, uno debe ir entrenado para que, como aquí, no nos vuelvan a "meter gato por liebre."
Mientras hablaba le recordé de joven, cuando era un militante de esos dedicados al trabajo de la lucha armada en la ciudad, antes de irse a las guerrillas, generalmente muy callado y estrictamente apegado a la disciplina, como el hacer lo que ordenaran desde arriba, sin hacer ningún esfuerzo si aquello tenía sentido, lo que todos nosotros hacíamos y creíamos a pie juntillas. Y era Soto Rojas tan rígido en eso, lo de la disciplina que, según Moisés Moleiro, a los cuadros bajo su dirigencia les convocaba extrañamente, no a las dos, tres o cuatro horas, sino a las dos, tres o cuatro con 17 minutos. Exigía eso con rigidez, para ejercitarse y ejercitar a los suyos en la dura disciplina del trabajo clandestino y a la vez evaluar. La última vez que le vi fue en una reunión clandestina nocturna, en uno de los jardines de la UCV, en la cual además estuvieron Moisés, Américo, Bartolomé Vielma Hernández y Rómulo Niño, en la cual éste informó detalles del secuestro del barco Anzoátegui, de Venezolana de Navegación, llevado a las costas de Brasil, operación que él había comandado por instrucciones del Comando militar del partido.
Mientras Soto Rojas hablaba con Schemell, también recordé a Aureliano Buendía, quien tuvo la valentía y claridad de reconocer que, llegado a la vejez no sabía por quién y para qué había luchado; y al Coronel, aquel de "quien no tiene quien le escriba", que terminó sus días entre peleas de gallos y yendo y viniendo a la oficina de correos a ver si le había llegado su pensión, la que nunca llegó.
Soto Rojas al hablar con Schemel de lo acontecido en Barinas, vio todo "color de rosas"; para él aquello sólo fue una pequeña batalla, como una simple escaramuza, de la cual pueden, sin mayores complicaciones, recuperarse con la formación en una escuela de "unos 100 cuadros jóvenes". Es decir, perdieron en Barinas sólo por falta de cuadros que siendo para Barinas y por la cantidad, es como trasplantar un nuevo partido porque que el que ahora existe no sirve, nunca sirvió o le echaron a perder. Necesitan 100 nuevos formados quizás en un convento y entre hermanitos de la caridad. Propone algo así como hacer un trasplante y hasta quizás formar unos betas y gamas de aquellos de Aldous Huxley. Sólo por eso se perdió en Barinas y quizás en el Zulia y otras entidades y en todo el país se descendió de manera significativa. ¿Cuántos cuadros, betas y gamas, entonces necesitamos si aplicamos sólo la fórmula Soto Rojas?
Y este mismo Soto Rojas, pese admitir que hay que cambiarlo todo, sólo se limita a decir que hay que volver a un partido que se abra a la gente y permita que su liderazgo emerja de las bases, como las flores en el jardín, olvidando de inmediato lo de las escuelas. Pues aunque él no lo perciba, en eso hay una contradicción, pero es un tema aparte.Y mientras decía aquello, la alta dirigencia le nombraba al Zulia y Nueva Esparta, como a lo mero macho, a Jacqueline y Vielma Mora, como jefes del partido, como un implante o quien pega un parcho poroso.
Pero Soto Rojas, de allí no pasó. Se fue por bolas, como cuando le preguntaron su parecer por eso "imperialista y supremacista" de "Súper Bigote", a lo que sólo respondió, "yo de eso nada sé".
En el país todo parece acontecer sin novedad alguna, como en la canción de la "señora baronesa", "sólo pasó que anoche cayó un rayo y la techumbre hizo volar". Para él, el viejo comandante de las luchas por la clase obrera, todo parece "un mar de rosas", pese los salarios sean de miseria y volvamos a ver a gente, niños y hasta ancianos, jorungando en la basura; no hizo alusión alguna a estas, a las calamidades de la gente, a los pírricos salarios. A él, cuando habló con Schemel, nada de esto le pasó por la mente y, quizás hasta en ella, no existe. Pues al decir que hay que cambiar todo, por evitar hacer precisiones, es como si eso para él no existiese, pues el efecto es el mismo. La táctica de "no meterse en camisa de once varas", es muy usual y una manera de vivir estando muerto.
Por todo esto, quise escribir lo que sigue:
No quiso. Le pareció indelicado hablar de esto, pero siendo casi lo mismo, padre e hijo, tal como Pedro Páramo y Juan Preciado, asumiré el compromiso. En veces, a los muertos hay que sacarlos de sus tumbas, sobre todo si no han arreglado sus cuentas. Esto creo lo acostumbran algunas tribus indígenas.
No es malo que cualquiera, ya rebasada la edad de los ochenta años o muy cerca de ese como comatoso estado, comience a conversar con fantasmas. Úrsula Iguarán lo hacía. Tampoco es malo que uno que soñó con ser hazañoso, estar en medio de héroes inventados o de verdad, y hasta con ser uno de ellos, nunca se sabe, comience como a entrenarse porque está cerca de brincar el charco, caer en pozo hondo o irse de verdad allá donde están los muertos. Aunque ese afán o empecinamiento de ver héroes entre quienes sólo fueron como muchachos atrevidos, capaces de hacerse irreverentes para llamar la atención, no encontrando qué cosa inventar o aparecer original y pertinente, es como una manera de embellecerse la vida y, al final, invertir el tiempo y la poca energía que queda para vestir de grandezas lo que fueron errores y pérdida de tiempo. Juan Preciado fue a Comala a buscar su herencia donde había puros muertos.
¡Cuánto ha costado que los heroicos guerrilleros venezolanos de mediados del siglo XX, esos que se fueron a la montaña solitaria a buscar a los obreros para la revolución proletaria y socialista, que estaban en la ciudad y no lograron ver y ni siquiera pudieron contactar a los pocos campesinos que allá vivían en absoluta precariedad, reconozcan que aquello fue un sueño y un buscar fantasmas y dejar cadáveres en el camino! ¡Qué difícil ha sido que revisen lo acontecido y reconozcan que aquello no fue más que un gesto ecuménico, quizás muy poético, hasta hermoso, con mucho de la épica, que resultó por demás costoso al movimiento popular y al pueblo que ansiaba y necesitaba dirigencia competente para alcanzar sus conquistas! Porque como dijo alguien aquello fue una guerra donde los heroicos guerrilleros, sólo ellos, pusieron los muertos.
Cuánto ha sido de imposible que alguno siquiera de ellos diga con humildad, "nos equivocamos y le dimos a los grupos dominantes la oportunidad de descabezar el movimiento popular construido desde las luchas contra Pérez Jiménez, por tomar un punto de referencia pertinente y dejamos al pueblo en manos de sus enemigos".
Tanto fue el descalabro que, cuando se produjo el Caracazo y luego el alzamiento del 4 de febrero, los héroes estaban dormidos y si no distraídos, olvidados en absoluto de lo que debían hacer. Recordando anécdotas insustanciales, supuestas batallas ganadas y arremetidas gigantescas contra el enemigo, sucedidas en momentos de altas fiebres por culpa de aquella abundancia de mosquitos. Ni siquiera supieron cómo interpretar aquellos acontecimientos de la Venezuela de 1989 y 1992 y se quedaron mirándolos, dándoles paso mientras se rascaban las cabezas y creían estar de nuevo en estado febril. ¡Qué de vaina con estos mosquitos! Los años habían pasado y tanto hablar con fantasmas y vivir en espacios solitarios y habiéndose acostumbrado a ellos, fue natural que cuando se les vino la realidad encima la tratasen como si fuese una vaina o maniobra de fantasmas o de mosquitos. La realidad fue como una mosca imprudente que molesta en la tarde de somnolencia.
Cuando aquel hombre, militar, dijo "por ahora" y luego más tarde, unos pocos años después, inició su camino hacia Miraflores, ellos seguían esperando entre sus sueños, con el fusil en la mano y los himnos gloriosos que cantaban en sus caminatas en las montañas solitarias de sólo matar mosquitos, alguien que viniese a darles fuerza y sentido a sus vidas de combatientes armados, en muchos casos hasta sin enemigos que enfrentar. Caminatas de fantasmas sin meta ni propósito. De ejércitos sin soldados y puros comandantes.
El no revisar lo acontecido, no reconocer los errores, hace que uno los siga cometiendo y lo que es peor, le dé a quien o quienes fueron responsables de ellos y los graves resultados correspondientes, el aval para que sigan al frente de la tropa o el movimiento y hasta para insistir en lo mismo.
Y les ve como salen. Parecen fantasmas que hablan de sus glorias y hasta triunfos como si lo que en la Venezuela de finales del siglo veinte y comienzo del veintiuno aconteció fuese resultado de sus luchas. Y están convencidos de ello; tanto que se dan el lujo de menospreciar a quienes con ellos no estuvieron. Es, en el fondo, un sentirse culpables y apenados de comprobar hubo quienes no fueron tan ilusos como ellos.
A la muerte del "Comandante", mientras Ramírez se lo pelea con Maduro, porque cada uno acusa al otro de la debacle de PDVSA, mientras evaden que fueron igual de responsables, el primero por acción, el segundo primero por omisión y luego por negligencia, los demás pasan por alto la verdadera contribución de Rodríguez Araque que fue en sus años de combatiente legal, cuando estuvo al lado del comandante intentando salvar a la empresa petrolera de las agresiones de los golpistas del 2002 y luego ayudándole a implementar la política de unidad latinoamericanista a través de los distintos mecanismos implementados por ese fin, y se dedican a refocilarse en sus correrías como cadáveres por Comala, como si aquello tuviese algún significado trascendente para aquella misma multitud que por años les ignoró y ellos también ignoraron refocilados en su egolatría y sueños de pequeños héroes burgueses y ahora les pide acciones concretas para salvarse de la hecatombe dentro de la cual está sumergida. Pudieran esta vez de verdad ejercer como comandantes, todavía hay tiempo para eso. Los muertos que entierren a sus muertos.