Siguiendo con la estrategia para que las empresas afines al sistema y el mercado se conserven boyantes, la superlite del poder viene perfeccionando la doctrina capitalista, para lo que se ha escorado decisivamente a la izquierda del espectro político tradicional, al menos en una parte del mundo. Su entendimiento con el neoliberalismo conservador de otra época ha dejado de ser útil, aunque marchaba en perfecta armonía con los intereses del gran capital, sin embargo creaba cierto desasosiego social entre los llamados económicamente vulnerables y se quedaba corto en el terreno del mercado porque descendía la clientela, al dejar al margen a muchos excluidos sociales. La llamada Declaración del Milenio fue una llamada de atención doctrinal, apadrinada por la inteligencia capitalista, debidamente institucionalizada, sobre la nueva estrategia a seguir con el fin de ganar clientela para mercado, a la par que el capitalismo totalizador se ponía la medalla del mérito social. Temas como erradicar la pobreza, el mercado justo, la ayuda al desarrollo, combatir la degradación ambiental y otras utopías, tienen un especial atractivo para sensibilizar conciencias y ser utilizados política y comercialmente, en tanto no se descubra la jugada de fondo, que no es otra que mantener en auge el negocio del dinero en manos de unos pocos, en régimen de monopolio, a cuenta de la explotación colectiva.
Al amparo del proyecto capitalista global, una nueva estrategia ilumina la marcha política de los Estados avanzados, que aspiran a dar ejemplo de cómo se combaten algunas diferencias sociales e incluso la pobreza, tratando de hacer a los ricos menos ricos, para que contribuyan más, y a los desfavorecidos, etiquetarlos como vulnerables, para que con el título disfruten de todos los beneficios del proyecto, con tal de que los reviertan en el mercado convencional —lo que sucede en parte, porque lo demás lo desvían al mercado clandestino—. De esto último tenemos aquí algunos ejemplos de desprendimiento en la acción de gobernar, caso de la barra libre para los okupas o esa otra barra libre para los alquileres, amén de la insolvencia protegida creciente, a fin de que sean los otros ciudadanos los que corran con los gastos de sostenimiento ajenos —dicho sea en interés de la solidaridad—, aunque se vulnere abiertamente el derecho a la propiedad que, según se dice, ha sido reconocido constitucionalmente. El Estado de Derecho se tambalea ante los embates a la seguridad jurídica que se derivan de estas ocurrencias de última generación, que pugnan, no solo con la racionalidad jurídica, sino con el más elemental sentido común. Mentores de esa política, diseñada en interés del mercado capitalista y un poco menos de las necesidades sociales, al amparo de una agenda que se proyecta al 2030, han sido las izquierdas personalistas, con su numerosa corte de asesores, en las que tratan de destacar, con apoyo de sus correligionarios, unos personajes que solo permanecen atentos a lo suyo, es decir, a acaparar poder y peculio. Probablemente promocionados bajo cuerda por el dinero del gran capital, que es el que les permite subir al escenario del poder y, cuando les apea, les da un cargo de relieve en sus empresas, estos figurantes dotados para la verborrea que demandan las masas, dispuestos a gobernar de boquilla para la gente, pero no para las personas, sirven aceptablemente a los fines de ese mercado que se va ampliando día a día merced al ingenio tecnológico, permitiendo incorporar a los vulnerables y otras gentes al material que se lanza al mercado. De ahí que el capitalismo haya instrumentado en algunos países con la etiqueta de avanzados o, al menos, pretendiendo serlo, una alianza con estas izquierdas personalistas, cuya condición de izquierda política solo es de nombre, para que contribuyan a que emerjan nuevos clientes para atender a las necesidades crecientes de un mercado en permanente expansión.
Tal estrategia en cuestión —por llamarla de alguna manera— va acompañada del cumplimiento de ese dogma de la globalización que establece la necesidad de torpedear al Estado-nación, declarado débil en la posibilidad de autogobierno local, a fin de que siga la senda que le marca el imperio. Igualmente viene bien, además de la debilidad estatal, que el territorio se parta en pedazos, para vender mejor, alimentando las particularidades que, aprovechando la coyuntura, salen a la luz. A tal fin, probablemente también debidamente patrocinados por el dinero, emergen grupos sociales minoritarios que tratan de imponerse a la generalidad invocando la falacia de la desigualdad, no solo para que se respete su autoexclusión voluntaria, sino para que sean debidamente valorados y, dadas las nuevas circunstancias, incluso adorados. Los que no se integran totalmente en el juego, la mayoría ciudadana, en su condición de rehén de las nuevas creencias colectivas, se limita a seguir los mandatos de la doctrina del consumo y pagar la factura de las numerosas ocurrencias económicas y sociales progresistas —este es el caso reciente del bono social o el tope de la electricidad, de los que no conviene hacer demasiada publicidad por razones obvias—, que exigen seguir la senda marcada por la doctrina capitalista. Ideológicamente la doctrina se impone y, paralelamente, la censura se extiende, tratando de cerrar la boca por cualquier procedimiento, colaborando en tal empeño surgen nuevos tipos penales para tratar de silenciar cualquier discrepancia con la doctrina —cabría señalar los llamados delitos de odio, que ocasionalmente pueden ser utilizados a conveniencia de una pluralidad de intereses en juego—. Con lo que el pensamiento libre está condenado a desaparecer por exigencias del mercado y de unos mandantes que están atentos a ganarse un merecido salario, a figurar y disfrutar del puesto, en tanto se lo permitan. Mientras, eso que llama Estado de Derecho, con sus adornos constitucionales, camina al son de la doctrina y sus aliados, alejándolo en el fondo de la racionalidad, aunque tratando de aguardar las formas que impone el ritual jurídico.
En ese último proyecto utópico moderno, que incluye, entre otras pretensiones, tratar de acabar con la pobreza, por citar uno de los que llaman la atención a las masas, el gran capital ha buscado la alianza con la izquierda porque es el vehículo idóneo para venderlo, dada su influencia social y su sentido progresista. Cuando se trata de dar dinero, goza de atractivo entre los desfavorecidos y, en cuanto al resultado, como cualquier aporte ilusionante, se concreta creando adhesiones significativas, no solo fidelizando el voto, sino aportando mayor clientela al mercado. Teóricamente, ambos obtienen su parte en el negocio, con lo que el entendimiento, en principio, es rentable. La izquierda, en un mundo de desigualdades, tiene que hacer valer su papel en favor de la igualdad, ejerciendo como socialmente avanzada. Lo que conlleva, al aire de combatir la pobreza, que los llamados gobiernos progresistas, se dediquen a practicar el despilfarro en interés del mercado y, con ello a promover la decadencia económica de los Estados, que es lo que precisamente interesa a la globalización capitalista. E incluso, si en un Estado se llama al sentido común y se aparta ligeramente de la doctrina, se le estigmatiza y se buscan instrumentos para que vuelva al redil, fundamentalmente a base de sanciones económicas e infiltrando grupos para desestabilizar la base social y ponerle en aprietos. Son hechos que se muestran a la vista de todos a poco que se analice, pese al barniz propagandístico, la actualidad mediática.
Se observa que la izquierda tradicional corre el riesgo de perder el norte ideológico y operativo entregada a ciertos líderes, auspiciados por el gran capital en su intervención política. En cuanto al primero, el entendimiento con el capitalismo para gobernar en los Estados que marcan la vanguardia del proyecto 2020-2030, la lleva a renegar de sus fundamentos. La nueva izquierda personalista, para guardar el tipo, invoca su pasado ideológico, pero nada más; se queda con cuatro apaños de circunstancias, al objeto de no desmerecer ante sus seguidores y el electorado, dando la impresión de que realiza algo netamente social, al menos teóricamente, pero solamente lo hace para justificar su presencia en gobiernos, que les ha tocado en una especie de lotería política, aprovechando la presencia de una buena parte de la ciudadanía entregada solamente al consumismo. En lo operativo, se trata de cumplir con los patrocinadores de la Agenda que les ha colocado en el poder, esperar a ver qué pasa y remendar un poco las situaciones emergentes, favoreciendo a una minoría descarriada o avispada, en detrimento de los intereses generales. Por tanto, en la parte sustancial de la actividad política estatal, de lo que se trata es de capear el temporal y aguantar el mayor tiempo posible en el poder, rodeándose de expertos asesores afines, debidamente retribuidos, para que, en base a su ignorancia, salvo en lo que es para ellos fundamental, les iluminen sobre lo que tienen que hacer. De ahí que sus más adelantados personajes jueguen a dos bandas, por un lado, verborreando con sus simpatizantes para conservar su confianza y, por otra, se aferran con uñas y dientes al tema de seguir gobernando, porque lo fundamental en este asunto es lo personal. Se trata, cumplimiento los principios que se dice que mueven el gran reinicio, aprovechar la situación para, entreteniendo a unos y a otros, meter en la hucha personal los beneficios del mando ocasional, al amparo de su buena suerte, que les ha brindado la oportunidad para ir asumiendo el papel de nuevos ricos.
Mientras tanto, la derecha de ahora, asume su papel en al segunda línea de la política del gran capital como comparsa en el escenario nacional de procedencia, a la espera de que el mandamás absoluto mude sus preferencias. Justifican su presencia, realizando alguna que otra escaramuza para mostrar que también se muestra concienciada con los temas del gran proyecto, ya no del siglo, sino del milenio —probablemente se hable de milenio porque el capitalismo aspira a eternizarse —puesto que, a fin de cuentas, también les permite ganar votantes. No obstante, en virtud de la alianza de presente, la izquierda marcha por delante, aunque una parte de la derecha se izquierdice en lo posible, y sigue gozando de las preferencias capitalistas. Aún así, no hay que olvidar que, para marcar distancias con aquellos que defienden la prioridad del respectivo Estado-nación frente a la globalización, el objetivo de la nueva alianza es mantener las diferencias políticas de fondo. La estrategia, al margen de esa inclinación de la derecha al otro lado, en consonancia con los nuevos tiempos, se la debilita continuamente, en especial la anatematizada por el sistema etiquetada como ultraderecha, haciendo uso de la mayor disponibilidad de dinero público y de los medios de comunicación a su servicio, procurando desprestigiarla ante el electorado a la menor oportunidad, aunque, por su parte, esta haga lo propio. Se llega al extremo de que el capital financia infiltrados políticos para moderar el discurso nacionalista centralista y mantenerla a raya, cuando no trata de que desaparezca como grupo político, dejando a la más radical en simple anécdota de lo que hoy ya no se debe hacer. A la parte del espectro de los moderados, que guarda distancias con sus parientes políticos, se la da un poco de cuerda para que simplemente haga su papel y permita seguir el juego a los progresistas de pega. En todo caso, la presencia de la derecha moderada queda justificada, porque el gran capital está en todo. Si fallan las previsiones del electorado controlado y surge la sorpresa, siempre queda la opción de acudir a la oposición del signo que sea, porque el capital tiene medios para canalizarla y llevarla al terreno de sus intereses.
Controlada la política de algunos países avanzados, considerados parte de la vanguardia del llamado gran reinicio, desde la alianza con la nueva izquierda personalista, el negocio para el capitalismo va sobre ruedas, a base de montar trampas desestabilizadoras. Los gobiernos siguen empeñados en proyectos literarios, como eso del desarrollo sostenido, de la agenda de la presente y la próxima década. Las gentes sensibles se sienten atraídas por eslóganes como la paz, la libertad, la prosperidad, el bienestar, el medio ambiente o el cambio climático. Con la venda en los ojos, los gobernantes de los Estados, intencionadamente les hunden en la miseria económica e intelectual, pensando en sus propios intereses personales. Este pudiera ser el caso de una parte de Europa, en plena caída hacia el abismo económico y social auspiciado por alianzas incomprensibles, habida cuenta de que, llegado el momento, el imperio no le va a solventar los problemas, eso quedará para las masas empobrecidas, como siempre, mientras las elites políticas se lavarán las manos. Entre relato y relato, desinformación a raudales y falsas creencias, el capitalismo seguirá con lo suyo, convencido de que finalmente será el único vencedor de las contiendas que él mismo diseña, ya que todo el montaje orquestado en torno al caso de las pandemias, la guerra, la inflación y los distintos malabarismos financieros, está destinado, a la larga, a incrementar los beneficios de las grandes empresas. He aquí lo que será realmente sostenible, el puro y duro negocio montado en torno a esos proyectos fabulosos de actualidad, que ha alimentado la propaganda política de la mal llamada Unión Europea, que pretende serlo pero no puede, pese al poder del dinero y la bendición del imperio.
Día a día, la superelite muestra su satisfacción por la buena marcha del negocio pese a las crisis permanentes, ya que lo que aparentemente se pierde por un lado, retorna con creces por otro. En este proceso de destrucción creativa a gran escala, desestabilizando el mundo, para luego construir sobre la devastación e incrementar el negocio a cuenta de los ciudadanos y de unos gobiernos que se hacen pasar por incautos, la alianza con la nueva izquierda está siendo decisiva, porque, de momento, alimenta la sociedad de mercado, mientras fragmenta y debilita los Estados menores. En definitiva, el nuevo sesgo político de izquierda tomado por el gran capital es un paso avanzado en el desarrollo del proyecto del gran reinicio, en el que se dice que las nuevas elites gobernarán el mundo, mientras las masas, debidamente adoctrinadas, ya no serán el ejército de zombis de hoy, sino simples marionetas entregadas al mercado animado por la tecnología.