"O hay paraíso aquí en la Tierra o no hay paraiso… Si no lo logramos en este siglo, está escrito, se acabaría la vida en este planeta"
Hugo Chávez Frías Acto de salutación de fin de año a los integrantes de la FAN Academia Militar. Fuerte Tiuna. 28/12/2006
La pobreza y la felicidad van de la mano. Aunque no siempre hay una relación directa, que nos permita asegurar que a mayor pobreza, menor felicidad o, a la inversa, a mayor riqueza, mayor felicidad. No es tan fácil descifrar la fórmula que relaciona estas dos variables, sin embargo, todo hace suponer que quien es feliz, tiene al menos, la satisfacción, el optimismo y la suficiente paz interior, que nos permite presumir que en realidad no es pobre. Existen perspectivas de análisis y de práctica de vida social, que basan la felicidad en la acumulación de bienes materiales y en otros factores externos como el dinero u otras personas. Los hay también, quienes se sienten infortunados, en riquezas y bienes materiales, pero, se atreven a decir lo que sienten: “somos pobres, pero felices”.
La felicidad, es difícil ocultarla. En cambio, la pobreza se disfraza o enmascara, a veces, tras las apariencias. Hay quienes muestran mucha riqueza material y, parece mentira, detrás de su fachada y su sonrisa hipócrita, está un mundo de vacíos espirituales y de carencias humanas, como el amor o la verdadera amistad y la alegría compartida, que no han podido llenar ni con viajes al infinito, ni con bisutería de oro puro y encandilados brillantes, ni con toneladas de dólares y euros entrando desde sus alforjas a los bancos, ni con kilómetros de cemento y arboledas multicolores rodeando su hábitat, ni con mares de bebidas espirituosas y selvas de tabaco importado corriendo por sus venas, ni con oraciones de última hora, ni con pétalos de rosas rellenando sus almohadas, sus colchones y sus jacuzzis, ni buscando el éxtasis en la mercancía sexual y en las drogas, ni dándole a sus hijos todos los gustos que desean o lanzando limosnas al hambriento pretendiendo así expiar sus culpas. Y, mucho menos, acumulando millones y millones, de dinero mal habido, que nunca podrán gastar, ni disfrutar.
En Venezuela estamos obligados, desde que comenzamos el gobierno en febrero de 1999, a procesar con rigor y profundidad, el macroproblema de la miseria y la pobreza, que fue definido como prioritario en la Agenda Alternativa Bolivariana. Hoy, a ocho años, nadie ha podido convencernos que el Presidente Chávez y su equipo de gobierno han procesado adecuadamente este problema, por eso nos preguntamos: ¿por qué esto no se ha hecho?
Esta ha sido una de las graves fallas de este gobierno: no nos hemos detenido a pensar y reflexionar con tenacidad y en colectivo, sobre la esencia y las posibilidades creativas y reales de intercambiar este problema por otros ¡Sí, intercambiar! Porque, como lo hemos dicho, en otra oportunidad, los problemas sociales, que son cuasiestructurados, no se resuelven como en matemáticas, física o química ¡No, señor! ellos se disuelven, muchas veces, en un plano o nivel diferente, porque sencillamente se intercambian por otros problemas de naturaleza o magnitud distinta a la del problema que deseamos enfrentar. Es una ley.
De nada valdrán triunfos electorales, toneladas de hierro y acero, cemento y cabillas, concreto armado y asfalto, utilizados para construir viviendas, rieles, y trenes, metros y ferrocarriles, puentes, carreteras y autopistas, si no hemos invertido mayores recursos en enfrentar con firme decisión y eficiencia, las causas claves que mantienen aún vivo este problema. Y, lo que es peor aún, sin que tengamos posibilidades de eliminarlo o reducirlo, sostenida y sustentablemente, en el corto o mediano plazo. Nos lo dice la realidad que vivimos y las proyecciones que hacemos, no las informaciones de prensa, radio y televisión; tampoco, los informes públicos y privados, que reducen al ser humano a estadísticas frías y lo convierten en promedios y valores ponderados. Nos lo dice el barrio y el caserío rural donde habitamos, con hombres y mujeres de bien, que ven pasar sus años y sólo logran constatar la destrucción de su entorno natural, sin recibir beneficios directos para ellos y su familia.
Tenemos que ampliar y profundizar el debate sobre la pobreza y la felicidad del pueblo. Pues, el gobierno que apoyamos, y con el que estamos comprometidos, parece tener otras prioridades, que, ojalá, no nos distraiga de la dirección del cambio deseado.
Porque de que servirán, todos nuestros logros políticos, económicos, militares, sociales, jurídicos o personales, si, al final de cuentas, tarde o temprano pudiera renacer, de nuevo, la pobreza intelectual, social, material, mental y espiritual en toda nuestra territorialidad.
Tenemos la percepción de que no hemos avanzado lo suficiente en el ideal bolivariano de lograr mayor estabilidad social y política y, en especial, el objetivo de alcanzar la mayor suma de felicidad posible para todo nuestro pueblo.
Si no derrotamos la miseria y la pobreza, y si no logramos hacer más feliz a nuestra gente, hemos perdido la guerra, aunque hayamos ganado mil batallas, como gustan decir en el argot militar. Del logro de este propósito, depende que la revolución, que hoy vivimos, tenga éxito y podamos enmendar, en el futuro, la tristeza y el dolor de Bolívar cuando, en Santa Marta, Colombia, exclamó con cierto resentimiento: ¡He arado en el mar!
Sin este quinto combustible, los cinco motores constituyentes u otros, que surjan en el futuro, tendrán una vida efímera y sólo servirán para salir del paso, lanzar cortinas de humo, y, quizás, perder tiempo y dilapidar recursos importantes, que pudieran ser mejor utilizados.
Sin lugar a dudas, la reducción de la pobreza y el aumento de la felicidad social, es el combustible más importante, mientas descubrimos o inventamos otras fuentes de energías alternas, para que funcionen estos u otros motores, que permitan conducir a esta nave espacial planetaria hacia un mundo, aquí en la Tierra, donde predomine el bienestar, la alegría y la felicidad de todo el colectivo social.