Durante los largos años en que estuve militando en el PCV me tocó leer una buena cantidad de documentos políticos en torno a la unidad, escritos producidos no sólo en esa época, sino en otros momentos y circunstancias. Esto no quiere decir que este empeño unitario presente en resoluciones, tesis programáticas y reflexiones dentro del Partido Comunista de Venezuela no se viese empañado por posturas sectarias de varios de sus dirigentes y militantes. Es decir, la lucha por la unidad del movimiento progresita y revolucionario forma parte de la vida del PCV.
De allí que desde que el Presidente Hugo Chávez hizo el llamado a conformar el partido unido, proponiendo de una vez el nombre de Partido Socialista Unitario de Venezuela (PSUV), me pregunté con cierta preocupación cuál iba a ser la posición del Partido Comunista de Venezuela, pues por un lado estaba su eterno llamado a la unidad, pero al otro lado se le presentaba la posibilidad de disolverse para ir a esa nueva organización, sin tener la certeza de su programa ni de su sostén ideológico. Y pensé en lo difícil que sería el momento para un hombre que conocí como un ser lleno de bondad, leal, revolucionario a carta cabal, humilde, culto, sensible y sin ambiciones de ocupar altas posiciones; ese hombre hoy es el Presidente del PCV, Jerónimo Carrera.
En Eduardo Gallegos Mancera y en Jerónimo Carrera percibí la militancia comunista como un apostolado. Con ambos tuve interesantes tertulias en esos años de militancia, siendo yo un joven comunista. Y con ellos tuve diferencias; siempre dentro de un mutuo respeto.
Por tales razones me parecen muy ligeros los ataques contra el PCV y contra Jerónimo Carrera, en particular, de parte de algunos camaradas que militan en este proceso revolucionario. En especial, viniendo de gente para los que la disolución del MVR, por ejemplo, en nada perturba sus afectos o querencias, pues esta organización no ha pasado más allá de ser un aparato electoral.
Independientemente de que la postura de Jerónimo Carrera, expresada a la prensa y en programas de opinión, fuese errada; nadie puede negar que hayan sido llenas de sapiencia, de fortaleza ideológica y de una posición nada pusilánime frente a la gigantesca figura de Chávez, a quien reconoce como el gran líder de este proceso, pero al que también hay que señalarle las diferencias que puedan existir con sus opiniones.
Decir, por ejemplo, que el socialismo conlleva al fin de la propiedad privada o que el socialismo del siglo XXI es una especie de marca comercial o que en el proceso bolivariano no se ha fortalecido la clase obrera es razón para abrir un debate en torno a esos temas. Y un debate serio, no un simple “yo estoy con mi comandante”.
A esas palabras no se puede responder apelando a que “toda disidencia en una traición” o dándose golpes de pecho para vociferar que Chávez tiene toda la razón o diciendo que “yo doy la vida por el comandante”.
No, la discusión es seria, debe ir más allá. Hay que leer bien la decisión del PCV, no tratarla alegremente; así no se comparta y la consideremos dogmática.
De alguna manera este proceso de cambio que vive el país debe conservar esa carga sentimental que lleva consigo, pero a esa fuerza emocional hay que alimentarla con ideas.
Ah, en cuanto al señor José Saint Roz, me remito a lo que decía un camarada una de estas noches: “Yo sospecho de todo aquel que sin tener antes una obra escrita conocida, en este proceso escribe hasta dos libros por año para halagar a Chávez”. Ah, y todavía no se le conoce otro tipo de literatura.
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