El trabajo, referido a la reunión de la célula campesina, que aparece en segundo término, lo he publicado otras veces. Le escribí por primera vez creo que en el año 1980 y le publiqué en la prensa regional. Es una historia verdadera. La reunión se llevó a cabo en una aldea campesina sucrense en los tiempos de Pérez Jiménez.
La otra historia, que es la primera que ahora cuento, la de mi amigo que invitaba a sus oyentes le acompañasen al cielo sin percatarse para nada de la realidad y calamidades de quienes le escuchaban y ni siquiera la suya y menos sin ponerse de acuerdo cómo sería ese cielo y los caminos a transitar, tristemente, también es verdadera. Pero esta es la misma de ahora. La de un no saber ¿por qué luchamos? Tampoco exactamente contra quién y menos hemos podido identificar con exactitud al lado de quién. ¿No sabemos hacia dónde vamos, cómo y con quién debemos ir?
El primero lo repongo y repondré tantas veces como sea necesario, Y con el segundo, haré igual; porque hay un empeño en discutir sobre el más allá. Algo así, como qué haremos cuando lleguemos al cielo o al infierno, después de la muerte, estando vivos en una vida que demanda de nosotros hacer las cosas que ella determina.
El interés nuestro parece ser que sea el cielo el destino nuestro. Pero el cielo está en la tierra y en la vida; y cada quien, cada grupo tiene sus sueños. Hay mucho por ver y ponderar y sobre todo, que ese cielo sea el de muchos o de todos, por lo que hay compartir ideas, tomar las medidas exactas para que todos tengamos cabida, buscar los encuentros necesarios para poder compartir los espacios de todos. Si eso no hacemos, entonces, por nuestra propia decisión, pues si eso no es posible, el cielo no existe.
Poco interés prestamos a la vida. A lo inmediato cotidiano. Pues eso hacer, es llamado reformismo. Como que preocuparse que ahora los salarios sean deprimentes y hasta como una referencia entre el capitalismo y la esclavitud o que el agua potable comience a dejar de fluir por los tubos, es desviar el camino al cielo y abandonar discutir como ya dije, la forma de vivir en el más allá. Según creen algunos ilusos, hacer las vías, la carreteras para conectar los pueblos, los medios para comunicarse adecuadamente, los puentes para atravesar los ríos, las escuelas donde el niño comience a pensar y formar conocimiento es reformismo. Pues, según ellos, al cielo se llega dando un salto y sin comer, pese aquello verdadero de Brecht, "lo primero es el comer".
Y también prevalece aquello de, hay que desligarse, distanciarse de todo aquel que de uno discrepe, en lo de cómo llegar al cielo y las características de este, porque sólo eso les convierte en enemigos. Son de otra religión y de un cielo diferente. El modo de concebir el cielo y el cómo llegar a él, es asunto de pocos y no de la humanidad toda.
De nada vale que millones de seres humanos estén de acuerdo en lograr unas metas que les favorecen y por estar de acuerdo y lo saludable de ellas se hacen realizables, porque a los seres pensantes de lo abstracto, lo estratégico y más preocupados por el cielo que la tierra, esos que llaman dirigencia y hasta vanguardia, aquellas cosas les parecen minucias.
Un viejo compañero, una vez daba un discurso en un barrio de Pto. La Cruz donde la pobreza estaba por demás acumulada. Contó que hablaba a una buena cantidad de gente en un acto de campaña electoral. Les hablo del cielo, del bienestar del futuro, de los ángeles que asumen el control o el manejo de todos, de la pureza que allí encontrarían y se sintió al final lleno de felicidad, como si hubiese logrado el milagro de, mientras hablaba, con todos ellos, ascendía a los predios del señor.
Al regresar de aquel acto, pensó un instante, todavía con la alegría que le embargaba mientras se halló rodeado de nosotros, sus amigos y compañeros y de repente, habló a todos nosotros y dijo:
Creo que debemos revisarnos. Vengo de una reunión donde a mis oyentes hablé del cielo, de una nueva vida y hasta de la isla de Jauja. Ellos se limitaron a escucharme, con la misma actitud de los creyentes en los templos y, al final, no percibí alegría ni entusiasmo. No hubo aplausos, ni acercamientos de gente triste y agobiada. Mientras creí que mientras hablaba era escuchado por aquella gente que no levantaba su mirada dirigida a mis pies. Pensé de aquella actitud que me escuchaban atentos y digerían cada una mis palabras y razones. Les vi como subir conmigo al cielo. Estaban dispuestos a seguirme
Ahora, al llegar aquí y sentarme en este banco, he sentido mis pies húmedos. Mis medias empapadas de agua y mis zapatos mojados y sucios. Siento que un nauseabundo olor a estiércol se desprende de mi cuerpo todo; ese mismo que me entró por los pies. Y es ahora cuando me he enterado que, mientras hablada a aquella gente, que se mantuvo de mi alejada, sin atreverse a dar un paso al frente con la cabeza baja y la mirada dirigida a mis pies, que yo entendí como la actitud de los fieles en el templo y ante el sumo sacerdote y también de los soldados formados en fila frente al comandante que les arenga al combate, las aguas provenientes de las cloacas rebosadas del barrio habían llegado hasta mis tobillos.
Entre este cuento de mi amigo y compañero y el siguiente de la célula campesina, hay muchos años de distancia. El primero fue casi en los tiempos de mi adolescencia, el segundo, ya en la edad madura. Pero el lector verá al mundo como petrificado.
Pero ahora en mi vejez o mejor ancianidad, me angustia que sigamos con el mismo cuento.
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En la reunión de una célula campesina de un partido de la vieja izquierda, en una aldea sucrense llamada Barbacoas, allá por los tiempos presidenciales de Rómulo Betancourt, por supuesto bajo la más estricta clandestinidad, entre los oradores, caraqueños visitantes, abundaban las citas sobre Marx, Engels y Vladimir Ilich. Y ellas eran singularmente precisas; no estaban limitadas a frases, con todo y signos de puntuación, sino que también se agregaba el nombre del texto y la página. Obviaban la editorial, porque suponían que los oyentes conocían bien su partida de nacimiento.
Y el asunto que trataban estaba relacionado con el crecimiento del partido en aquella dispersa población campesina y, desde luego, el cómo hacer para ganar adeptos.
Un viejo militante vecino de la aldea, pidió la palabra, se levantó con parsimonia del taburete que le servía de asiento; sin levantar la cara, habló de las costumbres de la gente que por allí vivía, sus penurias, aspiraciones y pidió ideas específicas y sencillas para trabajar sobre aquella realidad. Para terminar, lo hizo con la siguiente frase, "como dijo Lenin, lo que no cabe en una mara grande, cabe en dos más pequeñas".
Después de oír aquel discurso, decretaron un receso. Esto lo aprovechó uno de los "académicos" visitantes para interrogar al viejo campesino.
Por favor, dígame ¿dónde encontró esa frase de Lenin?
El interrogado esta vez levantó la cara, miró de frente a su interlocutor, le posó el brazo derecho con ternura sobre el hombro izquierdo y pausadamente respondió: "en ninguna parte. Eso lo dije porque bien lo sé. Forma parte de mi vida y la aplico con frecuencia. Pero como ustedes hablan de cosas que vienen en los libros de los cuales nada conocemos, poco dicen de nosotros y en mi opinión no nos sirven para lo que aquí debo hacer, no quise pasar por más pendejo. Si me hubiese atribuido la frase, usted no estaría ahora interrogándome".
"Inventamos o erramos", dijo el maestro Simón Rodríguez. Lo citamos, le llamamos el maestro Robinson y luego lo olvidamos. O por lo menos no sabemos qué hacer con eso. ¿Qué hacer? Se interrogó Lenin, pero para abordar los problemas del partido bolchevique.
¿Qué hacer? Es la interrogante que nos debe motivar para "inventar", en el mejor sentido robinsoniano, el "Socialismo del Siglo XXI".
El qué hacer por el proceso, sus tareas, no se puede circunscribir a los adocenados círculos de intelectuales o muy cultos centros académicos puestos de moda, que repiten frases y nombran personajes de lustre, pero que poco tienen que ver con la vida cotidiana. A ésta, la dialéctica, la ciencia, como suele decir Chávez, pueden aprehender si ponemos al pueblo, a la gente, sin cartillas ni discursos ininteligibles a participar protagónicamente. Esto no niega el rol de los académicos, pero nunca deben éstos sustituir al total de quienes viven la vida. No es con discursos "sesudos", pletóricos de citas aprendidas de memoria, que hablan de una "ciencia" o una varita de virtud, como se encuentra el camino de la vida o se capta el ritmo del movimiento, sino que mentes y manos multitudinarias apropiadas de la ciencia, manejen con sensatez y ponderación las herramientas, entre éstas la "rosa de los vientos".
No puede repetirse lo que al pueblo todo una vez le sucedió o lo que al General Aureliano Buendía y a su compadre Gerinaldo Márquez.
En cierta oportunidad, el primero interrogó al segundo;
¿Por qué estás peleando?
"Por qué ha de ser, compadre, por el gran partido liberal", contestó sin titubear Márquez al gran jefe guerrero de Macondo.
"Dichoso tú que lo sabes", respondió Buendía.
Y agregó que él, solo estaba en la guerra "por orgullo".
"Eso es malo", comentó el coronel Gerineldo Márquez.
"Naturalmente", dijo Buendía: y agregó, "Pero en todo caso, es mejor eso que no saber por qué se pelea". "O que pelear como tú por algo que no significa nada para nadie".