La crítica bien argumentada, la práctica y la teoría revolucionaria

En el ámbito de las propuestas revolucionarias socialistas y/o comunistas siempre se ha alegado que la crítica bien argumentada hace avanzar la práctica y la teoría revolucionarias. Esto nace generalmente del hecho que los dirigentes de estos procesos, aún de aquellos que apenas se están incubando o que se hallan, sencillamente, expuestos en un plan teórico, no escapan de la influencia de la ideología dominante, es decir, se hallan condicionados o aleccionados por ésta, repercutiendo en su modo de actuar y de pensar. Hasta los menos empapados en el tema reclaman el derecho a ejercer el derecho a la crítica, convencidos de que es parte importante para el avance revolucionario, así sea para llamar la atención, pero sin realizar aportes de interés que coadyuven a su logro. Sin embargo, cuando dicha crítica se presenta sustentada en argumentos de peso suscita reacciones que debieran equipararse a ella, de manera que exista una posibilidad de análisis, recomendaciones y enmiendas que sí pueda contribuir a que se concreten los objetivos trazados. Esto exige, por supuesto, una alta madurez política y una comprobada formación de conciencia revolucionaria (en síntesis, una ideología revolucionaria) que faciliten efectuar debates que, por la naturaleza de los temas a ser abordados en cada momento, no puedan concluirse en una simple resolución; siendo necesario que se mantengan a través del tiempo, de modo que haya una evaluación más objetiva.

«El poder es el objetivo estratégico sine qua non de las fuerzas revolucionarias y todo debe estar supeditado a esta gran consigna», afirmaba el Che Guevara en su artículo de 1962 «Táctica y estrategia de la Revolución Latinoamericana». Sin embargo, muchos de quienes se hacen llamar revolucionarios no se esfuerzan en hacer realidad este objetivo estratégico. Algunos, por simple inercia, habituados a que las dirigencias políticas determinen el rumbo de lo que consideran como revolución. Otros, por la ignorancia que los envuelve, incapaces de liberarse de la ideología dominante que no les permite una comprensión de lo que este mismo objetivo estratégico significa, no solo para su pueblo sino para el resto de los pueblos del mundo. Y, otros, por hallarse envueltos cómodos en las redes del clientelismo político, a sabiendas que no existirá ninguna revolución si persisten las viejas costumbres conservadoras a ser eliminadas. Mientras todos éstos asumen una posición personalista, la crítica bien argumentada de otros, quizás una minoría intelectualmente más avanzada, es desdeñada, pretendiéndose con ello invisibilizarla y, por tanto, eliminarla por completo del escenario político, evitando su efecto subversivo entre las masas.

En referencia a este tema, en diferentes ocasiones Hugo Chávez exhortó a sus seguidores a mantener una crítica y una autocrítica de mayor envergadura, en debates públicos que ayudaran a que la gestión gubernamental fuera eficiente, oportuna y transparente mientras, como consecuencia, el pueblo adquiría una conciencia social revolucionaria mediante la cual fuera capaz de asumir el protagonismo y la participación garantizados por la Constitución y las leyes del poder popular. Sin embargo, esta práctica se fue distorsionando de manera paulatina hasta desembocar en meros actos de aclamación de poco o nulo contenido ideológico, los que representan una anulación del proyecto revolucionario bolivariano originalmente concebido. Con la especial particularidad de existir, según se deduce de estos, unas clases sociales sin lucha de clases, lo que explica - hasta cierto punto - que haya una lucha ideológica apenas profundizada, diferenciando a una de la otra; cuestión que fuera asomada de forma violenta, racista y subordinada a los intereses de Washington por las clases media y alta en contra de las mayorías populares, a quienes, por otra parte, han despreciado, ignorado y excluido siempre. Esto, de igual manera, se evidencia entre quienes integran el círculo (bastante cerrado) del chavismo dirigente y la amplia base popular gobernada. Es algo que, en su momento, reveló el Comandante Chávez, haciendo el énfasis especial en la necesidad revolucionaria de la movilización, de la organización y de la formación ideológica del pueblo en oposición a la desidia y a la corrupción de los gobernantes. Así que, en lo que respecta a Venezuela, Chávez sería una pieza importante a tomar en cuenta cuando se entable cualquier debate orientado a mejorar las cosas existentes; no obstante la negativa a admitirlo, despojando al Comandante de su carácter iconoclasta e ignorando sus directrices para hacer del proyecto revolucionario bolivariano una realidad en construcción colectiva permanente.

Por ello es importante comprender que las fracciones y las capas de clases sociales existentes se distinguen de acuerdo al rol que ocupan en las relaciones económicas y el que cumplen en las relaciones políticas e ideológicas. Ellas podrían causar la polarización y las alianzas de clase que, de vez en cuando, marcan la historia de cualquier país. No es cuestión nada más de establecer una distinción en blanco y negro si no se profundiza la comprensión de lo que cada una de ellas representa, de manera que se dé el nacimiento de un proyecto auténticamente revolucionario y no (como ha ocurrido habitualmente) reformista. Su consecuencia tendría que ser la producción de una cultura emancipatoria bajo la cual actúen y piensen aquellos que aspiren transformar el orden vigente. Gracias a esta, la crítica bien argumentada hará avanzar la práctica y la teoría revolucionarias, del modo que se espera que ocurra y no como algo que sucederá (algún día) por circunstancias providenciales o deterministas; o que, sencillamente, tengan lugar sin confrontaciones, rupturas, ascensos y retrocesos de todo tipo.



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Homar Garcés


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