Algo más sobre la ultraderecha venezolana: su necropsia

Aunque ya se había dicho de mil maneras, tomando en consideración su nula capacidad de convocatoria como maquinaria política, la muerte de la ultraderecha política en Venezuela hoy se hace oficial con las declaraciones del gobierno de Donald Trump, quien, tajantemente, señaló que no aspira a cambios en el poder político de Venezuela.

Es sabido que esa ultraderecha de María Corina Machado y Edmundo González trabajaba en un plan conspirativo concreto desde 2024, pasando por las elecciones, siguiendo con acciones violentas desestabilizadoras, para finalizar en enero de 2025 con el derrocamiento de Nicolás Maduro en ocasión de su investidura presidencial.

Para sus propósitos defenestradores, en lo que concierne al sabotaje electoral, hizo la tarea. Es decir, logró empañar internacionalmente el resultado de las elecciones hackeando el proceso del Consejo Nacional Electoral (CNE), instrumentándole un ente de escrutinio paralelo (Súmate), burdamente falsificatorio. Así precipitó la figura de Edmundo como presidente electo, exiliada, pero en reserva para una sincronización de eventos que tendrían que haberse desarrollado a principios de enero.

En cuanto a desestabilización con hechos violentos, derribó esta ultraderecha unas cuantas torres eléctricas y detonó algunas explosiones en las instalaciones petroleras. Pero falló en lo que no puede fallar una organización política para acceder al poder de manera más o menos democrática: poder de convocatoria. María Corina Machado y Edmundo González jamás tuvieron gente más allá de la farsa mediática que pone y quita imágenes, y contrata mulas propagandísticas y palangristas.

El corazón del asunto es que todo este esfuerzo conspirativo, con el parto de Edmundo como presunto presidente, los actos de terror y millonarias concentraciones de militantes, lo apuntaló la ultraderecha para recoger su fruto con el apoyo final y fundamental de Donald Trump como presidente de los EE. UU.

El 9 y 10 de enero, con Nicolás Maduro juramentándose, como señal en el cielo para iniciar el reloj de los acontecimientos, explotaría la ultraderecha un helicóptero en pleno vuelo, volaría con C4 un fuerte militar y, como efecto recapitulativo de lo anterior, inundaría las calles con manifestantes deseosos de un cambio político. Como corolario, teatralizando un secuestro que delineara al “régimen” como un monstruo violador de derechos fundamentales, María Corina Machado se ofreció para que la capturaran unos funcionarios policiales. El plan final fue mantener a una Venezuela en vilo, sumida en una especie de barbarie política para cuando asumiera Trump.

Pero, como es regla en los crímenes “perfectos”, no contó la ultraderecha con los avezados cuerpos de seguridad del Estado que, paso a paso, le desarticuló el plan. La gruesa táctica de los influencers de decir a los cuatro costados que habría señales en el cielo fue un elemento que recogió la inteligencia para empezar a desenmarañarlos. Nada explotó (había también planes de volar un vagón del metro de Caracas) y no hubo señal para nada; la gente no acudió a ningún llamado para marchar más allá de unas dos mil personas; y el procurado secuestro de una victimizada lideresa jamás paso de ser nomás que una parodia de un rostro dopado contando un cuento de carteritas azules.

Mientras tanto, Edmundo González desde el exterior ardía en deseos de llegar a una mega concentración política que lo recibiría como héroe, pero, como se dijo, jamás hubo la señal de explosión ni en el cielo ni en ninguna otra parte.

Así el cuento, llegó el esperado momento de la juramentación de Trump, pero Venezuela estaba tranquila. Posteriormente, casi a la velocidad de la luz, Trump sentó a su enviado especial Richard Grenell con Nicolás Maduro para hablar de petróleo, negocios, detenidos gringos e inmigrantes, desmoronando las ansias golpistas de los complotados, asombrándolos con el gesto.

Lo que tanto había esperado la ultraderecha llegó, en efecto, pero llegó judicializándola por ladrona, desarticulándole su fuente de ingresos (USAID), sin decir por ninguna parte que derrocaría a Maduro ni que andaba involucrado en ninguna revolución de ninguna sociedad civil por la libertad de nadie. Llegó Trump, sí, pero no preparado para ninguna fiesta de fuegos artificiales; y en el caso de que preparado estuviere, no había a la vista ninguna Venezuela en llamas.

Por el contrario, un poco más adelante, el 22 de febrero, a un mes de su posesión presidencial, su gobierno declara oficialmente la defunción de este grupúsculo político venezolano a través del enviado especial para Venezuela: su gobierno no está interesado en cambiar a Nicolás Maduro como presidente de Venezuela y, como guinda del pastel, el funcionario se permite agregar de manera entusiasta que el 31 de enero, cuando vino a Venezuela, es el día más importante en su carrera como diplomático.

 


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Oscar J. Camero

Escritor e investigador. Estudió Literatura en la UCV. Activista de izquierda. Apasionado por la filosofía, fotografía, viajes, ciudad, salud, música llanera y la investigación documental. Animal Político https://zoopolitico.blogspot.com/ https://www.tiktok.com/@comentario_politico?_t=ZM-8tvLQcVBhNX&_r=1

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