Uno de los defectos recurrentes más visibles del actual proceso revolucionario bolivariano en Venezuela, puesto de manifiesto tras cada coyuntura superada, casi siempre por iniciativa de Hugo Chávez, a excepción de los dramáticos momentos padecidos por el país una vez que los sectores reaccionarios causaran el golpe de Estado del 11 de abril de 2002 y fueran derrotados por las masas populares sin armas en las calles; es la falta de un avance más decidido, más audaz y más contundente que impida cualquier tipo de desestabilización que atente contra las libertades públicas de la mayoría de los venezolanos y las venezolanas. Se excede la confianza en que la reacción escuálida carece de fuerza efectiva y del apoyo del pueblo. Esto se convierte en estímulo para la mentalidad fanática y disociada de los grupos oposicionistas en su afán por recuperar el poder perdido y así desmantelar todo lo logrado en esta última década en materia política, social, cultural, económica y militar, retrotrayéndonos a etapas y estructuras del pasado que sólo beneficiaron a una minoría antidemocrática, a pesar de sus discursos “democráticos”, creyendo además que el hostigamiento mediático a que someten al gobierno chavista cada día, más la propaganda deformante que mantienen a nivel internacional, dará como resultado el derrocamiento seguro de Chávez y el aborto del proceso bolivariano, anhelando -incluso- la intervención militar del imperialismo yanqui.
Todas estas cuestiones, las cuales debieran constituir un acicate para extender y profundizar a{un más los logros revolucionarios, sobre todo cuando se habla de una explosión del poder popular a través de los consejos comunales y de otras instancias organizativas de inspiración y de sustentación colectiva, habida cuenta de los objetivos reales perseguidos por los sectores derechistas en Venezuela, con apoyo evidente del régimen estadounidense. Las iniciativas en este sentido chocan frontalmente con quienes dirigen el Estado venezolano, no obstante su autoproclamado adhesión, rojo de por medio, al proceso de refundación republicana que lidera Chávez. Muchos de ellas no traspasan, lamentablemente, las fronteras locales, sin originar, de este modo, cierta uniformidad en cuanto a metas, metodologías y experiencias que hagan realidad la revolución. Mientras no sea activado a plenitud el poder constituyente del pueblo, obligando a transformar radicalmente el Estado burgués vigente y a propiciar el cambio estructural que definiría mejor la propuesta del socialismo del siglo XXI, esta realidad seguirá igual.
Muchos de los chavistas y revolucionarios están claros en que todo ello debiera asumirse para concretar y orientar correctamente el proceso revolucionario bolivariano, despejando de manera definitiva las diversas amenazas existentes. Sin embargo, su comportamiento nos recuerda lo que denominamos la filosofía de los zamuros, quienes debaten y deciden en tiempos de lluvia la construcción de nidos o casas donde guarecerse, pero que, al llegar el verano, ya no lo creen necesario hasta que se vuelven a presentar las mismas circunstancias climáticas, en un ciclo repetitivo interminable. Algo similar les acontece a los grupos sociales y políticos que respaldan el proceso revolucionario venezolano, dispersos la mayoría de ellos en un archipiélago que conspira contra la unidad teórica y activa que debiera caracterizar a este proceso en todo minuto. Esto produce algunas fisuras que buscan ser aprovechadas por los reaccionarios, jugando al desgaste del proceso revolucionario y magnificando las fallas existentes, de forma de colocar una cuña en el sentimiento popular que acompaña al Presidente. Todos coinciden respecto a la necesidad del debate de ideas, del ejercicio diario y efectivo de la democracia protagónica y participativa, de enfrentar al imperialismo estadounidense, de sustituir las viejas prácticas heredadas del partidismo representativo por la toma de decisiones de las bases, de luchar contra la corrupción, por el socialismo y por las reivindicaciones socio-económicas de las masas y de contribuir con su toma de conciencia y su respectiva organización revolucionaria. Nada más que la práctica es todo lo contrario, reaccionando solo ante las eventualidades propiciadas por los grupúsculos desestabilizadores y ante algunos lineamientos del Presidente Chávez, sin lanzar ni sustentar una iniciativa revolucionaria que pueda trascender las condiciones de inestabilidad, de acoso permanente y de coexistencia con el reformismo que caracterizan al proceso bolivariano en su fase actual. Esto no niega que algunos revolucionarios lo estén haciendo o lo intenten en un futuro, pero es la norma generalizada, a la espera de que así lo determine Chávez o lo establezcan las leyes. Entretanto, es un imperativo la adecuada formación revolucionaria y el conocimiento sistemático de lo que es el socialismo, ya que ello permitirá que la conducta revolucionaria esté compaginada con una auténtica conciencia revolucionaria en lugar de hacerse reflejo de la filosofía de los zamuros.