El camino a la economía socialista

Hasta ahora, la propuesta venezolana del socialismo en el siglo XXI se basa –fundamentalmente- en la consecución de tres ejes o elementos básicos: el Bien Común, la producción social y el poder popular. En torno de los mismos orbitan el cambio estructural del Estado y de la sociedad misma, la solidaridad, la igualdad, el respeto a la soberanía, la inclusión social, la pluripolaridad internacional, el antiimperialismo, la integración latino-caribeña y el desarrollo endógeno, entre otros aspectos o condiciones no menos importantes que, en conjunto y de manera óptima, preludian la conformación de un nuevo orden social, económico y político, asentado principalmente en la toma de decisiones por parte de las amplias mayorías populares. Éste es el norte al cual conduce este nuevo socialismo, puesto que la incorporación protagónica y decisiva del pueblo hace que el mismo se diferencie en mucho a los modelos elaborados en, por ejemplo, Europa del Esta, incluso, en Cuba; no obstante las posibles referencias y experiencias coincidentes con aquellos. Aún así, es preciso adelantar que el rasgo anticapitalista atribuido a este socialismo en el siglo XXI impone que se comience por deslegitimar al capitalismo como sistema económico regente, ya que en el plano político la democracia representativa que lo acompaña y lo cobija está en franco retroceso frente a la desconfianza de los sectores populares y sus exigencias de participación y de protagonismo en los asuntos públicos. Esto requiere, necesariamente, una revisión profunda y objetiva de los aportes del materialismo histórico y de las experiencias que, en su nombre, se trataron de concretar en el pasado, a fin de evitar sus mismas desviaciones y desconstruir, realmente, las relaciones de producción capitalista y, con ellas, la alienación y la explotación de los trabajadores.

Resultaría contradictorio que, al igual como sucede con la democracia y el capitalismo que –llevados a su máxima expresión- se negarían, se hable de socialismo y se mantengan inalterables las estructuras capitalistas, ya que éstas son excluyentes y privilegian la ganancia por encima de la condición humana. Por supuesto, hará falta que la producción social tienda a diferenciarse de aquello que sólo beneficia a un pequeño grupo de privilegiados y guiarse por la obtención del Bien Común, lo que implica adquirir un nuevo tipo de conciencia, más solidaria, equitativa y humanista, en resumidas cuentas, una nueva espiritualidad que sirva de soporte a la ética y a la moral socialista. Quizás, en lo inmediato, haya que seguir la recomendación hecha por Heinz Dieterich de “construir un circuito económico productivo y de circulación paralelo al de la economía de mercado capitalista. La economía de las entidades estatales y sociales puede desplazarse paso a paso hacia la economía de valor y ganándole terreno al circuito de reproducción capitalista, hasta desplazarlo en el futuro. Dado que las escalas de valorización por precios, valores y, también, volúmenes son conmensurables, no hay rupturas en los intercambios económicos que podrían causarle un problema político al gobierno”. No obstante, tal economía socialista tiene sus escollos en la forma como la conciben muchos de los profesionales en funciones de gobierno, lo mismo que en la gente sencilla que se organizó en cooperativas o participa en la cogestión de empresas recuperadas por el Estado venezolano. No hay, por consiguiente, un recetario sencillo que facilite la implementación de tal economía porque mucho de lo que se prefigura (y se teme, sin sentido) tiene su origen en las experiencias del extinto socialismo real europeo, el cual no pudo o no supo desarrollar un modelo verdaderamente alternativo al capitalismo.

Se impone, entonces, superar los antagonismos existentes entre el capital y el trabajo, el valor de cambio frente al valor de uso, la apropiación privada capitalista frente a la alienación de los trabajadores, de tal forma que se pueda propiamente de socialismo. Si ello no es posible, en vista de lo arraigado del capitalismo en nuestras sociedades y mentes, es mejor que no se hable de socialismo y se acepte abiertamente al capitalismo, ya que el socialismo no podría existir de otra manera si nada más se atiende el eliminar o disminuir la propiedad privada de los medios de producción, olvidando las perniciosas relaciones de producción que alienan y cosifican a los trabajadores.


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Homar Garcés


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