Esto lo dijo magníficamente Eduardo Galeano en 2004: “¿Por qué será que el Che tiene esta peligrosa costumbre de seguir naciendo? Cuanto más lo insultan, lo manipulan, lo traicionan, más nace. Él es el más nacedor de todos. ¿No será porque el Che decía lo que pensaba? ¿Y hacía lo que decía? ¿No será por eso que sigue siendo extraordinario, en un mundo donde las palabras y los hechos muy rara vez se encuentran, y cuando se encuentran no se saludan, porque no se reconocen?” han transcurrido cuatro décadas de su asesinato en una humilde escuelita de Bolivia y todas las pretensiones por trivializarlo, haciendo de su imagen un icono pop aparentemente inocuo, resultaron inútiles, aun cuando su ideario político socialista ha permanecido -en algunos casos- opacado por su imagen guerrillera. No obstante, del Che Guevara hay muchas lecciones que extraer, especialmente en lo atinente a su persona como parte fundamental de la vanguardia revolucionaria de Cuba, tanto en su etapa insurreccional como en la etapa posterior de gobierno y de construcción de la nueva sociedad en su transición hacia el socialismo. Quizás en ello, en su pensamiento crítico, rebelde y renovador, estriba la permanente presencia del Che.
Internacionalista, antiimperialista, radicalmente socialista, humanista, arriesgado hasta despreciar la muerte, antiburocrático, solidario y dotado de profundos sentimientos de amor hacia la humanidad, Ernesto Che Guevara fue un impulsor decidido y modelo del hombre nuevo que deberá emprender el tránsito al socialismo, dominando simultáneamente la técnica y la ciencia con las cuales romper la perniciosa dependencia con las naciones capitalistas industrializadas., en especial, con Estados Unidos. Fue uno de los que detectó y criticó las anomalías y contradicciones del sistema económico socialista implantado en la Unión Soviética y demás naciones bajo su órbita imperialista, cuestión que derivó en un interesante debate con quienes defendían dicho sistema, el cual sería de mucho provecho repasar y estudiar a propósito de la tendencia revolucionaria neosocialista que recorre a nuestra América y tiene su epicentro en Venezuela. En este sentido, para el Che “la revolución no es, como pretenden algunos, una estandarizadora de la voluntad colectiva, de la iniciativa colectiva, sino todo lo contrario, es una liberadora de la capacidad individual del hombre”.
Che fue un acucioso observador de la realidad imperante en nuestra América, habiéndola recorrido en gran parte desde sus tiempos juveniles, contrastándola con sus lecturas iniciales y el accionar de los movimientos políticos que se decían entonces revolucionarios. Esto le permitió comprender la necesidad imperiosa del poder para hacer la revolución tantas veces postergada y traicionada. “El poder -según lo expresado por él en 1962 en Táctica y estrategia de la revolución latinoamericana- es el objetivo estratégico sine qua non de las fuerzas revolucionarias y todo debe estar supeditado a esta gran consigna”. Hasta el triunfo -armas en mano- de la revolución cubana, la mayoría de estas fuerzas se contentaron con alcanzar algunas reformas parciales, legitimando así el orden burgués existente. Sin negar del todo la vía electoral, el Che creía que “la misión de los dirigentes y de los partidos es la de crear todas las condiciones necesarias para la toma del poder y no convertirse en nuevos espectadores de la ola revolucionaria que va naciendo en el seno del pueblo”. Tal tarea debiera cumplirse en todo momento en sintonía con las masas, sin que ello significara un avasallamiento ni una manipulación, menos una desconfianza en relación a sus capacidades, ya que, de lo contrario, la revolución degeneraría en una caricatura, ocasionando frustraciones y retrocesos históricos imperdonables.
De igual manera, el Che cuestionó mucho la sobrevivencia de los mecanismos del capitalismo, como la ley del valor y el interés material individual, en la economía socialista calcada del modelo soviético. “Si a esto -afirmaría- se agrega el escolasticismo que ha frenado el desarrollo de la filosofía marxista e impedido el tratamiento sistemático del período, cuya economía política no se ha desarrollado, debemos convenir en que todavía estamos en pañales y es preciso dedicarse a investigar todas las características primordiales del mismo antes de elaborar una teoría económica y política de mayor alcance. La teoría que resulte dará indefectiblemente preeminencia a los dos pilares de la construcción del socialismo: la formación del Hombre Nuevo y el desarrollo de la técnica”. Che veía en tal contradicción, en un sistema donde se suponía eliminada la explotación capitalista, el principio de la corrupción, fundamentalmente de la dirigencia. Por eso mismo, estimuló el trabajo voluntario como una forma de reforzar la conciencia revolucionaria, siendo él vivo ejemplo de lo predicaba, al margen de su condición indiscutible de líder revolucionario, Ministro o Comandante de Cuba.
Por todo ello (y más), el Che siempre será el Che. La frescura y rebeldía de su convicción socialista, además de su actuación solidaria e internacionalista en contra del imperialismo donde quiera éste estuviera, logran que trascienda -siempre- el limitado marco referencial a que lo someten quienes sólo se contentan con evocarlo de vez en cuando. En beneficio de la revolución que habrá de abarcar la extensa geografía de nuestra América y, por qué no, también del mundo, su presencia permanecerá siempre.-