La contrarrevolución siempre permanece y se manifiesta cuando no se atacan y se minimizan a tiempo las deficiencias, las debilidades y los errores cometidos por la revolución. Quizás en ello influya el triunfalismo que arropa a no pocos revolucionarios que consideran la asunción del gobierno -no el poder- como algo definitivo., descuidando la formación de una conciencia positivamente revolucionaria en el principal soporte de toda revolución verdadera: el pueblo. Este descuido imperdonable desde todo punto de vista es siempre aprovechado por los grupos reaccionarios, puesto que muchas de las expectativas populares tardan demasiado tiempo en satisfacerse, causando desencantos, frustraciones y deserciones entre quienes, de uno u otro modo, auparon el cambio revolucionario. A ello contribuye en gran porcentaje la ineficiencia, la corrupción y la ineficacia de los burócratas de turno al mantenerse aferrados a los esquemas tradicionalmente manejados por el Estado y no animarse a romper paradigmas porque esto no lo permite la legalidad existente; lo cual convertirá a la revolución -más temprano que tarde- en una simple reforma al verse cobijada y deformada por la institucionalidad.
Junto a lo anterior, es bueno rememorar lo afirmado por Karl Marx y el Che Guevara en tal sentido. Para Marx, es imperioso “no hacer pasar de unas manos a otras la máquina burocrático-militar, como venía sucediendo hasta ahora, sino demolerla (…) y ésta es justamente la condición previa de toda verdadera revolución popular”. Esto lo refuerza el Che al manifestar que “si no se alcanza el poder, todas las demás conquistas son inestables, insuficientes, incapaces de las soluciones que se necesitan, por más avanzadas que puedan parecer”. Por ello mismo, la contrarrevolución mantiene enfiladas sus baterías en contra, precisamente, de cualquier revolución, por muy pacífica y apegada a las leyes que ésta resulte. Ella sabe que todas las dificultades que se le creen a la revolución en su camino a la consolidación incide, de una u otra manera, en el ánimo del pueblo sobre el cual se sustenta, en especial si parte de sus jerarcas están centrados en satisfacer nada más que sus intereses personales y se muestran inútiles en sus respectivas gestiones.
Hará falta en todo momento, por consiguiente, que el alto nivel de conciencia revolucionaria del pueblo se mantenga en movimiento, haciendo de ella el arma fundamental e imprescindible que facilite avanzar con mayor seguridad y de modo definitivo en lo que sería la profundización y asentamiento del hecho revolucionario en sí, convirtiendo en obsoletas las viejas estructuras heredadas y sustituyéndolas por otras más acordes con la nueva realidad en construcción. De nada valdrá conseguir el respaldo casi unánime del pueblo, si éste no se convierte en el verdadero protagonista de los cambios revolucionarios que se impulsan, ya que sería repetir la falta de confianza y el menosprecio que sufriera bajo el régimen de las elites del pasado. En la medida que la revolución deje de descansar sobre los hombros de un solo líder, expresándose en un liderazgo revolucionario colectivo sólido, no tendrá cabida la contrarrevolución. Esto debe reforzarse con una base teórica revolucionaria, a la par del rol político, social, cultural, militar y económico que le correspondería asumir al pueblo, de manera que la democracia contenga matices realmente revolucionarios y populares. Mientras no se le preste atención a esta cuestión tan primordial para la construcción revolucionaria, se corre el riesgo de que ésta se revierta, frustrando así las expectativas populares. Éste es un error común en la historia de las revoluciones, lo que podría evitarse si se consideran sus fallas y debilidades, marchando en dirección contraria a la seguida por aquellas, siendo originales en la construcción revolucionaria de la sociedad y teniendo al pueblo como su principal soporte y guía.-