Hay que evadir la idea de que perdimos por la abstención

Reflexiones sobre una derrota

Comiéncese por lo primigeniamente esencial: ganó el no, perdió el sí. Felicitaciones sinceras a los que seriamente se comprometieron con esa opción; celebren su triunfo y ojalá sepan explotarlo políticamente con sentido país.

Los revolucionarios debemos evadir esa idea anodina y dialécticamente anestesiante de que perdimos por la abstención. En absoluto, nos derrotaron en buena lid y punto. Ese es un argumento en lo táctico que ya no tiene ningún sentido, pues la contienda ya transcurrió. Ahora debemos concentrarnos en estrategias que nos fortalezcan para los próximos escenarios y cómo debemos encauzarnos para crear otros nuevos que nos sean favorables.

Es bueno recapitular en varios aspectos de la reforma que serán postergados para otro momento, el cual, ojalá, no sea por mucho tiempo. Me parece ahora, y no antes, el momento más apropiado, porque lo más curioso de todo este proceso es que la oposición visible jamás los discutió. Digo la visible, porque la verdadera oposición, la que en realidad se benefició con esta derrota, permanece oculta.

(1) La reforma contiene varios cambios profundos esenciales para un estado socialista. Principalmente, vale la pena destacar los nuevos modos de propiedad y la prohibición de los monopolios, así como, en el plano individual, la obligatoriedad de la seguridad social para todo ciudadano y la reducción de la jornada laboral, que conlleva más empleo y que debe redireccionarse hacia otros espacio geográficos. Es falso que esto se pueda instrumentar con leyes porque los poderes económicos que, por ejemplo, tienen que pagar la seguridad social, se amparan en derechos constitucionales para no hacerlo. Pudiera ser posible que las seis horas de trabajo se instrumenten por ley (a la cual de seguro habrá oposición de los poderes económicos), pero al no tener rango constitucional pueden derogarse fácilmente. Teodoro, por ejemplo, jamás hubiese podido raspar las prestaciones con esta reforma vigente.

(2) Quizá el aspecto más cuestionable de la reforma ataña a lo que ella considera la explosión del poder popular. En efecto, por su carácter "inédito" (entre comillas porque sí se presenta en culturas que no son occidentales) es delicado e incierto lo que ocurrirá al darle tanto poder al pueblo. Hay, empero, dos aspectos que merecen señalarse. El primero es que el poder popular pudiera romper la hegemonía de los poderes económicos y esto definitivamente sí sería revolucionario; poderes económicos que restringen a todo el pueblo, incluido el presidente. El segundo, para mí el más importante, es que no parece posible forjar una nueva sociedad, en el sentido cultural, a partir de jerarquías verticales. Si se quiere aludir a la historia, entonces miremos a los europeos, quienes han pagado con sangre y siglos alcanzar sociedades con rasgos socialistas, pero en las cuales indefectiblemente han surgido hegemonías económicas que son las que en realidad gobiernan.

Es en el poder popular donde el hegemón económico concentró su ataque, encubierto en falacias como que se eliminaría la propiedad privada, se conculcarían derechos individuales, se adoctrinarían a los niños, etcétera.

(3) Otro aspecto cuestionable de la reforma, quizá contradictorio, es que el principal vehículo ejecutivo se concentra en la nueva distribución geopolítica. La gran ventaja de la nueva geometría es que posibilita, aunque no garantiza, el "desarrollo" de zonas muy potencialmente generadoras de riqueza que están abandonadas. A su vez, esto plantea también una solución "espontánea", en el sentido de que sería mucho menos traumática, a los cinturones de miseria y de sobre población que tienen muchas de nuestras ciudades. En esto, la reforma también es altamente revolucionaria.

Pero, aparte del problema educativo que ya se señalará, la debilidad de la nueva geometría es que parece ser destinada a adquirir más poder económico. No es que esto sea malo per se, todo lo contrario; el problema es que sin un nuevo hombre socialista, es muy difícil evitar que se forjen relevos hegemónicos. Pienso, intuitivamente, que el presidente entiende este asunto y que esa es su intención con el nombramiento de vice-presidentes. Pero el problema es el mismo que tenemos con él: dependemos muchísimo de él; y esto no se dice en el sentido del peligro por su presencia (ojalá y viviera para siempre), sino del temor de que un relevo no tenga la misma voluntad que él.

A la construcción de un estado socialista, de la explosión del poder popular, de la nueva geometría del poder, se antepone nuestra patente fragmentación cultural. Por eso, una de las grandes fallas de la reforma es que adolece de falta de rango constitucional en una acción educativa profunda. Esta no sólo es una falla de la reforma, sino de la constitución vigente, de las anteriores, del propio gobierno, y de todos los anteriores. En cierta medida, a pesar de todo lo que nos concentramos en el "desarrollo endógeno", seguimos pensando que el "desarrollo" estriba en la infraestructura material y organizacional, en detrimento del auténtico "desarrollo", el transformacional, o sea, ese "nuevo hombre" que los románticos, o sea, los socialistas, anhelamos y que es un nuevo ser cultural.

Lo que siempre ha sido muy llamativo de todo esto es que la oposición visible jamás discutió estos aspectos. En papel, hay una institución destinada para desentrañar lo que el pensamiento hegemónico pretende ocultar. La institución en cuestión se denomina Universidad. En este sentido, la ausencia de argumentos de fondo, no los superficiales, ni mucho menos los lugares comunes de la propaganda mediática, hace meridianamente patente, para nada latente, el fracaso de la Universidad. Pero es mucho peor, en este proceso se usó a la "Universidad" que, se insiste, ha sido destinada para iluminar al pueblo, con el propósito contrario de que ahora se es objeto, cual es ocultar y ensombrecer la verdad.

A la reforma educativa profunda que nos hace muchísima falta se le auna un cambio a la Universidad. En este último sentido, la reforma es muy mediocre.

¿Por qué estos aspectos de la reforma no fueron discutidos por la oposición? ¿Por qué se concentraron en lo superficial y baladí? ¿Denotan estas denuncias una incompetencia intelectual en la oposición? Para responder, los socialistas debemos asumir el efecto y la realidad que ésta nos impone; es decir, fuimos derrotados. La oposición no discutió estos aspectos por la simple razón de que les depararía en más compresión por el pueblo sobre las bondades de la reforma. Se concentraron en lo superficial porque eso oculta toda discusión a favor de la reforma. Finalmente, tenemos que asumir que hay un intelecto competente detrás de todo esto. Pero reiteremos una cosa: ese intelecto está oculto, probablemente detrás de los grandes intereses económicos que la reforma pretende eliminar. A esto hay que adjuntar la utilización de que ha sido objeto la Universidad, justamente el lugar donde se presume se encuentra la intelectualidad, en esa oposición superficial que efectivamente ocultó al pueblo la comprensión de la reforma.

Reflexionar sobre nuestra derrota sólo en la eficacia encubierta de la oposición acarrea el peligro de olvidar nuestros errores.

El dos de diciembre de 2007 nos cobraron errores tácticos que veníamos cometiendo desde hace unos meses de los que cabe mencionar la estructuración del PSUV y, sobre todo, la falsa creencia de que teníamos un partido conformado. Esperemos que las dirigencias asuman con humildad y verdad la apatía de esa noche del dos. Pero, siendo por lo táctico esta clase de error más contingente, no es allí donde debemos buscar nuestras debilidades. Debemos revisar la estrategia y allí tenemos serios problemas.

En primer lugar, la fragmentación, de la cual ya hemos discutido también es sujeto en el gobierno. Un indicio de ello se asomó claramente en los cambios ministeriales del nuevo período de gobierno en que prácticamente se cambió todo el tren ministerial; cuestión que con sentido se realiza cuando se quiere cambiar un rumbo, razón que no era el caso. Pero, más allá de los personajes, se encuentran las instituciones. No hay ninguna razón para pensar que la consagración de la instituciones vaya en detrimento del poder popular; todo lo contrario, éstas son esenciales para forjarlo. Por eso, más allá que los meros cambios de personalidades ministeriales, lo que afectó profundamente el forjado de la institucionalidad fue la fragmentación de los planes para acometerla. Un caso emblemático, por ejemplo, entre muchos, es la reforma policial, sepultada y jamás vuelta a nombrar. Casi lo mismo ocurrió en el resto de los ministerios.

En segundo lugar, se agravó la desarticulación inter-institucional al extremo de encontrar instituciones que en unos casos redundan el trabajo de otras, en otros hacen trabajo que no le es de su competencia y, lo peor, a veces compiten entre sí, deslealmente, como en los tiempos neoliberales.

En tercer lugar, quizá explicativo de los dos problemas anteriores, se encuentra la ausencia, con sus dignas excepciones, de discusión política dentro de las instituciones del gobierno. Peor aún, en ocasiones, no excepcionales, se nombran a personajes completamente ajenos, descomprometidos, con nuestro sentido político. Casos que vienen a la memoria los encontramos en PDVSA o en cuadros ejecutivos; en la ocurrencia, el nombramiento de un opositor manifiesto en la UNEFA quien descaradamente obra contra la política del gobierno.

Otro asunto, y quizá aquí es donde esté nuestra gran debilidad y en dónde debemos concentrar nuestros esfuerzos, es en la crítica. Hay dos ángulos por donde estamos fallando. El primero es nuestra poca capacidad para aceptar la crítica interna. En esta debilidad influye mucho la debilidad de carácter, a veces rayana en la cobardía, que muchos tenemos para afrontar el error. En nuestras filas, no se encuentra ninguna expresión de disculpa o de admisión de error; mucho menos, por supuesto, de responsabilidad; ni política ni ejecutiva. En esto se aporta como evidencia la ausencia de dimisión de algún cargo político o ejecutivo. Al contrario, parece que cuando un camarada es confrontado a la crítica, que cuando le es mostrado un error, éste se aferra más a él. Un caso que viene a la memoria es la actitud del ex-gerente del distrito tecnológico de PDVSA ante los cuestionamientos de construcción de su sede en una zona ambientalmente protegida. Como ese, hay muchos más.

El otro lado de la crítica ocurre del lado emisor. En este aspecto, nos sigue dominando el personalismo, esa manía pueril de criticar al mensajero y no al mensaje; de condenar lo que se dice y no lo que se hace; de sólo cuestionar la acción per se sin mirar su consecuencia.

En resumen, estamos intercambiando el objeto de la crítica con el personaje. Se confunde el qué es una idea, con quien la emite; el cómo se hace una cosa con quien la hace. En esto, quizá influya mucho ese cientificismo, esa manía de mirar la política como un problema físico-matemático, que en el pasado mucho daño le hizo al marxismo. Y esto no desdeña en absoluto el precioso valor de las ciencias exactas.

El mundo de nuestra época es muy complejo y vasto en quehaceres. Esa es otra razón de más por que la crítica tenga imperativamente que formar parte de nuestro proceso; por eso siempre debemos hacerla y escucharla, pues ella nos potencia una mirada más amplia en la complejidad del mundo. Sólo en colectivo se mira al colectivo.

Finalmente, hay una fuerte debilidad actitudinaria. Un hombre nuevo se desplegará no sólo en la renovación y consagración de las instituciones, sino en la modificación de unas y en la creación de otras nuevas en el sentido de que son inéditas. Por esa razón, cada revolucionario debe tener la disposición de aceptar un cambio de costumbres en el modo en que él se desenvuelva en una institución. Pero esta actitud es prácticamente ausente e indicio de ello lo encontramos en las reticencias que muchos tenemos para participar en acciones comunitarias. Otro ejemplo más ejecutivo lo conforma la pereza institucional con que se han acometido decretos como el de uso de software libre en la administración pública; en este sentido, es tristísimo ver a funcionarios ministeriales no sólo defendiendo el software colonial, sino propagándolo en la sociedad.

Así pues, camaradas, se nos hace necesario un proceso profundo de meditación, de humildad en el sentido de la tierra, de ese "humus". Hay que enterrarse y alimentarse de nuestras autóctonas raíces socialistas y revolucionarias.

Patria, Socialismo o muerte, ¡Venceremos!



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Leandro León


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