Este tiempo, quiera que no, la tradición le imprime un jalón de reflexión, de balance en negativo y de tristeza. ¡Recibimos tantas y tan variadas influencias en estos días! De un lado el capitalismo nos lleva como bueyes con un aro en la nariz a rendir culto al regalo, al consumo, a la miseria de la hormiguita confundida en rebaño de miserias que nuestros seres queridos demandan o saldremos aplazados en el examen del amor que yo aplazo, por cierto. Por otro lado, el ser interior, el que se mueve de los afueras a los adentros, el que siente que las mariposas vuelan lejos, ese otro, ese de carne, hueso, amor y dolor, ese se anda en sus cosas, cosas de cántaros rotos, de horizontes y arcoiris.
Asediado por mil diablos que no toman vacaciones, por ambiciones que no descansan y taconean la alarma. Alarma preñada de crueles adagios, aforismos sangrientos, feroces tormentas escondidas en nubarrones de aguinaldos y villancicos que parecieran querer adormecernos. El corazón pregunta, duda, interpela… ¿cuál es nuestra esencia? Tantas influencias nos conducen a veces a peligrosas perturbaciones del sentido de la vista. Son tantos los árboles y tienen caras de amigos y amigas, de camaradas y compatriotas que fácilmente podemos dejar de ver el bosque. Para muchos compatriotas ser revolucionario socialista evoca una cantidad de formas, una suma de ritos y fórmulas que muchas veces terminan por encubrir el núcleo simple y esencial del ser socialista. Cada árbol se imagina a sí mismo el bosque.
Yo estoy persuadido de que todo lo que es verdadero tiene una divina y clásica simplicidad. También la historia de los pueblos nos muestra esa tendencia: la verdad que simplifica y los hombres que complican. Los fariseos, aquellos tantas veces denunciados por Jesús, eran personas buenas, cumplidoras de las reglas, tan decididos a cumplir las reglas que llegaron a inventar hasta 635 preceptos para cumplir con su "amor a Dios". Cada uno de estos preceptos estaba saturado de la teoría básica de los mínimos imprescindibles para parecer sin llegar a ser. Es que la verdad era muy simple, contundente como una gran piedra, todo el amor que se complicaban en demostrar tenía un examen al que no querían o no podían enfrentarse: amar a Dios era amar al prójimo como a uno mismo.
El hombre enmaraña y complica, levanta muros y códigos que sólo él conoce con un solo fin: dominar y mandar, decía José Ortega y Gasset. El hombre una vez entregado al dios omnímodo del poder, del tener y mandar convierte la palabra y los gestos, no en el envoltorio material del pensamiento sino en la fórmula perfecta para mimetizarse diciendo y haciendo aquello que le conviene a sus tiranos intereses. Ser socialista tiene una raíz simple: Ser socialista es seguir, en ese andar de cada día, el camino del seguimiento a los valores de socialistas vividos intensamente. El socialismo exige fundamentalmente ese seguimiento y todo nuestro socialismo se construye cada día sobre nuestra respuesta a esta llamada interior. De modo que la verdadera esencia de lo que llamamos "espiritualidad socialista" se hace verdadera y presente en la fidelidad a ese seguimiento.
Ser socialista es caminar indignado ante cualquier injusticia que tenga por víctima un ser humano en cualquier parte del mundo y miren si hay hasta 4.000 millones de motivos para indignarse. Ser socialista es arremeter contra la injusticia por amor infinito a los que sufren. Ser socialista consiste en emprender esos caminos despojados del orgullo, el egoísmo y la vanidad. Así que no existen mil maneras de ser socialistas sino una básica e imprescindible en la cual todo se confirma: El seguimiento y la conversión al hombre nuevo. Un seguimiento que dará paz interior, satisfacción de humanidad vivida, pero que muchas veces exigirá sacrificio, dolor y entrega absoluta hasta de la vida misma.
La naturaleza intrínseca del ser socialista es, pues, relativamente simple, acaso demasiado simple para los mimetizados, los oportunistas, los que esperan recompensa por su "sacrificio" distinta a la gloria de haberse elevado hasta el escalón más alto al que puede elevarse la dignidad humana. Todo socialista verdadero (no hay otra forma de serlo) tiene que saber lo que supone este seguimiento, esta conversión al hombre nuevo sin la cual no podremos contagiar al mundo de otra cosa que no sean nuestras propias miserias. El Che, con su ejemplo, nos enseñó que adecuarse a los valores socialistas es arrancarnos los orgullos, los egoísmos y las miserias del hombre viejo para convertirnos en cuadros, apóstoles y misioneros del socialismo. Hay que experimentar con todo nuestro ser también, que la conversión al hombre nuevo es el fundamento de todo seguimiento; que debemos hacerlo en todas las esferas en las que nos desenvolvemos: el hogar, el barrio, la calle, el liceo, la universidad, la fábrica, el mercado, la vida social y política, etc. Una conversión al hombre nuevo que nos arranque de nuestras torres amuralladas de intereses, que abra las ventanas del alma, que nos lleve, no sólo ciertos días y en ciertos momentos, sino todos los días y todas las noches, todas las horas de nuestro tiempo a la conquista del socialismo que por amor queremos.
Conversión como su propio nombre lo indica supone converger hacia los valores de vida socialistas con todas nuestras fuerzas, toda nuestra inteligencia, toda nuestra voluntad y toda nuestra pasión. Es poner todas nuestras potencialidades en un esfuerzo total por la conquista para la humanidad entera del socialismo, conscientes de que sin socialismo no habrá humanidad. Es darle al proceso de nacencia del hombre nuevo su propia autonomía. Significa estar conscientes del dinamismo propio de esta conversión al hombre nuevo, un dinamismo que se verifica en la respuesta del día a día a las exigencias del compromiso. Exigencias que no esperan por actos magníficos, teatrales, televisivos, sino por el estilo de vida, por la cotidianidad junto, entre y por el pueblo. Un cuadro, un apóstol del socialismo tiene que ser justo, amable, cercano, humilde, generoso, diligente, disponible, firme… debe vivir como lo que es…"Ahora no sois hijos de las tinieblas, ahora sois hijos de la luz, vivid pues como hijos de la luz" esta afirmación de Pablo trasciende y supera todo racionalismo formalizante: los socialistas viven como tales o merecen –sin importar que tan simpáticos o amigos sean- ser tirados para que los pisoteen los cochinos. La afirmación evangélica es muy dura, yo no pediría tanto, sólo exigiría que se fueran, pero es que Jesucristo era un radical demasiado arrecho.
La Madre Teresa de Calcuta, una de esas radicales incómodas, decía…en la oportunidad en que viajaba de Calcuta a Londres acompañada de un periodista inglés. "Sería una hipócrita si buscara a Jesús en el culto, en los actos, en la eucaristía, y luego lo ignoro en el hermano vivo y sufriente que se encuentra en la calle abandonado". Un socialista verdadero (disculpen la reiteración porque no hay otra forma de serlo) tiene que atornillar en su corazón estas dos reglas de oro: Socialista por amor al pueblo y al pueblo por amor al socialismo. Cualquier otra salida, camaritas, es reduccionismo simple. En nuestros hombres, mujeres, niños y niñas servimos nuestras ideas. A ellos nos debemos ofrecer como sacrificio de suave olor a patria, a gloria, a humanidad, a libertad y a justicia.
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