Con un revés traumático a cuestas y la urgente necesidad de contar con una organización política comprobadamente revolucionaria, el proceso revolucionario venezolano requiere ahora hacer de la crítica y de la autocrítica dos de sus herramientas fundamentales para entender la realidad que ha venido propiciando en Venezuela, al mismo tiempo que se sirve de ellas para proyectar escenarios favorables que estén entroncados con las expectativas de las masas populares, de modo que se concrete la construcción de un modelo socialista diferente, afincado en la democracia directa y el poder popular. Ambas herramientas deben asumirse con todos los riesgos e inconvenientes que generen, ya que han sido obviadas a favor del interés de cierta clase dirigente, cuya meta principal es posicionarse alrededor del poder, pero sin plantearse con seriedad el hacer una verdadera revolución en Venezuela. Esto podría calificarse como un atentado o una oposición velada al proceso bolivariano, como lo sufrieran muchos que osaron criticar o advertir alguna desviación o hecho cuestionable en las filas revolucionarias, condenándoseles de antemano y sin argumentos valederos, contrariando los postulados que corresponden a una democracia participativa y protagónica.
Esto, para quienes manejan los esquemas excluyentes y prepotentes del sectarismo, resulta una herejía imperdonable, sólo permitida mientras no sean afectadas sus posiciones. En cambio, para el verdadero revolucionario, la crítica y la autocrítica son esenciales para conocer y enmendar el rumbo seguido, objetivamente hablando, permitiéndose revisar la estrategia y las tácticas utilizadas, así como también la pertinencia del liderazgo revolucionario. Esto sería lo ideal. No obstante, muchos las eluden bajo la falsa premisa que las mismas causarán daños irreparables al proceso revolucionario, logrando postergar los debates serios y objetivos que ya debieran ser una costumbre desde sus bases militantes, haciéndolo más participativo, dinámico y más revolucionario a medida que se implanta y se extiende a todas las esferas posibles, con sus responsabilidades y deberes, pero sin menoscabar los derechos individuales de cada quien. Por eso, luego del referéndum del 2 de diciembre, este proceso urge que se le haga una crítica descarnada para alcanzar una comprensión positiva de lo hecho y lo dejado por hacer; como asimismo promover una autocrítica que deje aflorar las deficiencias, las fortalezas y las oportunidades en su camino de consolidación, especialmente en lo que tiene que ver con la propuesta del socialismo y el nivel de compromiso de quienes se dicen sus impulsores y seguidores.
No será un proceso de decantación fácil de lograr, ya que se arrastra un largo historial de alienación y de “cultura representativa” que se manifiesta con vigor en las mismas estructuras del Estado venezolano, con una burocracia atenta a sus propios intereses y unos sectores populares que, habiéndose empoderado de lo que es la democracia participativa y protagónica, no encuentran todavía un nivel de lucha y de organización propios sin que exista algún nivel de dependencia con las diferentes entidades oficiales y liderazgos emergentes. De ahí que el nuevo escenario de lucha de la gente progresista y revolucionaria tendrá que darse también en este plano. Para ello es cardinal que se trabaje sin descanso, sin esperar remuneración alguna, en función de una madurez política y de una conciencia realmente revolucionaria entre quienes militan en el proceso bolivariano, de manera que todas las estratagemas de la reacción interna y del imperialismo yanqui no puedan socavar sus cimientos y se consiga, en consecuencia, acelerar el cambio estructural que entraña la puesta en práctica de los ideales del socialismo en tierra venezolana. Sería una revolución cultural, centrada en la erradicación de aquellos paradigmas que sostuvieron por largas décadas a una clase dominante, cuyos intereses -a pesar de su desplazamiento- siguen estando estrechamente entrelazados con los de sus “preceptores” estadounidenses. Esta representaría una etapa quizás más importante y crucial que las precedentes en el desarrollo del proceso revolucionario bolivariano, puesto que -más allá de la labor gubernamental cumplida o por cumplirse- ella contribuiría en mucho a apuntalarlo, sustentado en la visión política e ideológica suficientemente clara de las masas populares que lo siguen respaldando; cuestión que no podría postergarse por más tiempo, a riesgo de perder todo lo duramente alcanzado hasta ahora por el pueblo venezolano.
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