El chavismo sin socialismo o la revolución al revés

De evaluarse cruda e imparcialmente, tanto las acciones como las conductas de quienes (sin ser probadamente revolucionarios o socialistas) han tenido la buena fortuna de erigirse como gobernantes, funcionarios públicos y dirigentes de cualquier nivel del proceso revolucionario venezolano, todos (o una gran mayoría) obtendría una muy baja calificación en cuanto a eficiencia administrativa, sus aportes teóricos y prácticos para hacer de este proceso algo tangible y verdadero, y, sobre todo, su convicción en lo que respecta a la factibilidad de la propuesta del socialismo del siglo XXI hecha por Hugo Chávez. Algunos de ellos creen de buena gana que basta con copar todas las instancias posibles de poder y adherirse nominalmente a las consignas que emergen de vez en cuando (“todo el poder para el pueblo”, “con Chávez manda el pueblo”, “patria, socialismo o muerte”) dando cuenta de las etapas y supuesta profundización de la revolución bolivariana, contentándose tan solo con esto, pero sin pretender abarcar más de lo que institucional y tradicionalmente estaría permitido, lo cual representa una incongruencia si se habla precisamente de revolución y de socialismo. Otros, simplemente, están afanados sin disimulo en obtener y acumular un patrimonio de la noche a la mañana, quizás anticipando que el chavismo tendría un período preestablecido inevitable y pronto, cuestión que reprocha acremente el pueblo, dado que ésa era la conducta antisocial observada en sus predecesores en el usufructo del poder y que justificó la insurgencia cívico-militar del 4 de febrero de 1992 que dio a conocer a Chávez.

Pero esto no sería lo único que salte a la vista. Hay también una enorme deficiencia a nivel de los grupos y sectores sociales que respaldan a Chávez, dando la sensación de hacerlo por su condición de Presidente de la República y no por ser, como se aprecia en el exterior, el líder de una causa revolucionaria popular que trata de subvertir el orden establecido en beneficio de las amplias mayorías. Esta insuficiencia, expresada a nivel organizativo, práctico y teórico, tiene sus repercusiones negativas, ya que no permite trascender el clientelismo político implantado en Venezuela por los partidos políticos que la tutelaron hasta 1999, así como tampoco la dependencia respecto al Estado. Ambas cosas impiden también que exista un pensamiento crítico, independiente, capaz de impulsar verdaderos cambios revolucionarios y de movilizar a los sectores populares por el logro de sus más sentidas reivindicaciones, sin depender para ello de las iniciativas de Chávez, como ocurriera con la reforma constitucional, la cual contenía reivindicaciones que pudieron ser impulsadas (y era lo más adecuado) por los trabajadores, campesinos y estudiantes, entre otros, a semejanza de lo ocurrido con la Constitución planteada en 1999, debatida, defendida y aprobada mayoritariamente por el pueblo venezolano.

Todo esto, englobado en lo que se conoce como chavismo, está afectando -de uno u otro modo- el liderazgo de Chávez, así como la credibilidad en un proceso revolucionario que, desde un primer momento, anticipaba destruir todo vestigio reformista del pasado y satisfacer las expectativas populares. Ahora, transcurrida casi una década de asumir Chávez la jefatura de gobierno, pareciera que la actual coyuntura política estaría favoreciendo las posibilidades de los grupos opositores de acceder a algunos cargos de elección popular, lo cual configuraría un mayor clima de conflictividad e ingobernabilidad que en el presente, acelerando la situación de deterioro que ya se percibe y que tiene en la carencia teórica e ideológica, amén de una vanguardia realmente revolucionaria, entre otras explicaciones, sus flancos más débiles. En relación a estos dos importantes elementos, Chávez ha confiado excesivamente en su imagen y liderazgo para generarlos, pero sin contar para ello con un programa debidamente orientado y sistematizado por gente revolucionaria, dejando que todo fluya espontáneamente, sin advertir que la construcción de un modelo socialista de sociedad va más allá de las simples palabras y sí con la decidida voluntad política para alcanzarla mediante el cambio estructural.

En resumen: existe una corriente populista, el chavismo, que no es socialismo y menos revolución a la luz de las experiencias y de los conceptos clásicos que los explican o bosquejan. Más bien es una revolución al revés donde una clase política está identificada simbólicamente con el socialismo, pero que bien disfruta de las delicias y status capitalistas. Aún así, siendo positivos, es posible creer que lo adelantado hasta ahora, con tendencia a un mayor empoderamiento de la democracia participativa por parte de los sectores populares, prefigure de cualquier modo la posibilidad de rehabilitar en toda su esencia el proyecto revolucionario esbozado por Chávez y los grupos revolucionarios que le acompañaron inicialmente. Pero esto supondrá un deslinde necesario entre quienes propugnan sinceramente un cambio socialista y aquellos que sólo procuran colmar su ambición de poder, lo cual tendrá lugar a medida que la confrontación entre el viejo Estado y los sectores populares dé nacimiento efectivo al poder popular, con absoluta autonomía y sin normas rígidas que lo coarten. Es decir, el movimiento popular revolucionario habría de manejarse con prácticas y criterios propios y audaces para vencer la resistencia que le opone el reformismo chavista instalado en posiciones de gobierno y de dirección partidista, lo cual haría más viable e interesante el proceso bolivariano en lugar del simple torneo de candidaturas y de tendencias encontradas en que se ha convertido a lo largo y ancho de este país bolivariano.-

mandingacaribe@yahoo.es



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Homar Garcés


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