La revolución socialista que soñamos no tiene que ver con la exclusión ni el sectarismo. Es una revolución abierta a la participación y al protagonismo de los sectores populares hacia su propia redención, sin esquemas preestablecidos que, a la larga, resultarán camisas de fuerza que frustrarán ese anhelo libertario que ha albergado siempre la humanidad. Tampoco es aquella que busca institucionalizarse, frenando el dinamismo que debe caracterizarla en la construcción de una nueva civilización y una nueva sociedad. Es una revolución, por lo tanto, distinta a todas las conocidas por la historia humana. Es herética y es utopista, al mismo tiempo.
Sin embargo, son muchos los que se acobijan con la revolución en la búsqueda de saciar sus intereses personales, sean éstos de riquezas o de poder, sin que sientan compromiso alguno con las demandas y las expectativas populares, a pesar de las consignas y el discurso político que manejan, además de la iconografía revolucionaria, exhibida en franelas, afiches y otros elementos de propaganda y publicidad. Y esto es algo, digamos, normal en todo proceso revolucionario, desde los tiempos de la Revolución Francesa hasta las más recientes del siglo XX. Por eso, que esto ocurra en Venezuela, cuando se habla de revolución y de socialismo, nada extraño tiene que elementos semejantes y ahí radica, entonces, el gran desafío que deben enfrentar los revolucionarios sinceros para hacer la revolución socialista que enuncia el Presidente Chávez, pero que aún suscita diversas resistencias, no sólo a nivel de los grupos o sectores opositores, sino también entre quienes se dicen sus seguidores más fieles, especialmente en posiciones de gobierno.
Todo esto obliga a plantearse el cómo debiera ser la revolución bolivariana, entendiendo que la misma requiere de un golpe de timón decisivo para su debida consolidación y profundización, más allá de los lineamientos emanados por Chávez, ya que los mismos apuntan a crear y a desarrollar el poder popular, de manera que ésta tenga plena vigencia, legitimidad y solidez, en lugar de convertirse en simple repetición de consignas. De ahí que les corresponda a los revolucionarios caracterizar el momento histórico que se vive actualmente y, más aún, definir el tipo de sociedad socialista que ha de concretarse, teniendo siempre presente al pueblo para su edificación y expansión. Esto, por supuesto, causará mayores resistencias de parte del sector reformista, pero es algo insoslayable que tiene que asumir el movimiento popular revolucionario o de lo contrario la revolución bolivariana se convertirá en una caricatura de revolución.
Por eso, la revolución socialista que soñamos es una revolución basada en principios humanistas, altamente democráticos, de inclusión y de justicia social. Es una revolución anticapitalista, ya que el capitalismo ha demostrado suficientemente ser un depredador de la vida en todas sus manifestaciones, llegando al colmo de poner en peligro de extinción todo vestigio de vida en el planeta. Es una revolución que busca transferirle el poder al pueblo en lugar de usufructuarlo y usurparlo. No es providencialista, sino que tiene sus fundamentos esenciales en el tipo de democracia asamblearia que tanto temen y manipulan quienes están en el poder, puesto que comprenden la magnitud y la amenaza que ésta representa, cambiando todas las pautas sobre las cuales ha vivido y sobrevive la sociedad en general.-
¡¡¡REBELDE Y REVOLUCIONARIO!!!
¡¡Hasta la Victoria siempre!!
¡¡Luchar hasta vencer!!
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