Ya quisiera ser un viejo guerrero como tú y sucumbir de cara al sol aunque me cubra una tupida selva, aunque ella oscurezca mi rostro y me cubran las estrellas. Te lloran tus hombres; guerreros angustiados y temibles. Tú…. Guerrero campesino que no alcanzaste a gustar, a probar la sal del mar de tu adorada Colombia. Que viviste las centellas de la guerra. Burlador de asechos y emboscadas. Jamás tu piel fue perforada por la metralla. Venciste el anonimato y el olvido. Y desde tu trinchera el mundo supo quien eras. Te querían herido y capturado como el “Che” para humillarte, para ensañarse contigo las hienas, chacales y sabandijas. Los lacayos y buitres del imperio. Querían toda tu sangre y tus huesos para exhibirte como pieza de museo. Lloran los ríos y las montañas y los paramos húmedos y salvajes entumecen tu piel de guerrillero. Las selvas colombellas tatuaron y tallaron un rostro de poeta. Una alfombra de espesura señala el camino que recorriste con tus hombres. Amados compañeros. Fuiste alumno de todos los Samueles Robinsón de tu cerrada selva (Allí aprendiste a leer y a escribir). Fue dura tu escritura que cultivaste y lograste vencer con gran sabiduría. Contaran fábulas sobre ti, y multiplicaran tu leyenda. Trece “barbudos cubanos” dijeron morir por la patria es vivir. Vaya, en eso le ganaste a Fidel. Fueron catorces primos tuyos que iniciaron la heroica aventura. Machetes y cuchillos, hachas y azadas. Los unían los ideales y los enseñaste a leer, a escribir y a manejar un fusil. Fuiste escuela y maestro. El tiro fijo y seguro ahuyentó imprudentes y enemigos. Ahí está tu mundo agrario, el hombre y la mujer rural huyendo de las sierras motorizadas de terribles y temibles criminales conocidos como “paras”. El éxodo rural te lleva en su memoria y en sus conciencias. No querías ser general, ni doctor, ni ingeniero, mucho menos Senador (sanador de injusticias), Diputado o Presidente. Te veías campesino arando la tierra. Regando la semilla y recogiendo el fruto para todos. No inventaste la violencia, ni jugaste a la muerte. Ellos fueron los que inventaron todo. Los ricos hacendados acaparadores de tierra, los narcopolíticos, , la parapolitica, la temible oligarquía colombiana. Ellos los enterradores de la vida te transformaron en un extraordinario guerrero. Eres simplemente Pedro Antonio Marín, alías “tiro fijo”, el Comandante guerrillero Manuel Marulanda Vélez.
Continua la leyenda sobre el legendario guerrero: “La historia reciente de Colombia ha sido la historia de su vida. Los que lo odiaron dedicaron toda su existencia a rumiar su anhelada muerte mientras se morían ellos mismos en la espera; los que lo aman se han dedicado a narrar su vida impenetrable para la muerte, sus proezas de combatiente, su sueño de una nueva Colombia, hasta convertirlo en un mito legendario. Bandido para unos. La esperanza revolucionaria para otros”. Mientras moría de muerte natural el ruido de la guerra atronaba la montaña. 526 granadas de mortero y 114 bombardeos aéreos eran lanzados sobre su presunto paradero, según el comandante de las fuerzas militares. Nunca le pegaron un tiro. Se murió de viejo, tal vez en el momento menos oportuno para las FARC, cuando la guerrilla encaja una cadena de duros golpes y la noticia de su muerte le baja decibeles al escándalo del poder mafioso en Colombia. Ahora buscan su cadáver por entre la selva para verificarle las heridas mortales y tratar de ganar algo más en esta interminable guerra que sangra a Colombia.
Arturo Alape, tal vez la persona de afuera de las FARC que más conoció a Marulanda, refiriéndose a los códigos que enmarcaron la persecución contra el alzado en armas: "La muerte natural del perseguido sería un duro golpe en el corazón del perseguidor, al tocar las sensibles fibras de su odio acumulado, y dejar sin argumentos su razón de ser, porque se le ha escapado la víctima como se escapa el polvo entre las manos…Ese ciclo fatal de perseguidor - perseguido…, tiene en el rostro de la muerte natural, su más terrible enemigo…El signo de la persecución de la muerte en la vida del otro, ha sido herida, cicatriz, tatuaje sobre la geografía y el cuerpo de la reciente historia de Colombia. ¿Cuándo terminará este ciclo? La respuesta está en la sangré que fluye en la vida del hombre".
En una de sus últimas y poquísimas apariciones en televisión, un periodista le pregunta al veterano combatiente sobre la humanización de la guerra. La respuesta fue como un tiro preciso, sin amagues. Un tiro fijo, pues. "¿dígame usted, qué guerra es humana?, la guerra no hay que humanizarla, hay que acabarla.". ¡Honor a quien honor merece, extraordinario Comandante Manuel Marulanda Vélez.
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