Desde siempre, todo burócrata es mirado con recelo por el pueblo, al cual -por obligación de sus funciones públicas- debe servir; sin embargo, imbuido de una arrogancia que le hace olvidar sus mismos orígenes, invierte los papeles y le hace sentir al ciudadano común que es un afortunado al recibir su atención, como si fuera Dios concediendo milagros a la sufrida humanidad. Si a ello aunamos la vieja práctica de la corrupción administrativa (cobro ilegal de comisiones o tráfico de influencias) tendremos suficientes razones para entender el por qué de ese recelo popular, expresado de manera despectiva.
Mao Tse-Tung distinguía distintos tipos de burocracia: la burocracia autoritaria, presuntuosa, integrada por “personas de `sí, señor´ para sus superiores y de tratos déspotas con sus `inferiores´, no tratan a la gente igualitariamente; la burocracia sin honra, la cual le atribuye sus errores a los demás y miente a quienes están por encima de ella y se burla de quienes están más abajo; le sigue la burocracia oportunista y egoísta, abocada a la satisfacción de intereses particulares con los recursos públicos y a la conformación de grupos o pandillas institucionalizadas; la burocracia que lucha por el poder y el dinero, por su parte, busca escalar en la jerarquía del Partido y presta gran atención a los salarios, se “porta agradablemente con sus camaradas si llega la ocasión, pero no se ocupa en absoluta de las masas”; la burocracia perezosa, afanada en hacer solo lo mínimo necesario y en dejar los asuntos a un lado; y, finalmente, la burocracia del formalismo, conformada por aquellos que “preparan muchas tablas y gráficos, comunicaciones; las reuniones son numerosas y de ellas nada sale, no se mueve sin una comunicación que lo diga, no tiene iniciativa ni valor”. Aunque es de reconocerse que todas pudieran engendrarse simultáneamente, con características comunes de uno y otro tipo, siendo las más recurrentes la lentitud, el exceso de trámites y la poca disposición a la toma de decisiones oportunas, lo que bien vale en cualquier Estado, sea éste reformista tradicional o revolucionario. La actitud siempre es la misma.
Para el Che Guevara, “el burocratismo es la cadena del tipo de funcionario que quiere resolver de cualquier manera sus problemas, chocando una y otra vez contra el orden establecido, sin dar con la solución. Es frecuente observar cómo la única salida encontrada por un buen número de funcionarios es el solicitar más personal para realizar un tarea, cuya fácil solución sólo exige un poco de lógica, creando nuevas causas para el papeleo innecesario”. Con semejante traba, se haría muy difícil emprender exitosamente “la construcción profunda, lenta, estructural de un Estado democrático, de Derecho y de justicia, en palabras de Juan Carlos Monedero. Pero no es solo en este contexto que pudiéramos ubicar al burocratismo. También se halla en los partidos políticos, empresas y sindicatos. “Trasladados al partido revolucionario, los métodos burocráticos de dirección y gestión representan la sustitución del pueblo dentro y fuera del partido por cúpulas que deciden en su nombre. El estilo burocrático, en ese sentido, es la negación de la democracia o su desnaturalización. Allí donde se instala el burocratismo, el partido revolucionario pierde vivacidad, se instaura la rutina, el partido se distancia de las masas y se hace sectario”, a decir de Francisco Javier Velazco.
De ahí que el burocratismo sea uno de los principales elementos a vencer y a erradicar en cualquier proceso revolucionario auténtico, ya que es absolutamente contrario a la iniciativa, la participación, el protagonismo y la creatividad que deben acompañar siempre el accionar revolucionario de las masas; de lo contario, solo se acentuará el estilo de gestión individualista, cargado de memorandos y medidas puramente administrativas que no conducen a nada y subestiman la capacidad creadora, revolucionaria y democrática del pueblo. Por ello, siguiendo lo afirmado por el Che, se debe “desarrollar con empeño un trabajo político para liquidar las faltas de motivaciones internas, es decir, la falta de claridad política, que se traduce en una falta de ejecutividad. Los caminos son: la educación continuada mediante la explicación concreta de las tareas, mediante la inculcación del interés a los empleados administrativos por su trabajo concreto, mediante el trabajo de los trabajadores de vanguardia, por una parte, y las medidas drásticas de eliminar al parásito, ya sea el que se esconde en su actitud una enemistad profunda hacia la sociedad socialista o al que está irremediablemente reñido con el trabajo”. Bajo tales premisas, pudiera erradicarse el parasitismo burócrata, así como el abandono de responsabilidades de los ciudadanos, y hacer la revolución posible.-
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