El proceso revolucionario bolivariano ha tenido un desarrollo inusual, quizás por el hecho de gestarse desde arriba, teniendo al Presidente Chávez como su máximo impulsor, y al eclecticismo ideológico que le es característico, sin asumir abiertamente que existe una lucha de clases, la cual se prefiere disfrazar en un policlasismo socialdemócrata, al estilo del antiguo régimen. Esto ha hecho del proceso venezolano un proceso salpicado de situaciones y de personajes que, en la mayoría de las veces, tienden a estorbar su avance seguro, su consolidación y, aún más, el protagonismo y la participación del pueblo. Con ello presente, muchos grupos e individuos revolucionarios, identificados con el liderazgo de Hugo Chávez, se han enfrentado a quienes, ubicados actualmente en las esferas de gobierno, siguen manejando los asuntos de Estado del mismo modo como lo hicieran hace diez años los partidos tradicionales que se dividieron el poder en Venezuela, tras suscribir el Pacto de Punto Fijo. En medio de ellos, los sectores populares se mantienen irreductibles en su respaldo decidido al máximo líder del proceso bolivariano, Chávez, lo que obliga a muchos de sus seguidores regionales y locales a conseguir su apoyo y así obtener el triunfo en todos los comicios organizados, con escasa confianza en su liderazgo propio.
Esta singularidad del proceso revolucionario bolivariano ha originado no pocos enfrentamientos entre reformistas y revolucionarios, enzarzados en una lucha que no parece dilucidarse pronta y sencillamente, complicada algunas veces por las posiciones asumidas por el mismo Chávez cuando pudiera darse una definición más radical, a pesar de sus llamados al pueblo para que tomen la conducción revolucionaria de los cambios propuestos. No se trata de cambiar un estilo de gobierno, como muchos lo perciben, sino de producir realmente una revolución en Venezuela, quizás no de la misma manera como se produjeron algunas en el pasado, pero sí igual en cuanto a las intenciones u objetivos de alcanzar una transformación radical en lo que respecta al orden social, económico y político del país. De ahí que existan grupos e individualidades rebeldes que se niegan a aceptar que, en nombre de la revolución bolivariana y de Chávez, domine el reformismo, dejando todo igual a como era durante el puntofijismo y negando en la práctica los lineamientos estratégicos emitidos por el Presidente. Ante ello, tales rebeldes han reconocido la necesidad de la organización y del debate ideológico como primeros pasos para combatir al reformismo, a pesar de hallarse -por lo pronto- en desventaja, siendo víctimas constantes de la descalificación y del insulto, tal como se estiló en la vieja cultura política clientelar venezolana. Olvidan que es el mismo Chávez quien estimula esta rebeldía al emplazar públicamente a que se haga una revolución dentro de la revolución y se practique la democracia participativa, lográndose en consecuencia la socialización del poder y el impulso que se le pudiera imprimir al proceso bolivariano desde abajo.
Esto implica que los revolucionarios deben trabajar intensamente sobre la necesidad urgente de profundizar la búsqueda del cambio estructural, lo mismo que una nueva conciencia social, teniendo como principal sujeto social al pueblo mismo. En este sentido, deben plantearse suscitar nuevas situaciones al interior del proceso revolucionario bolivariano, provocando el desplazamiento gradual o inmediato del reformismo instalado en los distintos niveles del Estado y del gobierno, eliminándose los esquemas de conducta que se heredaran del puntofijismo. No es únicamente un pase de factura, sino luchar por propiciar ciertamente un cambio revolucionario en el país, sin las ambiciones egoístas que muchos chavistas exhiben en la actualidad, las cuales podrían terminar por abortar todo lo logrado durante los años de gobierno de Hugo Chávez. Por lo tanto, el reformismo ahora disfrazado de revolución es el primer enemigo a vencer por quienes se ubican al lado de la revolución venezolana y el socialismo.-
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