Que se le va a hacer. No me queda otra que revisar algunos escritos, y reflexionar sobre estas reacciones. Pero antes de hacer una aproximada interpretación de algunas formas de alienación que existen y que nos pueden ayudar a entender las reacciones de estas personas, debo aclarar que todas y todos nosotros quienes vivimos en una sociedad capitalista global como esta, la cual arropa todos los espacios de las relaciones sociales, estamos de alguna manera y medida alienados, expropiados y dominados, material y mentalmente. De modo que, quien les escribe, no escapa a esa realidad, y la breve interpretación que hago sobre el fenómeno de la alienación que sigue a continuación, no está exenta de alienación ideológica.
Entiendo aquí por alienación —alejamiento— al proceso mediante el cual se aleja el objeto del sujeto que lo creó y, en lugar de reconciliarse el sujeto con el objeto creado, termina con la inesperada inversión del sujeto y del objeto, quedando el sujeto dominado por el objeto. Este objeto que es creado por nosotros se convierte en sujeto independiente de nosotros, y finalmente nos domina. En otras palabras, todo lo que nosotros producimos todos los días con nuestras manos y con nuestras mentes, que forma parte de nosotros y nos es propio, se hace independiente de nosotros, no nos reconocemos en él, y luego nosotros tenemos que depender de él. O sea, nosotros construimos un mundo que aparece como un mundo distinto a nosotros. La dominación del sujeto por el objeto es el resultado final de este proceso de alienación. De esta manera se vive alienado material y mentalmente. O sea, con escasez material, y sin conciencia de clase. En otras palabras, estamos dominados.
Veámoslo de una manera más ilustrativa. Por ejemplo, si nosotros nos sentimos impotentes ante la muerte, las enfermedades, las fuerzas de la naturaleza, la escasez, o impotentes ante la injusticia social, entonces podemos dividirnos interiormente y crear un dios.[1] Luego este dios se independiza de nosotros y nos hacemos dependientes de él. Así construimos mentalmente una religión. Esto es alienación religiosa. Por otro lado, y sacando provecho de esto, los ricos utilizan la religión como parte de la ideología, y nos la recuerdan todos los días para que suframos con paciencia y resignación la explotación del hombre por el hombre, porque según ellos, es natural, y no hay escapatoria alguna. De esta manera, un dios y unos vivos dominan nuestra existencia. Esto es alienación ideológica.
Del mismo modo, nosotros como sociedad creamos el Estado para que nos preste un servicio justo a todos los ciudadanos y nos sirva para protegernos, ayudarnos y desarrollarnos. Pero luego el Estado se erige como un poder independiente que defiende los intereses de una clase que se hace dominante y se convierte en sujeto dominador. Se invirtió el sujeto y objeto. Esto es alienación estatal. Por otro lado, una estructura de relaciones humanas representantes del Estado, la burocracia, se transforma en una máquina ciega, autónoma, que domina al hombre y lo destruye tanto en el ámbito laboral como en todos los espacios de la vida de los ciudadanos. Esto es alienación burocrática. Y de manera similar ocurre cuando un grupo de trabajadores y trabajadoras se organizan y crean un sindicato, luego esta organización no responde a los intereses de ellos. Esto puede suceder por la falta de democracia interna. Ahora los trabajadores no se identifican con los objetivos del sindicato, y los líderes sindicalistas explotan a los trabajadores. Esto es burocracia obrera. Esto es alienación sindical.
Ahora veamos como es este proceso cuando nosotros trabajamos. Esto es más o menos así: si nosotros fabricamos una mesa en nuestra casa con nuestras herramientas, y luego de terminada, la utilizamos para comer todos los días en comunión con nuestra familia, fácilmente la vamos a reconocer como propia, porque la construimos en comunión y nuestro trabajo se quedó en casa como un bien útil. O sea, el sujeto se identifica con el objeto creado. En cambio, si nosotros nos empleamos en una empresa que produce muebles, y fabricamos la misma mesa, sucede algo distinto. El empresario pone la mesa en venta e inmediatamente se convierte en mercancía. Luego, cuando la vende, el empresario se coge el dinero para él, y sólo nos retribuye con una pequeña parte de nuestro esfuerzo en forma de salario, justo lo necesario para que no nos desmayemos del hambre frente a la maquinaria. Pero eso no es todo. Con el dinero que nos roba —la plusvalía— nos vuelve a comprar o a contratar nuestra fuerza de trabajo como una máquina-mercancía. Y más aún, con ese mismo dinero que nos roba le paga a los sicarios que asesinan a nuestros sindicalistas honestos cuando éstos le exigen al empresario que no nos robe tanto. Es obvio que aquí el sujeto no se identifica con el objeto creado. El objeto, el producto que creamos, y que ahora es capital personificado en el capitalista, se convirtió en un poder hostil frente a nosotros. A diferencia de la mesa que elaboramos en casa, la que produjimos en la empresa se convirtió en capital que nos domina. Entonces, otra vez el objeto domina al sujeto. Esto es la alienación del producto del trabajo. Y la medida de esta alienación es la plusvalía.
Pero la plusvalía no sólo es la medida económica sino también la medida moral, porque además de que nos explotan físicamente e intelectualmente, vivimos una degradación ética. Entonces, no solo hay una explotación de plusvalía en sentido material, sino también de plusvalía ideológica, como la llama Ludovico Silva.[2] Entonces, mientras más aumenta el poder del capital, más nos empobrecemos, mientras más nos roba el empresario más nos alienamos. Así, cuando producimos percibimos que no trabajamos para nosotros sino para otro. Nuestro trabajo nos es extraño, se nos enfrenta como una actividad enemiga, forzada. Esto es la alienación de la actividad productiva. La alienación del trabajo mismo.
Además, la cosa se empeora con el mecanismo social de producción, que no fue organizado por nosotros, sino que pertenece al capitalista. Por un lado, el empresario crea una jerarquía entre nosotros, y por otro lado, distribuye los diversos trabajos parciales entre diversos trabajadores. De esta manera, se secciona al individuo como un aparato automático con trabajo parcial. Algo así como un hombre convertido en simple fragmento de su propio cuerpo. Esto es la reducción de nuestras capacidades mentales que la división del trabajo hace de nosotros mismos. Esto es la alienación que la división del trabajo produce en nosotros.
Estas formas de alienación que acabamos de describir dominan el proceso de trabajo. Esto es la alienación del trabajo. Es la alienación de nuestra actividad vital creadora, y la alteración de las relaciones sociales entendidas como las relaciones de producción de la sociedad. Porque sabemos que es con el trabajo que se puede producir al ser humano. De manera que, con la alienación del trabajo, el ser humano concreto [3] pierde la relación consigo mismo como ser social, como conjunto de sus relaciones sociales. Se convierte en mercancía, y no puede construir la historia de modo conciente. O sea, se convierte en un robot sin conciencia que desconoce de qué manera está vinculado a sus semejantes.
Ahora bien, como consecuencia directa de la alienación productiva que ya vimos, toda la economía mundial se basa en las necesidades de las mercancías, del mercado, del capital, y no en las necesidades humanas como debe ser. El producto que creamos no nos pertenece y no podemos utilizarlo para satisfacer nuestras necesidades, al punto que también nos toca producir los portaviones que utilizan para invadirnos. La mercancía se impuso sobre nosotros en lugar de estar subordinada a nosotros. A esto le agregamos la creación de necesidades ficticias, pues, en el capitalismo, nos dice Marx, “todo hombre especula con la creación de una nueva necesidad en otro para obligarlo a hacer un nuevo sacrificio, para colocarlo en una nueva dependencia y atraerlo a un nuevo tipo de placer y, por tanto, a la ruina económica”.[4] Es por ello que los ricos con la colaboración de psicólogos mercenarios, fabrican ilusiones a través de la publicidad para inducirnos a comprar y consumir productos que no necesitamos, pero que sí son necesarios para acumular capital. Además, debido al carácter fetichista de la mercancía, el consumidor se encuentra vulnerable, pues, siente debilidad por rodearse de cosas, de fetiches. Este fenómeno del fetichismo lo conocen bien los ideólogos, sin embargo, lo ocultan para seguir acumulando. Entonces, en lugar de producir vida, producimos mercancías, necesidades ficticias. En la medida que empleamos más tiempo y energía en la producción de cosas que no necesitamos, más escasean y más se elevan los costos de los bienes y servicios para vivir, como por ejemplo, una vivienda digna. Esto es alienación de las necesidades. Esto es la ideología del consumo. Esto es alienación ideológica.
Queda claro, pues, que nosotros los trabajadores, quienes producimos, no solo nos alienamos con la producción sino también con el consumo. De manera que, cuando producimos realizamos una actividad que no nos pertenece, y cuando consumimos lo hacemos sólo para satisfacer el cuerpo o la vanidad. Las personas solo se sienten libre en sus funciones animales: comer, dormir, procrear; y en cambio, en sus funciones humanas: trabajar, producir, transformar la naturaleza, se sienten como un animal. En otras palabras, se humaniza lo animal, y se animaliza lo humano. [5] Y esto vale también para el empresario.
En la segunda parte de este artículo, en Alienación (II), trataremos de entender la forma pura y escuetamente económica de la alienación, la alienación celular, o primaria.
[1] Karl Marx, IV Tesis sobre Feuerbach. Obras Escogidas (en un tomo), C. Marx / F. Engels, Editorial Progreso, Moscú (sin fecha de edición), pág. 25.
[2] Ludovico Silva, La alienación como sistema. Fondo Editorial Ipasme, Caracas, 2006, pág. 277.
[3] Karl Marx, VI y VII Tesis sobre Feuerbach, pág. 25.
[4] Karl Marx, Manuscritos Económicos-Filosóficos, Karl Marx. Brevarios del Fondo de Cultura Económica, México, 1987, pág. 149.
[5] Ludovico, pág. 50.
[6] Ibídem, pág. 24, 276.
[7] Ibídem, pág. 11.
[8] Ibídem, pág. 12.
[9] Karl Marx, Crítica de la Economía Política. Citado por Ludovico, pág. 24, 52, 274.
[10] Ludovico, pág. 272.
[11] Ibídem, pág. 323, 375.
[12] Karl Marx, El Capital, volumen I. Fondo de Cultura Económica, Bogotá, 1981, pág. 73.
[13] Ibídem, pág. 38.
[14] Karl Marx, El Capital, volumen III. Fondo de Cultura Económica, Bogotá, 1981, pág. 374.
[15] Georg Lukács, Historia y conciencia de clase, Editorial de Ciencias Sociales del Instituto del Libro, La Habana, pág. 120.
[16] Ludovico, pág. 275.
[17] Karl Marx, Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política. Obras Escogidas (en un tomo), C. Marx / F. Engels, Editorial Progreso, Moscú (sin fecha de edición), pág. 182.
[18] Ludovico, pág. 287.
[19] Georg Lukács, Historia y conciencia de clase, Editorial de Ciencias Sociales del Instituto del Libro, La Habana, pág. 192.
[20] Ludovico, pág.385.
[21] Ibídem, pág. 249.
[22] Lukács, pág. 53.
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