El gran problema confrontado por los revolucionarios de todo el mundo al momento de plantearse la construcción del socialismo radica en la diversidad de concepciones existentes al respecto, a veces sin considerar las condiciones específicas de cada país y tiempo, creyendo, quizás, en una uniformidad determinista o mecanicista de la historia humana, tal como ocurriera durante el siglo XX bajo la influencia de Unión Soviética, colocada a la cabeza del movimiento revolucionario por representar la contraparte del imperialismo yanqui y europeo. Otra cosa que contribuye mucho a ello es la práctica anulación de un debate serio, objetivo y continuo de lo que se entiende por socialismo, lo cual explica esa diversidad de corrientes que, a partir de los aportes teóricos de Carlos Marx y Federico Engels, recorrió el planeta hasta desembocar en lo que se ha denominado desde nuestra América el socialismo del siglo XXI.
Lo que sí no podría abstraerse del socialismo, como alternativa de sobrevivencia de la humanidad entera frente al capitalismo depredador, es la lucha de clases, aunque muchos han tratado (y aún tratan) de minimizarla con la esperanza de combinar ambas concepciones y producir lo que sería la sociedad ideal, pero sin profundizar para nada sobre los rasgos conflictivos esenciales que supone su mera existencia. Para ello admiten un policlasismo que, lejos de disminuir las contradicciones de clases, las mantiene y estimula, dificultando así la construcción socialista.
Según Antonio Gramsci, “el materialismo burgués ilustrado no alcanza para fundamentar filosóficamente el proyecto integral de la Revolución Socialista, entendida no solo como colectivización de los medios de producción sino principalmente como la creación de un nuevo orden, una nueva moral, una nueva cultura y una subjetividad histórica”. Tal aserto es obviado por muchos socialistas de nuevo cuño, deslumbrados por la novedad de promover un nuevo socialismo, diferente al conocido en la Europa del Este, y ante el hecho cierto que gobiernos socialistas o comunistas como el de Cuba, Vietnam y China han abierto las puertas de sus respectivas naciones al capitalismo económico; en un reconocimiento tácito de que el capitalismo sería superior al socialismo, según la tesis fallida de Francis Fukuyama en plena euforia neoliberal ante el colapso soviético, o ambicionando, en lo interno, la suerte de los privilegiados de tal sistema. Esto es indisputable, de acuerdo a lo afirmado anteriormente, ya que la inexistencia de nuevas formulaciones teórico-científicas sobre el socialismo que respalden y amplíen los estudios de Marx, Engels, Lenin, José Carlos Mariátegui, Antonio Gramsci, el Che Guevara y otros propulsores del socialismo, dificulta aún más su factibilidad en medio de una economía capitalista globalizada, con mercados controlados por las grandes corporaciones transnacionales de Europa, Japón y Estados Unidos.
Hace falta, por tanto, el diseño de la visión de un mundo diferente y posible, con una perspectiva de cambio que supere el utopismo socialista y se proponga una estructuración social realmente alternativa y nunca reformista, a semejanza de la socialdemocracia y de la izquierda tradicional. Todo esto, multiplicado en mayores detalles, podría servir para elucidar con una mejor claridad revolucionaria los problemas inherentes a la implantación del socialismo, no ya desde la perspectiva meramente económica, sino también en lo que respecta a las relaciones sociales, la cultura, la espiritualidad, la política y el Estado en general. Esto le otorgará mayores perspectivas al socialismo, especialmente ahora cuando las fuerzas del anticapitalismo emergente se extienden por todo el orbe y se convierten en esa necesidad histórica por construir un pensamiento alterno que enfrente la pretensión estadounidense de un mundo unipolar, dominado por un pensamiento único y fascistoide.-
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