Desvalorización del ser o revelación de la decadencia

La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas.

(Karl Marx)

Toda revolución socialista exige construir una política y una acción cada vez más soberana e independiente de los grandes centros económicos del capitalismo mundial. Tarea nada fácil a pesar de la evidente decadencia que vive el capitalismo como sistema dominante en el mundo. Ésta demanda una construcción clara del hacer basada en una reflexión profunda y constante para hallar las contradicciones que permitan hacer viable esta propuesta socialista. La compleja realidad nacional e internacional donde se enmarca este proceso y por ende se desenvuelven los revolucionarios y las revolucionarias implica una comprensión histórica y cultural de cada situación que se pretende cambiar. Se hace necesario partir de lo conceptual asociado a lo político e ideológico para comprender la praxis social en la que pretendemos incidir con una acción concreta que facilite el avance del socialismo.
La fabricación de un mundo de terror

La velocidad de la dinámica social acelerada por las nuevas tecnologías transforman la noción de tiempo al perturbar el orden secuencial de los fenómenos Es una aceleración del tiempo que no permite que nada se afirme. Debido a los drásticos cambios sociales ya no se cuenta con aquellas experiencias históricas que nos sirvan de referente fijo2. Es como si las prácticas sociales ya no disponen de tiempo suficiente para madurarlas, comprenderlas y sistematizar la experiencia que sirva de referente histórico para anticipar situaciones futuras.

Parece no haber capacidad de respuesta ante lo más obvio, como es la barbarie del capitalismo mundial que amenaza de muerte al planeta y a todos los que habitamos en él. De igual forma el consumismo exacerbado para satisfacer necesidades creadas, contrasta con los altos índices de insatisfacción creciente de necesidades básicas para la sobre-vivencia de la especie humana y, sin embargo la respuesta es sumamente lenta. Hoy más que nunca se requieren definir caminos para la construcción del socialismo desde los propios actores de manera histórica intencional y conciente. Sobre todo ante las manipulaciones que ejercen los medios de la burguesía, que fabrican un mundo distinto que atemoriza y no permite ver las contradicciones cuya revelación y manejo conciente permitiría impulsar respuestas contundentes en favor de los pueblos.

La construcción del sentido social se desplaza del espacio de la política hacia un mundo que no tiene historia “solo hay pantalla y red”3 Así cambia la condición de sujetos sociales participantes y activos para reducirlos a espectadores de una realidad en directo que en momentos tiene el efecto de paralizar cualquier acción de lucha ante la barbarie. De esta forma se desplaza el tema político para construir una sociedad más justa e igualitaria a cambio de la defensa de lo existente como única “tabla de salvación”. Los grupos de poder económico a través de una política mediática, donde esconden las verdaderas causas de los graves problemas de la humanidad creados por el propio capitalismo, intentan inhibir al pueblo para que profundice en sus luchas históricas ante la posibilidad, casi evidente, de retorcer a etapas ya superadas. Toda esta visión mediática demuestra el papel determinante, en la vida política de hoy, que tienen los medios de la burguesía como arma de preservación del status quo.
La revelación de la decadencia

La otra cara de la moneda, la que permite buscar salidas dignas y acabar con el silencio, da cuenta de proyectos emancipatorios en la región. Según Cortés4 el nuevo milenio se vio asaltado por una serie de experiencias que reinstalaron el problema del cambio social radical en la experiencia latinoamericana. Este repunte de las luchas sociales trae al debate importantes temas asociados a la transformación social, como son el sujeto del cambio, el problema del poder político, la relación entre reforma y revolución, entre otros.

Temas que, a nuestro entender, no pueden ser tratados poniendo en duda todo, hasta la esencia misma del socialismo, ni tampoco cayendo en la trampa -puesta por el imperialismo a los revolucionarios- que hace creer que los avances de los pueblos para abolir las relaciones sociales de producción capitalista sean vistos como hechos aislados sin trascendencia histórica, mientras que los errores y los retrocesos, como generalizaciones sociales que invalidan los intentos de cambio, así como las teorías en las que se fundamentan. En este análisis lineal y ahistórico se pierde la visión dialéctica del proceso de lucha de clases: lo circunscribe a un momento y a una sociedad aislada del resto del mundo. Este reduccionismo intencional se puede entender sólo para aquellos que no quieren aceptar la construcción del socialismo. Para los revolucionarios es una demostración más de que las contradicciones no fueron analizadas de manera científica y que algunos de los logros de estos pueblos en lucha por su liberación se asumieron como victorias consolidadas cuando aún se estaba en un período de transición del socialismo.

La idea de la “abolición directa” e “inmediata” de las relaciones mercantiles es tan utópica y peligrosa como la idea de la “abolición inmediata” del Estado, y es de la misma especie: hace abstracción de las características específicas (es decir de las contradicciones específicas) de este período de transición que es el período de las edificaciones del socialismo5

Por eso es que afirmamos que todos estos temas están enmarcados en una perspectiva histórica clara: la convicción de que la salida de la humanidad es el socialismo, y se construye deliberadamente a través de la profundización de las contradicciones que faciliten la transformación esperada sin caer en desesperaciones ni en frustraciones por no ver los resultados esperados de manera inmediata. Esto permitirá consolidar una praxis revolucionaria cada vez más orientadora. Para nosotros no hay ninguna duda aunque los reformistas insistan en otras salidas intermedias que la historia ha demostrado como incapaces de eliminar el actual sistema de injusticia y barbarie capitalista. Ha sido el propio capitalismo que ha hecho creer que el llamado fracaso del “modelo socialista real” en el mundo dejó sin vigencia al mismo. Esta afirmación profundamente reaccionaria pretende negar el valor histórico de esos procesos en condiciones en las que no se pudo impedir su reversión hacia el capitalismo.

A los defensores del capitalismo obviamente no les interesa detectar los errores y mucho menos las causas que impiden profundizar las contradicciones que les permiten preservarse como sistema; a nosotros sí. En cada una de las experiencias donde no se pudo consolidar el socialismo se presentaron amenazas internas y externas que no se pudieron o supieron enfrentar y facilitaron su regreso al capitalismo. Al no cambiar las condiciones materiales del ser social tampoco se transformó, en esencia, la cultura del hombre y la mujer de nuevo tipo. Lo que no niega su valor histórico como experiencia en la lucha de clases por abolir el sistema capitalista, tanto en los elementos positivos de mejora de condiciones de vida, como en los negativos asociados principalmente a las relaciones sociales de producción que impidieron la verdadera transformación social.
La trascendencia histórica y la valoración del ser

Como expresión máxima de la manipulación y engaño para evitar un pensamiento y una acción emancipadora, podemos señalar tres conceptos universales que han transformado a lo largo de la historia de la lucha de clases y son presentados como valederos desde la perspectiva dominante del actual sistema capitalista y utilizadas como banderas propias de este sistema decadente: la democracia, la libertad y la paz. En contraposición a estos tres conceptos se hallan la discriminación, la opresión y la violencia, que son características propias del sistema capitalista. Por eso denunciamos el cinismo descarado de los líderes del imperialismo en el uso de estos tres conceptos fundamentales para la convivencia de la humanidad.

En primer lugar, la democracia representativa supone delegar en una “élite ilustrada” todas las decisiones y medidas sin consultar jamás a los habitantes involucrados y sin tomar en cuenta la trascendencia de las mismas. Este “grupo de representantes del pueblo” se siente tal, porque su carácter representativo fue validado en “un acto democrático” de elección popular. De esta forma se burla la participación del pueblo al reducirla a este acto y negarle toda posibilidad de ejercer la soberanía, incluso cuando las medidas tomadas por estas élites vayan en contra del mismo pueblo que los eligió. Un sistema que se basa en la desigualdad, la discriminación y la exclusión concibe la democracia sólo para élites, como lo fue en Grecia donde no todos eran ciudadanos, o en cualquier sistema donde haya existido una clase -minoritaria que ostenta el poder- que domina y por lo tanto oprime a la mayoría que le sirve a ésta. Si bien ha sido así a lo largo de miles de años, en los últimos siglos, el capitalismo ha manejado a la democracia, para contener la lucha de los pueblos, como sinónimo de igualdad social y de garantía de los derechos humanos; y nunca en la historia de la humanidad se había abierto tanto la brecha entre ricos y pobres, ni violado tanto los derechos humanos -consagrados y validados en acuerdo nacionales e internacionales- como en este momento de dominio hegemónico del imperialismo. Un sistema que se erige sobre la desigualdad como única garantía para sobrevivir, que implica la explotación de unos sobre otros, no puede hablar de democracia, porque es la democracia de una élite. La democracia tendría que ser realmente el ejercicio de la soberanía por parte del pueblo. Por eso afirmamos, que ésta no es la democracia que se construye en el socialismo. Hablar de democracia participativa no sólo la califica para diferenciarla de esta otra, la representativa, la de élites, sino que permite dar pasos a una praxis revolucionaria donde los colectivos organizados tienen la posibilidad de protagonizarla y abrir caminos para el ejercicio pleno de la soberanía del pueblo.

La libertad, por su parte, como concepto social ha sido manejada a lo largo de la historia asociada justamente a la práctica de la democracia. Un sistema que discrimina, que excluye intencionalmente para mantener los altos niveles de apropiación de la riqueza producida por los pueblos, por los productores y productoras a partir de la trasformación de los recursos naturales que brinda la naturaleza, reduce la libertad a la capacidad de cada quién de vender libremente su fuerza de trabajo, convertida en mercancía, en un mercado competitivo donde obviamente no importa nada que tenga que ver con su condición humana. ¿Hablan de libertad, los opresores? ¿Y los que han ayudado a oprimir al pueblo y han sido aliados de los opresores? La libertad está asociada a la autonomía y a la soberanía de un pueblo y ésta solo es posible en una sociedad verdaderamente democrática e igualitaria, que como ya vimos el capitalismo la niega en su esencia. Luego, sólo es posible concebir e imaginar a hombres y mujeres libres en condiciones de igualdad, sin opresión, sin coacción, sin humillación, sin competencia… sin capitalismo.

Esta afirmación nos enlaza con el siguiente concepto: el de paz, que implica la tolerancia, la armonía, la equidad, la inclusión, la solidaridad, la complementariedad y la hermandad. En la actualidad, observamos con perplejidad que los gobiernos imperialistas se atribuyen el derecho a calificar de terroristas y violentos a todos los movimientos sociales que luchan por una calidad de vida, por la defensa de los derechos humanos, contra la opresión, la discriminación y la explotación, así como por el derecho a defender la auto-determinación y la soberanía de los pueblos contra toda forma de colonialismo. Pero peor aún, se atribuyen el derecho de atacar y combatir -violentamente- con distintas armas de destrucción cualquier supuesta “amenaza a la libertad” cuando en realidad es a su hegemonía opresora y colonial. Precisamente los que levantan la bandera de la paz son los generadores y responsables de la extrema violencia que evidencia la barbarie capitalista. Violencia silenciosa cuando explotan a un ser humano y casi lo matan; lo convierten en un desperdicio y lo tratan como una mercancía; eso es violencia. Violencia también es la que se ejerce sobre un trabajador o una trabajadora cuando la mantienen en la incertidumbre de su futuro y no sabe si mañana tendrá que comer; eso si es violencia. En fin violencia que mata día a día a miles de personas de hambre y los somete a las peores condiciones de humillación, incertidumbre y desesperanza, y cuando no pueden hacerlo de manera encubierta se lanzan a una guerra genocida sin sentido. Este cinismo descarado ya está develado ante los ojos del mundo, ya no se puede ocultar.

La violencia del capitalismo convierte a los oprimidos en seres humanos a quienes se les prohíbe ser, por eso es que la respuesta contundente de los pueblos en lucha es el anhelo del derecho a ser. Luchamos para transformar el mundo como seres humanos, no como objetos. Por eso afirmamos sin lugar a dudas que sólo aboliendo planetariamente el sistema capitalista podremos construir un mundo sin pobreza, sin exclusiones, sin explotación y sin discriminación. Los revolucionarios y revolucionarias tenemos que asumir con premura y firmeza el compromiso de construcción del socialismo, para logar un mundo de igualdad, de justicia, de libertad y de felicidad para el género humano.


elialves@cantv.net


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Elizabeth Alves


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