Como bien lo expresara Antonio Aponte alguna vez, “la superación del capitalismo, la Revolución Socialista, implica un cambio cultural radical. Significa un cambio en la visión de la vida, la fundación de una nueva ética, de nuevos sistemas de referencias, en fin, se trata de la creación de un nuevo cosmos”. Con ello buscamos recalcar que no basta con proclamarse revolucionario y socialista si muy dentro de nuestro yo interno sobreviven y se manifiestan residuos de aquellos antivalores inculcados por las clases dominantes que nos hacen egoístas, prepotentes, ambiciosos, sin interés alguno por el dolor y las necesidades ajenas, además de corruptos en distintos aspectos. Si estos afloran en cualquier momento de nuestra cotidianidad, entonces no estaríamos -en modo alguno- identificados ni, menos, comprometidos con la construcción revolucionaria del socialismo.
Hace falta, por tanto, que cada revolucionario emprenda una lucha perseverante contra la alienación de la cual es (o ha sido) víctima, al igual que el resto de la sociedad, de tal forma que comprenda que la emancipación debe gestarse en todos los sentidos y no únicamente en los niveles político y económico, como se entiende y se acepta generalmente. Ciertamente, ésta es una batalla difícil de librar, pero jamás imposible de ganar. Se requiere de una automotivación que le permita a cada uno deslastrarse de todos los elementos, tradiciones y nociones negativos que, desde hace siglos, legitiman el poder de las minorías tradicionales o conservadoras. En consecuencia, el capitalismo -en contraposición al socialismo- debe deslegitimarse por completo; de lo contrario, cualquier proceso revolucionario que ya se crea consolidado, podría revertirse, al igual como ocurriera con la URSS, puesto que no es sólo lo tangible o material lo que marcará el camino al socialismo, sino la convicción, el compromiso, el sentimiento y la conducta diaria de cada revolucionario, aún en la intimidad del hogar. De otra manera, predominaría el hombre mediocre avizorado por José Ortega y Gasset en “La rebelión de las masas” y no el hombre nuevo anunciado por el Che Guevara.
“Sin una revolución educacional, -diría Fidel Castro- bien profunda, la injusticia y la desigualdad continuarán prevaleciendo aún por encima de las satisfacciones materiales de todos los ciudadanos”, cuestión que debe extenderse a todos los ámbitos, incluso el religioso o espiritual, haciendo de ella materia primordial a ser atendida sin descuido alguno por los revolucionarios, a fin de que los cambios revolucionarios sean expresión renovadora permanente de las relaciones sociales, más allá de leyes, decretos o modas, resultando genuinamente socialista. Pero, tal tarea no debe ser exclusividad del gobierno revolucionario que exista, sino que debe abordarse informal y espontáneamente , contribuyendo así a elevar la conciencia revolucionaria de los sectores populares, al mismo tiempo que se refuerzan los valores colectivos e individuales que darán cuenta de nuestro comportamiento y convencimiento como revolucionarios socialistas. Es un proceso de formación revolucionaria continua, el cual debe someterse, a su vez, a un proceso de crítica y de autocrítica que nos permita evaluar y elevar las nuevas cualidades adquiridas. Esto ayudará también a lograr que pase a la historia esa división jerárquica malsana, rígida, vertical y antinatural que siempre ha existido entre gobernantes y gobernados porque a ello debe conducirnos, en definitiva, la construcción y la vigencia del poder popular, siendo -por consiguiente- necesario que estos nuevos valores (bajo el socialismo) definan o caractericen la sociedad de nuevo tipo en ciernes, siendo irreversible la revolución.-