Ver al Presidente Chávez con tono dramático y doloroso referir las desviaciones ocurridas con las iniciativas cargadas de esperanza como el caso de la Empresa productora de sardinas y pepitonas enlatadas “La Gaviota”, exige inmediata revisión y rectificación. Toda la cadena productiva infestada en su esencia de valores capitalistas desde el origen hasta su distribución “aguas abajo”, convoca a un serio emplazamiento de lo que estamos haciendo. Ver a pescadores artesanales, humildes y explotados por años, a quienes se les eliminó la brutal competencia de la pesca de arrastre, se les entregó en propiedad privada peñeros con motores nuevos, se les proporcionó acceso a almacenamiento en frío, etc., arrimando su pesca a compradores capitalistas por unos cuantos bolívares más de ganancia, o a productores de tomate –necesarios para la planta enlatadora de sardinas- a quienes se les entregó tierras, asesoría técnica, maquinaria, semillas, abonos, créditos con años muertos para su amortización, no llevando su cosecha a la planta de propiedad social sino al mejor postor en el mercado capitalista exigen una reflexión inmediata.
Por otro lado, ver a emblemáticos voceros de la revolución cuyos “revolucionarios” negocios editoriales y de otros tipos han sido organizados exactamente como lo haría cualquiera de los empresarios privados: Registro mercantil, cuidadoso registro de los derechos personales sobre el negocio, estatutos mercantiles, cargos ejecutivos piramidales, privatización de los ingresos y explotación del trabajo asalariado de quienes los acompañan, produce sinceramente asco. ¿Será que no creen en lo que dicen o que aseguran los beneficios por si las moscas? En fin, toda una cadena de reproducción de los vicios capitalistas, que por cierto se verifican en otros muchos espacios llamados a imponer la filosofía de vida socialista. Allí se reproduce como la mala hierba el veneno fragmentador del capitalismo. Toda forma de propiedad de medios de producción que no sea social –indirecta como transición y directa como meta-, llámese cogestión, cooperativa, diversificada, mixta, iniciativa personal “revolucionaria”o como quiera que se llame, sólo reproducirá la mala hierba capitalista sin importar cuanto se le cante hipócritamente al socialismo. Medidas radicales junto a hombres y mujeres radicalmente socialistas son definitivamente el camino y no otro.
La
Revolución Bolivariana, socialista, bonita y solidaria necesita de radicales. La
fuerza de la costumbre –incluso la manipulación- ha convertido el
término "radical" en algo sospechoso de fanatismo, fundamentalismo e
incluso oscurantismo. Un "radical" de acuerdo con esta perversión del concepto
es un extremista irredimible. Un radical de verdad –jamás los de boquilla y
pantalla que de esos hay en abundancia- es visto como un
imprudente, un desequilibrado, uno que no entiende de acuerdos “pasajeros” con
la burguesía.
En la línea de ser revolucionario haciendo revolución y ser
socialista construyendo socialismo no hay otro modo que siendo radical,
cualquier grado de “equilibrio” conduce a la ambigüedad. En el concepto
martiano, radical es quien va a la raíz profunda de las cosas y se nutre de
ellas. Es radical aquel que no se queda en la superficie y en lo
aparente, aquel que no tiene otra agenda que la agenda del
pueblo, aquel que asume la lucha por el socialismo con todas sus
consecuencias. Visto así, es condición insoslayable del militante y del cuadro
la radicalidad más absoluta. El “equilibrio” representa más bien
tibieza y mediocridad. El verdadero equilibrio en el ser socialista se verifica
en la radicalidad de la entrega y tiene poco o nada que ver con la “sensatez” o
la “prudencia” de quienes se manejan con agendas diversas por más que sean
maestros del mimetismo.
En términos de ejemplos paradigmáticos Jesús de
Nazareth, Simón Bolívar o el Che fueron radicales absolutos. Así fue percibido
con claridad por los poderosos de sus tiempos. Sus
radicalidades fueron en tal modo absolutas que los condujeron, al uno a la
cruz en el Gólgota, al otro a la soledad dolorosa de Santa Marta y al otro a la
Higuera, allá, cerca de Vallegrande en la querida Bolivia. La cruz de Jesús, la
soledad de Santa Marta y la grandeza de aquel destartalado salón de escuelita se
insertan en esta verdad absoluta. Jesús no murió en la cruz por la voluntad de
un Dios que tenía necesidad de su sangre y sacrificio. Bolívar, ese mágico
adelantado, no termina su vida oyendo entre lágrimas el canto de
los negros esclavos en Santa Marta porque sus planes personales así se lo
impusieron. El querido Che no concluye su lucha humana en la Higuera porque
quiso ser el “guerrillero más famoso de su época”. Terminan así como
consecuencia de sus radicalidades absolutas.
Fueron decididamente
radicales tanto en sus entregas como en sus exigencias. Sabían que se es “sal de
la tierra y luz del mundo” o sólo se sirve para ser “pisoteados por los
cochinos”. Por eso la opción por el socialismo debe ser radical y ocupar el
primer lugar por sobre cualquier otro amor, interés o deseo. Cualquier bien y
hasta la propia vida deben ser sacrificados cuando entran en contradicción con
el radicalismo de la opción por el socialismo. No hay lugar para medias tintas,
el compromiso socialista fruto de la conciencia es superior y primero porque es
el compromiso por la vida de la humanidad entera. El socialismo exige un
compromiso llevado –por irrefragable convicción- hasta las últimas
consecuencias. El camino que lleva hasta ese reino de igualdad, de paz y de
justicia no es ancho, cómodo ni equilibrado sino estrecho… añadiría…radicalmente
escabroso y estrecho. Quienes lo sigan, junto al inmenso honor de elevarse
hasta el escalón más alto al que puede hacerlo un ser humano, deben –debemos-
estar dispuestos a todo, incluso a “no tener donde reclinar la cabeza”. Deben
–debemos- romper con todos los esquemas de “vida mejor” heredados del
capitalismo y una vez puestos en marcha no mirar atrás.
Nadie debe
llamarse a engaño, nadie debe ocultar las dificultades de este camino sino
reconocer –con paz, convicción y alegría- que es un camino lleno de espinas,
marcado por la cruz y rodeado de lobos. Las exigencias conscientes deben
llevarnos hasta nacer de nuevo y dejar al hombre viejo que somos y al que hemos
de ir muriendo. Incluso, como ya hemos mencionado en un escrito
anterior, estas exigencias harán que para muchos de nuestros mismos
familiares y amigos serán un signo de locura.
El radicalismo al que
me refiero nace de la conciencia, de una conciencia absoluta de que nos
entregamos a la salvación de la especie humana a la que pertenecemos y la
preservación de la Pachamama que nos dio vida y techo. Será siempre fuente de
tensiones y conflictos; será, por decirlo de algún modo, “navegar contra
corriente”, conducir por una autopista en dirección contraria al tráfico
establecido. Un socialista verdaderamente radical será objeto de odios, de
incomprensiones, de intolerancias, de envidias, será motivo de división y
escándalo. ¿Cómo no serlo si nos corresponde vivir y construir un mundo de
igualdad y justicia en medio de una sociedad signada por el egoísmo y la
explotación? Un socialista donde quiera que esté –trabajo, escuela, universidad,
campo, etc.,- tiene que ser signo de contradicción, alguien que con su conducta
desenmascara y denuncia la hipocresía del mundo.
Jesús de Nazareth, por
ejemplo, condensó esta radicalidad en las bienaventuranzas que son la prueba
radical de que las formas y los compromisos convencionales conducen a la
impostura. En contraste con las teorías sociales del "capitalismo" del momento
histórico, Jesús descalifica a los ricos, a los felices, a los satisfechos y
“bien considerados”. En cambio los que para él están en el equilibrio evangélico
son los pobres, los excluidos, los perseguidos por su opción por la justicia.
Igual ocurre con otra serie de sentimientos naturales. El amor fraterno que
Jesús reclama está bien alejado del “equilibrio”, no tiene nada de “sensato”.
Para Jesús no somos buenos si no estamos dispuestos a dar la vida por aquellos a
quienes decimos amar. Por cierto, nada de esto tiene que ver con el suicida
por protagonismo –que los hay-, sino con la dulce entrega de la vida por la
vida sin más fin que la vida misma.
El compromiso que exige Jesús no
tiene nada de equilibrada sensatez. No es el “equilibrio” prudente de los
sabios, de los intelectuales o académicos sino el que lleva a emprender acciones
sobrehumanas de pasión y entrega. De cara a la verdad, un socialista verdadero
debe ser entonces radical hasta el absoluto. Su fidelidad a esta verdad debe
conducirlo al enfrentamiento con el poder económico, social o político
establecido. En su entrega a la causa de la verdad debe ser radical en la
crítica y el desprecio por la hipocresía, por la superficialidad de la consigna
altisonante y vacía, por el descaro del mimetismo oportunista y por toda forma
de fariseísmo y apariencia.
Tiempo de radicales verdaderos, ese es el
signo urgente de nuestro tiempo. Tiempo de la radicalidad en la forma de vivir
el compromiso. Tiempo de consubstanciarse con los oprimidos siendo uno entre
ellos. Tiempo de demostrar nuestra alegría irrenunciable de vivir humilde y
dignamente tal y como le proponemos al pueblo. Cada noche, cuando
intento aferrarme al descanso que brindan unas horas de sueño, pienso en los
compatriotas humildes de nuestro pueblo subiendo cada noche las escaleras del
cerro plagadas de malandros y paracos infiltrados, a espalda limpia, solitarios,
con dolor en los riñones de tanto pagar el precio de la explotación capitalista,
acompañados sólo de la fe solidaria de su pueblo que desde las ventanas los
cuidan… y me pregunto… estos descarados que para ser “socialistas” requieren
cuatro o cinco guardaespaldas, residir en suites de hoteles de lujo y
ser conducidos en camionetas de último modelo, con chofer porque “dan la
cara y se arriesgan mucho cada día” ¿se preguntarán alguna vez si hay quien le
guarde las espaldas a ese pueblo del que viven con privilegios inaceptables?