Desde siempre, los apologistas del capitalismo y de la democracia consensuada o representativa que le acompaña han presentado al socialismo como una teoría que, al institucionalizarse, se convierte en un sistema opresor, violador de los más elementales derechos humanos y negador del desarrollo económico de los pueblos, condenándolos a una pobreza extrema intolerable al suprimir la propiedad privada de los grandes medios de producción. Todo esto conforma una campaña permanente de intimidación, instigada por los sectores más reaccionarios de la sociedad, entre éstos, la jerarquía de la iglesia católica, lo cual fuera denunciado en el Manifiesto Comunista por Carlos Marx y Federico Engels, donde mencionan algunas de las muchas mentiras vertidas en contra de los revolucionarios, es decir, de los comunistas. Así, como antes con los jacobinos durante la Revolución Francesa y los masones después, los revolucionarios socialistas han sido víctimas constantes de acusaciones que rayan en el absurdo más disparatado, como el de comerse, sodomizar e “ideologizar” a los niños que le son arrebatados a sus padres por el Estado. De este modo, los sectores dominantes lograron alienar por mucho tiempo a los sectores populares, haciendo que estos aceptaran como algo natural y propio sus intereses y su concepción política, a pesar de las injusticias, atropellos y desigualdades sufridas por parte de aquellos, contribuyendo inconscientemente (o por omisión) con la exclusión, la persecución y la eliminación sistemática de los militantes revolucionarios que pretendían cambiar radicalmente el orden establecido.
Esta larga historia de anticomunismo y, por extensión, de anti-izquierdismo, conserva sus rasgos esenciales, acentuados por las grandes corporaciones transnacionales que controlan los diferentes medios informativos, resaltando el aparente fracaso del socialismo a propósito de la implosión y de las desviaciones ocurridas en la Unión Soviética y demás naciones donde quiso instaurarse un modelo civilizatorio justo, democrático y libre, obviando -por supuesto- las múltiples circunstancias que lo dificultaron durante décadas. En el presente, con un auge de masas generalizado en la mayoría de los países de nuestra América, con gobiernos de orientación progresista y, nominalmente, socialistas, tiende a agudizarse esta campaña mediática, la cual enlaza a quienes propulsan el socialismo y la revolución popular con el narcotráfico, el armamentismo y el terrorismo internacional, basados en meras especulaciones, sin base alguna, que se repiten sin cesar con la pretensión de influir en la conciencia de los sectores populares, atemorizándolos con una proyectada eliminación de toda propiedad privada, acompañada de una supresión de la libertad de expresión que anularía cualquier disidencia posible, como se señala que ocurre (u ocurriría) en Ecuador y Venezuela, por citar los casos más emblemáticos de dicha campaña. Sin embargo, vale decir también que estos temores e ideología conservadora son compartidos igualmente por personas “adheridas” al socialismo, cuestión que se agrava más al constatar que no existe una contraofensiva efectiva y clara de parte de los movimientos revolucionarios que desmonte esta situación recurrente.
Corresponde, por consiguiente, a los grupos revolucionarios socialistas contribuir eficazmente con una mejor compresión de lo que es el capitalismo y su modelo político, sin caer en una repetición mecánica de citas descontextualizadas que no corresponden a la realidad contemporánea de nuestra América, no obstante su valor teórico intrínseco. Pero esto no será todavía suficiente. En referencia a ello, Edgardo Lander expresa: “Como los problemas de la sociedad capitalista se refieren al conjunto de las relaciones estructurales de esta sociedad y como la burguesía logra su unificación como clase en el Estado y ejerce su dominio sobre el resto de la sociedad a través del Estado, la actividad política revolucionaria está definida esencialmente por su lucha frontal contra el Estado. Es en función de su relación con este objetivo central que se debe evaluar el sentido de cualquier actividad política, especialmente en las polémicas referidas al carácter reformista o revolucionario de una determinada actividad.” Ello debe impulsar a los revolucionarios socialistas a incluir en su concepción de la sociedad futura aspectos que ayuden a darle al socialismo una totalidad que no se centre nada más que en lo político o lo económico, sino que integre otros igualmente dirigidos a una emancipación integral del ser humano y de la sociedad en general. De esta forma, podrían diluirse los falsos argumentos que han facilitado la dominación secular de las elites tradicionales, lo mismo que el anticomunismo irracional de muchos, incluidos algunos “revolucionarios” de nuevo cuño; dándosele un empuje decisivo a la revolución socialista en el presente siglo.-
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