La Revolución Socialista no es obra fácil

En discurso pronunciado en una asamblea de trabajadores el 30 de marzo de 1959, Fidel Castro, refiriéndose a la Revolución Cubana en marcha, afirmó que ésta “es una obra difícil, no es de ninguna manera una obra fácil; nadie debe pensar que sea fácil. La Revolución no debe creerse nadie que es una tarea fácil; si nos creemos que es una tarea fácil, estaremos incurriendo en un gran error”. De ningún modo creerse que lo sea, dado que ha de vencerse un cúmulo de cosas que, aún cuando se piense que resultan inofensivas para el avance de la revolución socialista en cualquier país, conspiran contra ella, inoculándola de elementos contradictorios que, a la larga, harán abortar su consolidación y expansión. Esto ocurre normalmente cuando se carece de la formación teórica revolucionaria mínima mediante la cual se fortalezca irreversiblemente la práctica revolucionaria, creando los mecanismos y las formas de organización que darán cuenta de la implementación y definición del socialismo, sin sucumbir a la tentación de mezclarlo con los rasgos propios del capitalismo.

De igual modo, debe considerarse la circunstancia que muchos de los nuevos dirigentes, adoctrinados según los cánones de la democracia representativa y la ideología dominante de las clases gobernantes, generalmente adoptan como inevitables los mismos esquemas de conducta que se adversaron en algún momento, con lo cual se corre el riesgo de convertir la revolución en mera caricatura, sin que trascienda el limitado marco de referencia del orden establecido, como ocurriera en el pasado con algunas experiencias significativas de socialismo, al no producir el deslinde necesario y, menos, la revisión crítica de todo lo hecho. Esto también acontece cuando los sectores populares permanecen sumisos y sin ninguna línea de protagonismo ni participación, a pesar de los discursos y de las leyes revolucionarias que pudieran resaltar tal condición, cuestión de la cual se aprovechan al máximo los dirigentes reformistas que sólo aspiran usufructuar el poder, manipulando la voluntad popular, continuando el clientelismo político practicado por los partidos políticos tradicionales. Frente a tal realidad, no resta sino generar situaciones que conformen resueltamente procesos revolucionarios, buscando transformar radical y definitivamente las distintas estructuras de la sociedad en que se vive. Si esto último es manejado de forma timorata o ambigua, apegado a los patrones representativos habituales, será difícil -por no decir imposible- hablar de revolución, sobre todo, de una verdadera revolución socialista, por muchos que sean los descargos que se presenten a su favor.

Todo lo anterior obliga a plantearse una formación teórica y un debate ideológico constante que cuestione todo lo existente y proyectado en función de la revolución socialista, tanto en Venezuela como en el resto de nuestra América, debilitando los argumentos y falacias de los sectores reaccionarios, en momentos que éstos han articulado su estrategia mediática, respondiendo a los intereses del imperialismo yanqui para no perder su hegemonía sobre nuestra América; todo lo cual configura -o debiera conformar- una insurgencia cultural de primer orden, ya que se dirige fundamentalmente a un cambio de conciencia profundo, a manifestarse primeramente en los revolucionarios y, en vista de la diversidad de cambios producidos en todos los ámbitos de la vida social, luego en el resto de la sociedad a transformar. Por ello mismo, no puede limitarse la revolución socialista a una simple rotación de nombres ni de instituciones o leyes, si ésta no supera y deslegitima al capitalismo y al statu quo derrocado.-


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Homar Garcés


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