“…los procesos de unidad más genuinos responden siempre a las iniciativas de las bases y no de las superestructuras”. Miguel Mazzeo, El sueño de una cosa (Introducción al Poder Popular).
Una preocupación constante de los revolucionarios a escala mundial es hallar la manera de enrumbar al pueblo hacia cambios radicales que impliquen el abandono definitivo de los patrones de conducta que rigieron su vida hasta entonces, máxime si tales cambios suponen la puesta en práctica del socialismo, por lo que comúnmente ocurre que, ante las necesidades materiales inmediatas de este mismo pueblo, se adopten medidas que prolongarán la vigencia del viejo Estado y las relaciones de producción capitalistas que debieran abolirse en un tiempo perentorio. Aún admitiendo esta última realidad, es preciso que la dirigencia revolucionaria -convertida en vanguardia legitimada por los sectores populares- más que quienes detenten los diferentes cargos de gobierno, articulen esfuerzos dirigidos a impulsar y a fortalecer las instancias organizativas del poder popular, de modo que éste pase a asumir -sin ningún tipo de dependencia estatal- funciones de autogobierno, con lo cual el desmontaje y la deslegitimación de las estructuras seculares del capitalismo y de su sistema político representativo sean una situación sin vuelta atrás, generándose nuevas relaciones sociales y un modelo civilizatorio de otro tipo.
Es de comprenderse que, bajo el ordenamiento jurídico burgués actual, cualquier gobierno progresista o decididamente revolucionario estará siempre cercado por un cúmulo de amenazas de desestabilización (externas e internas) y de limitaciones que sólo la movilización, la organización y la toma de conciencia por parte del pueblo, hechas permanentes en un proceso inacabable de aprendizaje y desaprendizaje, podrá romper; facilitando así la transición que se desea, es decir, el socialismo, aunque se recurra todavía a los mecanismos permitidos por el antiguo régimen. Lo importante es evitar esa tendencia, digamos, tradicional que hace pensar a mucha gente de inclinaciones revolucionarias que sólo basta copar todas las instancias gubernamentales para hablar de revolución, olvidando que -al mantenerse intacto el viejo Estado burgués-liberal, aún en sus expresiones más “inocentes”- esto no será posible, teniendo en cuenta que la participación popular es marginalizada por el mismo, a pesar de la nueva nomenclatura aparentemente socialista. En este caso, esta participación popular tiene que resultar vinculante, ubicada por encima del mismo poder constituido e influyendo decisivamente en cada cambio promovido. Como lo refiere Miguel Mazzeo, “para evitar que un proceso de autoinstitución popular sea confiscado y profanado por una elite política, como para permitir que un gobierno popular se deslice por la senda de la radicalización y no impida el despliegue de la sociedad nueva que late en la vieja, se deben borrar las diferencias entre las funciones políticas y las administrativas. Esto significa que el poder popular, en su semántica más fuerte, implica el ejercicio de funciones políticas”.
De esta manera, el poder popular podrá ir derribando las fronteras existentes entre el Estado y la sociedad, evidenciándose su esencia popular y llegándose a comprender cabalmente que el socialismo no es nada más que una concepción revolucionaria, teniendo que replantearse de una forma diferente el problema del poder, así como la vigencia y pertinencia de los partidos políticos, en razón que sería el pueblo -mediante el aseguramiento de sus formas organizativas autónomas- quien lo ejerza, pero ya no en un sentido tradicional, sino construyendo uno radicalmente nuevo, producto de la interacción y de la toma de decisiones de las amplias mayorías, profundamente democrático, pluralista y popular, por supuesto. Sería algo similar a lo planteado por los zapatistas respecto a la concepción del propio término revolución, haciendo posible la revolución, lo que equivaldría a una revolución en la revolución para llegar al socialismo.-
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