Animar con la buena nueva a los creyentes de la fe revolucionaria fue una de las grandes pasiones de José Martí, el cubano que no descansó su pluma, sus ideas y sus pensamientos para hablar de América, la nuestra, la que sueña desde siempre con el resplandor celestial de la libertad y la solidaridad entre los pueblos. Así, han nacido hombres y mujeres de destino que han entregado toda su energía para liberar la palabra y el discurso a favor de la construcción de nuestra patria y nuestra América.
Con Martí, volvemos por las praderas nacientes que germinan desde un tallo fuerte, asentándose en el corazón de cada tiempo, de cada hijo y cada hija para mostrarle el horizonte de la patria y aprendan a inspirarse para amarla y defenderla de las malas hierbas que quieren ahogar su proceso de fotosíntesis. Cada pensamiento es como un árbol que se entierra hacia lo profundo para asegurar la raíz de la idea; y hacia afuera, para oxigenarse, crecer y encontrar la voz del viento y del sol que le orientan la dirección de los procesos. Esa es la América que nos habló Martí, la que lucha, la que sueña, la que crece y se afinca en la raíz de su tierra. La otra, es el territorio perdido en las pesadillas y ladillas del imperio, es la falsa América del norte, la que invade, la que mata, la que tiene miedo. Esa es la America enferma y con toda una sociedad que fuma marihuana y se la fuma verde y mojada.
La idea incendiaria de la revolución de nuestra América es eterna. Bomberos escuálidos e imperiales han intentado apagarla durante casi doscientos años, pero es una llama de Ave Fénix, que se aviva de sus propias cenizas, que se combustiona y agarra fuego de su propio calor. Con la chispa del rayo del 19 de abril de 1810, la llama revolucionaria empezó a arder por estas tierras y Bolívar, junto a una pléyade de patriotas, asumió el estandarte del fuego libertario para recorrerlo por nuestra América. La brisa sopló rápido para darle calor de patria liberada, de patria soberana. Fue una revolución de independencia, que luchó a lomo de caballo y a fuerza de idea y de coraje para triunfar y triunfó.
Pero los traidores, los seguidores de Lucifer y de Caín, los escuálidos de siempre, la rancia oligarquía, la derecha de nuestra America le entregaron nuestra patria y las otras al imperio norteamericano, comenzando nuevamente la lucha para ser libres de verdad, porque como ya lo dijo José Martí “cambiar de dueño, no es ser libre”. Seamos como el artesano negro José Antonio Aponte, quien fue el primer cubano que soñó, que tuvo la bella inspiración de rebelarse contra el imperio español de un modo práctico, razón por la cual fue ejecutado en 1812.. Nunca seamos como el militar venezolano Narciso López, quien intentó invadir la isla de Cuba en 1851 para entregársela a los Estados Unidos, pero gracias a los espíritus revolucionarios fue ejecutado antes que lograra su maligno cometido.
Los malvados y traidores de la patria siempre serán derrotados por la fuerza revolucionarias de nuestra América; revoluciones que no son etéreas, sino de carne y hueso, de pueblo, de hombre y de mujer, de niños y niñas que cantan los sueños, de una patria suya. Al igual que lo hizo Bolívar, al igual que los han hecho muchos hijos de nuestra América, al igual que lo hizo José Martí y lo hace hoy en día Hugo Chávez, vivamos por nuestra patria y por su libertad real. Vivamos en revolución permanente y en paz armada porque los enemigos acechan y por allí abundan los Uribe Vélez, los Obamas, los Micheletti, los Rosales, los Ledezma, los Ravell y los julitos con sus posaderas y el ejército sicario de manitos blancas.
Politólogo
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