Las desviaciones, corrupciones y fracasos de muchas de las experiencias revolucionarias que han tenido lugar en el devenir humano tienen su origen común más en la mentalidad deformada o alienada por los valores burgueses de quienes las dirigen que en la inviabilidad de los principios y cambios revolucionarios que se pretenden implantar. Esto siempre le ha servido de provecho a quienes se ubican en el bando del reformismo, asumiendo como inevitable la fatalidad que le resta méritos a la capacidad creadora de los sectores populares para convertirse en actores sociales de primer rango de un proceso revolucionario signado por el socialismo, lo que les proporciona la excusa para que todo se mantenga igual en esencia, aunque se modifique la nomenclatura y el discurso político, puesto que el socialismo sería una meta a largo plazo, difícil y, prácticamente, imposible de alcanzar. Para ejemplo de ello, citan las experiencias emblemáticas de la URSS, China, Cuba o Vietnam, las cuales, pese al tiempo transcurrido, todavía se mantienen en la transición hacia el socialismo, incluso con elementos económicos pertenecientes al capitalismo, ignorando adrede el contexto histórico en que las mismas se han desarrollado.
El empoderamiento político, económico y social de las mayorías populares debe trascender, forzosamente, cualquier atisbo reformista de quienes controlen el Estado en nombre de la revolución socialista. Esto pasa por comprender a cabalidad que no se trata nada más de un cambio de gobierno y del monopolio de todas sus instancias, sino de producir un cambio profundo y definitivo en calidad histórica y social nacional, lo cual debe alcanzarse mediante una revolución social que supere y elimine las estructuras burocráticas y políticas creadas por las elites dominantes del pasado. Sin esto en perspectiva, la revolución socialista seria una utopía irrealizable, mas no un proceso histórico construido sin tardanza desde abajo por el pueblo, así se crea contar con un gobierno y una dirigencia aparentemente comprometidos con ello. Es imprescindible que se cuestione y se ponga en crisis permanente al poder político y al Estado, algo que haría factible experimentar y edificar nuevos escenarios convivenciales que prefiguren, de una u otra forma, la nueva sociedad y el nuevo mundo en que se aspira vivir y que emergerían como corolario de la revolución socialista de nuevo tipo que se estaría impulsando desde ya.
Por lo tanto, el reformismo es, fundamentalmente, conservador y jamás estará dispuesto a avanzar más allá de lo que cree conveniente, a menos que la movilización y la organización del pueblo le obliguen. De ahí la importancia estratégica de ir delineando y afirmando un poder popular alternativo, pluriforme, ubicuo, constante, divergente y esencialmente contrario y distinto al poder hegemónico del Estado y de aquellos agentes políticos, sociales, espirituales, culturales, militares y económicos que lo sostienen y son sus seculares beneficiarios; impidiendo, simultáneamente, la reproducción de la lógica capitalista, ya que se permitiría la incubación en este poder popular de aquellos elementos que, justamente, lo abortarían y lo destruirían sin remisión alguna. De otra manera, se repetiría el círculo vicioso donde oportunistas y demagogos de raíces reformistas harían su agosto, aprovechándose de las expectativas y de las necesidades populares insatisfechas, cosa que debiera estimular en la gente revolucionaria y progresista mayores acciones para instaurar, finalmente, el socialismo revolucionario.-
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