Hasta el presente, el proceso revolucionario bolivariano en Venezuela ha seguido, a pesar de los contratiempos de los grupos opositores y de la resistencia al cambio de algunos gobernantes y dirigentes del chavismo, un rumbo inexorable y definitivo, gracias al permanente respaldo de los sectores populares. No obstante, en medio del mismo se nota la ausencia de una teoría ideológica única que logre aglutinar todas las voluntades a su favor, de manera que ese rumbo inexorable y definitivo sea acompañado de una convicción firme e incorruptible que termine por consolidar su avance y profundización, creando las condiciones propicias para que se manifieste en toda su expresión el cambio estructural y el poder popular-comunal, con la participación directa de todos los movimientos populares de izquierda.
Esta carencia ideológica se expresa, en primer lugar, en la multitud de agrupaciones político-partidistas que buscan captar el mayor número de militantes y adherentes. Todos revolucionarios, todos chavistas, pero, en esencia, ninguno dedicado a tiempo completo a fomentar la formación teórica y política de las bases populares, simplemente excedidos por un afán de ganar espacios a través de cada elección celebrada y caracterizados por un desmedido pragmatismo que los acerca al mismo nivel de los partidos políticos tradicionales, cuando lo que se requiere es un verdadero partido de la revolución socialista que coadyuve a mejorar los niveles de organización, movilización y conciencia revolucionaria de los sectores populares .
Esta fatal circunstancia ha terminado por legitimar la vieja práctica del clientelismo y del sectarismo político, vistos por algunos gobernantes y dirigentes chavistas como algo inevitable y normal, pero que debe abolirse si se habla de revolución y socialismo, subordinando -en todo momento- las conveniencias inter-partidistas e intereses particulares al poder ejercido directamente por el pueblo, cambiándose, en consecuencia, las relaciones de poder vigentes. De esta forma, el proceso revolucionario tendría un perfil mejor definido respecto a los objetivos fundamentales que debiera caracterizarlo, además de contar con una cohorte generacional que le asegure su continuación, profundización y extensión a través del tiempo.
Cabe, entonces, redirigir tal proceso hacia dos objetivos imprescindibles: la formación teórico-política de los sectores populares y el inicio de la transformación de las estructuras del Estado, comenzando por reconocerle al pueblo su soberanía. Para el primero de estos objetivos se requiere estudiar, investigar y propulsar una unidad ideológica que acabe o minimice ese enfrentamiento poco más o menos infantil que protagonizan algunos de los nuevos actores políticos “revolucionarios” al momento de imponer su verdad única al resto de la dirigencia y la militancia revolucionarios. Es algo que urge darle forma y contenido porque las cosas tienen que cambiar para bien del colectivo venezolano y no de una minoría, aunque ésta se tilde de revolucionaria y bolivariana, siendo poseedora exclusiva de la imagen y del respaldo del Presidente Hugo Chávez.
Por lo tanto, se requiere disponer de una ideología auténticamente revolucionaria, socialista y subversiva, sustentada en los idearios bolivarianos y demás próceres y luchadores socialistas de nuestra América y del mundo, que le sirva de soporte intelectual y espiritual al accionar práctico de todos los individuos que, de una u otra manera, alientan el proceso bolivariano en su fase actual. De esta manera, se aseguraría la intervención y protagonismo de los mejores talentos revolucionarios en una cruzada necesaria e impostergable para bien del proceso bolivariano, enfrentando y desmontando por igual las maquinaciones urdidas por el imperialismo gringo y sus aliados antinacionales.-
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