No pareciera creíble. Había que haber estado ahí para constatar la multitudinaria respuesta a la convocatoria lanzada por el movimiento que encabeza Andrés Manuel López Obrador. Ahí estuve yo; la primera parte en el llano y la segunda en las alturas; al inicio, en contacto directo con los amigos y los paisanos; después, en un balcón para contemplar la magnitud y las actitudes colectivas. Como en el 2005 del desafuero y como en todas las asambleas informativas subsecuentes, la masa devino en Patria. El México profundo se manifestó y, a despecho del México bronco, lo hizo con el entusiasmo que nace del encuentro del nosotros. El agravio del cada quien se identificó con el agravio de todos y se armó de solidaridad y de decisión de actuar como cuerpo organizado. Organización fue el llamado desde la tribuna; organización fue el clamor popular. El Zócalo de la Ciudad de México, sin mermas de campamentos o exposiciones, se colmó; la gente, en apretado acomodo, cubrió la plancha y las calles de acceso. La lluvia amenazante no fue obstáculo para que varias decenas de miles de hombres y mujeres, de todas las edades y condiciones, se dieran cita y concurrieran al esperado momento de asumir el papel de protagonistas de una historia que queremos justa y democrática. Treinta y cinco intervenciones tuvimos que soportar para constatar que el movimiento es de alcance nacional, cada uno de los treinta y dos estados, más tres de representantes de la comisión que ha venido elaborando la propuesta del Proyecto Alternativo: Enrique González Pedrero, Elena Poniatowska y Armando Bartra; para, al fin, escuchar al convocante. El soberano mostró cansancio y lo expresó al inicio de la intervención de González Pedrero; con un gesto el líder pidió paciencia: era importante que quedara de manifiesto que el movimiento tiene una plataforma programática y el pueblo lo atendió de buen ánimo.
El anuncio de la intervención de Andrés Manuel detonó la explosión de la multitud al grito unísono: O-bra-dor y pre-si-den-te, repetidas veces y en coro. Tomada la palabra, el silencio absoluto; sólo la voz pausada y la explicación didáctica de las causas del movimiento; la reiteración del diagnóstico de la realidad que nos aqueja a los mexicanos y la propuesta de las tareas que nos toca emprender para transformarla de raíz. Desde el sitio privilegiado en que me encontraba, pude constatar la atención con que la gente seguía el discurso, lo escuchaba con avidez. Nadie se movía de su sitio, aún cuando la lluvia se anunciaba con las primeras gotas de lo que, afortunadamente, no se convirtió en fuerte chaparrón. La gente respondía al instante, fuese para rechiflar a los ministros de la Suprema Corte cuando se les mencionó, o para aplaudir en respaldo de alguna mención afirmativa del discurso, especialmente cuando Andrés Manuel formuló preguntas para subrayar el compromiso: ¿Vamos? preguntó y ¡Vamos! fue la respuesta contundente.
El discurso refrendó los compromisos del proyecto con palabras llanas para todos comprensibles. El orador asumió el riesgo y abordó niveles de mayor complejidad discursiva: la filosofía del movimiento. Llamó a formar una nueva corriente de pensamiento por la que se recuperen y se enriquezcan los valores de la solidaridad y el amor; rechazó el catálogo actual que hace de la codicia virtud y que coloca al dinero en el centro de gravedad del acontecer social. Convocó a que la Nueva República se finque en los valores positivos de la familia y el amor al prójimo. La gente absorbió la propuesta y la agregó a sus motivos de lucha. Para terminar, AMLO llamó a poner los pies en la tierra: la legislación establece que el tiempo de campaña se reduce a sólo tres meses, de manera de privilegiar su realización a través de los medios masivos de comunicación, particularmente la televisión, lo que implica un muy alto costo; advirtió que no se cuenta con recursos financieros para competir en ese escenario, por lo que la campaña se tendrá que hacer casa por casa y de boca en boca, directamente por el pueblo organizado y desde ahora. La gente asumió el compromiso y así lo manifestó con la explosión de su entusiasmo al terminar el discurso con los correspondientes vivas a la Nueva República y a México. Al final, el Himno Nacional, cantado por todos sin moverse del lugar, con respeto pero a voz en cuello, como nunca lo había yo escuchado; muchos con las lágrimas de la emoción, el que esto escribe entre ellos.
Hasta aquí la narración. Lo sustantivo de lo ocurrido el domingo en el Zócalo es que se confirmó que somos mayoría en la expresión colectiva y habremos de serlo en la electoral; que el fraude electoral no se ha olvidado y que contamos con una vigorosa organización creciente que sabrá actuar para evitarlo en el futuro: que jamás se repita el fraude electoral. Organización fue la convocatoria y organización es la respuesta popular. El esfuerzo tendrá que ser mayúsculo para vencer a la apatía y al miedo; para neutralizar la campaña desmovilizadora que se desata desde los medios y la chantajista labor de los programas de asistencia a la pobreza. Algo importante: se busca la unidad, pero no se supedita el movimiento a sus condicionantes; los partidos tradicionales ya han sido rebasados, o se suman o serán arrasados. Hay proyecto, hay pueblo organizado y hay líder. ¡Claro que vamos!