La candente situación suscitada entre Colombia y Venezuela pareciera conformar el preámbulo de un conflicto bélico que habría que situarlo, forzosamente, en el contexto internacional diseñado por el imperialismo yanqui-sionista en relación con nuestra América y, en especial, en relación con la insurgencia generalizada de movimientos sociales y gobiernos de tendencia progresista o izquierdista durante la última década, a semejanza del venezolano, que minarían su posición hegemónica. En este caso, el gobierno de Uribe Vélez está actuando del mismo modo que lo hace desde hace sesenta años el gobierno de Israel en el Medio Oriente, sirviéndole de punta de lanza a Estados Unidos para mantener un clima de claro tinte belicista permanente en esta región, considerando además que el acuerdo militar suscrito entre Washington y Bogotá convierte a Colombia en un portaaviones terrestre al permitírsele al Pentágono el uso de siete bases militares, con una total inmunidad otorgada a los soldados estadounidenses, en abierta violación de la Constitución neogranadina y del Derecho internacional en materia de Derechos Humanos.
Por consiguiente, tal situación no debe sorprender a nadie, por cuanto la misma representa un punto culminante en la escalada de mentiras vertidas por el gobierno del presidente Uribe Vélez en contra del gobierno de Venezuela al vincularlo reiteradamente con el narcotráfico y las guerrillas, demostrando fehacientemente con su obediencia a las directrices del imperialismo yanqui-sionista, una vez firmado, ampliado y ratificado el Plan Colombia, diseñado (aparentemente) para acabar con ambos elementos. Sin embargo, aún podría creerse que privará en ambas naciones bolivarianas la sensatez política, aún cuando no se descarte que aún se quiera dar un salto al vacío, incluso, invocándose la aplicación de la Carta Democrática Interamericana a Venezuela, legitimando y propiciando una agresión militar estadounidense directa al territorio venezolano que logre lo mismo que en Iraq, es decir, la salida violenta de Chávez del poder, cosa que no puede ridiculizarse ni minimizarse, porque es obvio el interés de Estados Unidos en que ocurra algo así, de manera que se imponga un régimen más acorde con los objetivos geoestratégicos perseguidos en nuestra América.
Así, lo hecho en la sesión de la OEA es una repetición fallida de lo aplicado a Cuba a mediados del siglo pasado, buscando calificar al Estado de Venezuela como Estado forajido y protector del narcotráfico y el terrorismo internacionales, además de justificar cualquier incursión militar del lado colombiano, aduciéndose que existen campamentos de las FARC y el ELN bajo la mirada complaciente de las Fuerzas Armadas de nuestra nación que es preciso desmantelar bajo el pretexto de entrañar una grave amenaza a su seguridad interna. Asimismo, esta sesión podría conceptuarse como un complot orquestado por los enemigos declarados del proceso revolucionario bolivariano, esto es, los gobernantes de Estados Unidos y Colombia, siguiendo un guión preestablecido -a semejanza de la campaña mediática desarrollada en Chile durante la presidencia de Salvador Allende y en Panamá, días previos a su desproporcionada invasión en 1989- el cual procura imponer una matriz de opinión negativa respecto al mismo que es multiplicada en las diferentes cadenas noticiosas a nivel mundial, como ya se ha hecho, tanto en éste como en otros países, sobre todo, europeos.
Esto no significa que Venezuela esté exenta de la presencia de presuntos narcotraficantes y de guerrilleros, provenientes del otro lado de su frontera occidental, pero de ahí a considerar que éstos cuenten con el aval oficial del Estado venezolano hay mucho trecho por andar (y por comprobar, además) y, de ser cierto, habría que revisar exhaustivamente la conducta de las autoridades militares, policiales y judiciales que no han actuado como les corresponde, de acuerdo a sus deberes. En todo caso, colombianos y venezolanos, revolucionarios o no, deberán estar alertas ante el desarrollo de los acontecimientos, sin dejarse envolver por la propaganda chovinista y malintencionada que pudiera estarse ya generando, a fin de crearle condiciones apropiadas a la injerencia del imperialismo yanqui-sionista y, de esta manera, abrir la puerta a su ejercicio hegemónico en todo el continente americano.-