La
situación de su amiga Satoko Kobayashi es por completo diferente. Esta
mujer de 46 años, soltera, trabaja como asistente dental, tiene un
salario estable y goza de dos primas anuales que le permiten mantener un
estilo de vida confortable, con posibilidad de viajar al exterior y
pasar tiempo con sus amigas.
Divorciada hace 10 años, Miharu, quien prefirió no divulgar su apellido, considera que su futuro es sombrío.
"Estoy agradecida por tener trabajo a mi edad. Pero lo que llevo a
casa apenas cubre mis gastos mensuales. Sueño con abandonar el monótono
trajín diario", afirmó.
En promedio, sus ingresos mensuales alcanzan los 1.800 dólares, dos
tercios de los cuales van para pagar el alquiler, comprar artículos
básicos y comida.
Miharu, con un título en inglés, había abandonado su empleo en una
compañía de comercio al casarse y tener un hijo. Años después se separó y
quiso volver a trabajar, pero se dio cuenta de cuán difícil era para
una mujer de su edad retomar una carrera profesional.
Las historias de Miharu y Kobayashi muestran no sólo cómo la recesión
en Japón ha afectado más a las mujeres, sino también cómo ha ampliado
la brecha social entre los diferentes grupos de trabajadoras, señaló
Toshiaki Tachibanaki, autor de "Más opciones, mayor inequidad", un
análisis de la economía desde la perspectiva femenina.
"Tradicionalmente, las mujeres mayores siempre han tenido problemas
para encontrar empleos estables luego de renunciar a uno. Pero, con la
recesión, la situación ha empeorado", explicó.
"Cuando las compañías reducen costos para afrontar la competencia
internacional, las mujeres, que también sufren la discriminación de
género tradicional, son las más afectadas", añadió.
Tachibanaki sostuvo que la cultura laboral japonesa, dominada por los
hombres, ha reducido la posibilidad de las mujeres para obtener empleo
luego de haberse casado o tenido hijos.
Cuando a esta situación se le suma la tasa de desempleo, de 5,3 por
ciento –4,9 por ciento entre las mujeres--, se genera un ambiente que
obstaculiza las carreras de las profesionales, explicó Tachibanaki.
Su investigación muestra que las mujeres que permanecen dentro de la
fuerza laboral por lo general trabajan en forma independiente, con
empleos de tiempo completo como Kobayashi. Otras pueden trabajar pocas
horas ya que sus esposos ganan buenos salarios.
"Las otras simplemente luchan por sobrevivir", explicó en conferencia de prensa.
Estadísticas confirman esta tendencia. Las mujeres de entre 20 y 64
años constituyen 13,39 por ciento de los trabajadores pobres en Japón,
que ganan menos de 11.000 dólares al año.
Además, representaron 62 por ciento de los 610.000 empleados de
tiempo parcial en 2009, según el Ministerio de Salud, Trabajo y
Bienestar.
Por lo general son contratadas en "call centres" (centros de
llamadas), como oficinistas, trabajadoras de la salud o vendedoras.
Se les hace firmar un contrato anual o semestral y reciben paga por
hora. A veces tienen un sueldo 30 por ciento inferior al de sus pares
hombres.
Habitualmente, sus contratos de empleo no incluyen vacaciones o complementos.
La Unión de Mujeres de Tokio investiga 25 denuncias al mes, de las
cuales 80 por ciento son de mujeres de entre 30 y 50 años que perdieron
su empleo por una reestructura en sus compañías.
"Las mujeres mayores son las primeras en irse de la compañía",
explicó Toyomi Fuji, una de las consejeras de la Unión. "Su trabajo es
considerado prescindible por sus jefes hombres".
Una importante queja entre las trabajadoras japonesas es el sistema
de empleo temporal. Los contratos por lo general son acordados entre la
compañía y la agencia laboral, y no directamente con ellas. Esto por lo
general deriva en condiciones de trabajo injustas, dijo Fujii.
Es común que mujeres más jóvenes y atractivas tengan más posibilidades de ser contratadas que las más veteranas, añadió.