“Que el fraude electoral jamás se olvide”

Los informes

Expreso mi más sentido pésame a quienes acostumbran ver la televisión por el sensible fallecimiento de su libertad de información y por la pena de tener que tragarse las píldoras doradas del espurio a todas horas. Menos mal que la bendita competencia ha permitido una cierta variación: ahora el informador se ve secundado por la fresca presencia de Peña Nieto que, de cumplirse sus anhelos y los de Televisa, les augura otros seis años de machacona manipulación informativa, aunque por lo pronto, sólo sirva para hacer menos aburrida la contemplación de la caja inútil.

Con su ya proverbial ignorancia, Calderón aplica la conseja de Goebels que dice que una mentira repetida mil veces puede convertirse en verdad, y supone que es lo mismo que decir mil mentiras para que puedan resultar creíbles. Al mentiroso contumaz no se le puede creer aunque diga la verdad, aunque repita mil veces cada mentira. Tan embrollado en la mentira está el que se dice presidente, que ya perdió el hilo y ya no sabe distinguir sus propias mentiras, al grado de llegar a creerlas. Si, además, las profiere en una simulación de informe entre puros amigos que le aplauden, la noción de la realidad se pierde totalmente. Por su parte, el legislativo, que formalmente es el receptor de la información en primera instancia y, en su caso, el que la puede aceptar o rechazar, se quedó en el vacío, olímpicamente ignorado por el informador. Así queda plenamente constituido el país de mentiras en que vivimos.

No creo exagerar al afirmar que, en buena medida, la descomposición que se registra en el país surge de este cáncer de la desinformación y la mentira. Indudablemente, la del presidente es la voz más escuchada independientemente de su legitimidad; en tal sentido es la de mayor influencia en la educación del público; si esa voz engaña, y lo hace sin freno, la gente se percata y entra en un vértigo de confusión que desalienta cualquier actitud afirmativa de la convivencia social. El cinismo cunde y el país se hunde.

En la Universidad Nacional Autónoma de México, que se agiganta en su papel de generador del conocimiento, se reúne un grupo selecto de expertos y elabora un serio documento de directrices para la acción gubernamental en materia económica, cuyo diagnóstico base contradice de cabo a rabo lo dicho por Calderón y formula propuestas racionales de cambio de estrategia, pero el destinatario de tales consejos los ignora sin el mayor empacho, incluso se empecina en mantener su equivocado rumbo. En definitiva, su compromiso es con cualquiera menos con el país que dice gobernar y que, casualmente, es el nuestro.

Tiene que ver esta lamentable tragedia con la forma de hacer política que se ha impuesto en la realidad nacional, cuya más clara manifestación es el repudio generalizado por la ciudadanía a todo lo que huela a política y a políticos. El común de la gente identifica la política con la trampa y el fraude, con la mentira y el engaño; la palabra patriotismo, prostituida por tales políticos, deviene en farsa y no convoca a la acción comunitaria en la defensa de la Patria. Me queda claro que hay quienes ganan en este estado de cosas y que, incluso, son los que lo alimentan con sus instrumentos mediáticos: la mafia de los poderosos privilegiados por un sistema que hace agua por todos lados y sus patrocinadores del norte. Un sistema político desacreditado y, por lo mismo débil, es el mejor ambiente para que los malandrines de cuello blanco medren sin límite al convertirse en los únicos sostenedores del régimen. Los partidos políticos formales, protegidos por una legislación que favorece su prostitución, hacen su propio juego en la debacle, con los principios guardados en el cajón y la lucha por las prerrogativas a la vista. Los clérigos retrógradas se regodean en desacato de la ley e intervienen para llevar agua a su molino, calificando de “jalada” el principio del estado laico. Los malandrines del narcotráfico retan al sistema y se adueñan de regiones enteras del territorio nacional y colocan en serio predicamento al gobierno que osó tratar de exterminarlos por las armas. Los muertos abundan, sean los asesinados en la guerra calderónica, o los que padecen hambre e insalubridad, también de origen calderónico.

 Hasta las conmemoraciones centenarias de la Independencia y la Revolución se ven tocadas por el síndrome de la mendacidad. El entusiasmo popular propio de las fechas patrias se queda en la simple fiesta patriotera sometida a la manipulación engañosa del régimen y sus corifeos, que hace usufructo espurio de los prestigios nacionales, tanto para distraer la atención pública respecto de los graves conflictos actuales, como para enmendarles la plana y bañar de conservadurismo las que fueron gestas de libertad. Lo anterior sin dejar de lado el usufructo pecuniario que el amplio presupuesto les permite, contratando en el extranjero la producción de los espectáculos y atiborrándolo de plástico y oropel.

Tiene razón Andrés Manuel en colocar entre las prioridades de su proyecto el cambio radical en la forma de hacer política, para reconvertirla en virtud de servicio. La salud del país la reclama con urgencia.

  gerdez999@yahoo.com.mx 


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Gerardo Fernández Casanova


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