En Colombia se vive un clima de violencia generalizada desde hace 62 años. “Una guerra de nunca acabar”. ¿Por qué se prolonga tanto este conflicto? ¿Qué hace que, mientras en otras latitudes las guerras pasan, se encuentran salidas negociadas, se ponen en marcha procesos de pacificación, aquí pareciera perpetuarse indefinidamente sin dar miras de poder entablarse negociaciones firmes? Sin dudas que ese clima bélico en que se mueve la sociedad colombiana es sumamente complejo y presenta numerosos componentes: movimientos revolucionarios de vía armada, narcoactividad, grupos paramilitares, un Estado armado hasta los dientes en guerra frontal contra varios sectores, presencia de fuerzas extranjeras directamente comprometidas en esa guerra como es la estrategia de Washington, incluso con varios destacamentos fijos y dotados de alta tecnología militar. Definitivamente hay ahí una sumatoria de elementos que hacen de Colombia una mezcla explosiva y que, según algunas estimaciones del año 2010, lo colocan como el país más violento de Latinoamérica y uno de los más violentos del mundo. Y junto a ello, detentando el nada honorable cetro de ser el segundo país del globo en cantidad de desplazados internos como consecuencia de la violencia crónica. ¿Es posible lograr la paz en ese contexto? ¿Qué se necesita para ello?
Si bien
de esto ya se ha hablado interminablemente, nos pareció
interesante conocer la opinión de un no-colombiano, buen conocedor
de la situación del país. Se trata de un funcionario de un organismo
internacional radicado en Colombia desde hace ya un cierto tiempo y
ligado a esfuerzos de pacificación, actualmente asentado en Bogotá,
para tener una visión relativamente
“neutra” de la cuestión. Para
conversar en detalle de estos temas Argenpress lo entrevistó, en español,
por medio de su corresponsal Marcelo Colussi. Por razones de seguridad
prefirió no dar su nombre. Si bien esto eventualmente podría quitarle
seriedad a la entrevista, entendimos que valía la pena darla a conocer
aún bajo esas condiciones.
___________
Argenpress:
La guerra no da miras de terminar en lo inmediato. Sólo para graficarlo
con un elemento, tomemos las recientes declaraciones de Alfonso Cano,
comandante de las FARC, en su mensaje de fin de año:
“Mientras no encontremos entre todos los caminos de la reconciliación
y la convivencia democrática continuaremos desarrollando la guerra
de guerrillas intensamente para resistir la agresión, participar dinámicamente
en las luchas políticas y sociales y para abrirle caminos al poder
popular y a la Nueva Colombia”.
¿Es posible alcanzar la paz hoy en Colombia?
¿De qué manera?
Respuesta:
Para responder eso es necesario primero contextualizar el fenómeno
colombiano. No se pueden entender más de 60 años de guerra y de violencia
si no se contextualiza eso en los intereses que alientan todo este complejo
fenómeno, si no se toma en cuenta la estructura íntima de la guerra.
Si uno habla con un ciudadano colombiano ya de algunos años, puede
encontrarse con que la violencia viene incluso desde más atrás, desde
antes de la muerte de Jorge Eliécer Gaitán, en 1948, el momento en
que se ha fijado como el inicio de la guerra interna. Colombia, desde
su aparición como Estado-nación moderno, ha generado unos poderes
regionalistas, con aristocracias locales que se han ido constituyendo
como pequeños feudos, y que son las que fijaron la historia del país.
Y si bien esos poderes se han ido modernizando, en lo básico nada ha
cambiado a través de los años en relación a la estructura básica
del latifundio.
Argenpress:
Sólo como dato y para ampliar la información: según un estudio del
Instituto Geográfico Agustín Codazzi y de CORPOICA
(la Corporación Colombiana de Investigación Agropecuaria)
del año 2001, las fincas de más de 500 hectáreas correspondían al
0.4% de los propietarios que controlaban el 61.2% de las superficie
agrícola, en un proceso de progresiva concentración que viene de años
atrás y que no da miras de detenerse, y que la guerra incluso ha profundizado.
Respuesta: Exacto. Es en esa lógica de pocos poderes locales, con características de defensa cerrada de sus feudos, defensa a muerte del latifundio, es en esa perspectiva que sus intereses particulares se enquistan en la sociedad y se van adaptando a las cambiantes circunstancias. Por ejemplo, se adaptan a las formas democráticas; pero en el fondo, siguen siendo los mismos poderes intocables de siempre. Y en esa dinámica es muy difícil general proyectos de beneficio para las mayorías. Colombia es una sociedad que en sus últimos 50 o 60 años, si bien tuvo momentos de apogeo económico, siempre siguió con una distribución muy inequitativa. Se podría decir que este es el argumento de las guerrillas, y con él se justifica la acción armada de los movimientos revolucionarios; habría en ese discurso, entonces, mucha ideología de transformación social y un fuerte componente de mística, todo lo cual alimentó a las insurgencias durante la Guerra Fría. Producto de eso, se podría pensar, el país entró en una espiral de violencia política en el que todavía está metido. Pero si se analiza más en detalle todo el fenómeno de la violencia, se descubre que hay toda una arquitectura social que favorece esa violencia. Existe una cultura de la violencia ya enraizada, y eso favorece a ciertos grupos de poder, que no son otros que esos poderes regionales de que recién hablábamos. Por supuesto que los movimientos guerrilleros se manejan con una ideología que es la que los llevó a tomar las armas y mantenerlas por décadas. Y eso, indirectamente, favoreció una lógica, una cultura de guerra que está expandida por toda la sociedad, y de la que se favorecen estos grupos de interés ya tradicionales, expresado en un Estado super militarizado que lo que mejor sabe hacer es, justamente, la guerra.
Toda esa cultura
de guerra se ha venido alimentando de nuevas justificaciones sociales.
Por eso es muy difícil pensar seriamente en un proceso genuino de paz,
porque los intereses que mueven la guerra –que van más allá del
narcotráfico, y luego vamos a hablar de eso– tienen que ver con la
forma en que se distribuyen los poderes. Si bien la tierra sigue siendo
seguramente el principal problema a nivel nacional y lo que dispara
tanta conflictividad, diría que en el origen de esta guerra interminable
está la apetencia de poder de diversos sectores. La guerra decide quién
tiene el poder, cómo se distribuye, en manos de quién está y cómo
se lo administra, cómo progresa o no progresa la sociedad. Es decir:
la guerra, decide la dinámica de todo el país. En Colombia las grandes
mayorías están condenadas a tener muy pocas oportunidades, mientras
que muy pocos las tienen por montones. Son las grandes familias las
que han manejado y siguen manejando todo.
Argenpress:
¿Una típica “república bananera”?
Respuesta: Sí y no. Colombia también es un país donde los movimientos sociales, y los movimientos de víctimas de la violencia, y los movimientos indígenas y afrodescendientes han marcado tendencia a nivel de todo el continente. Hay mucha organización y muy interesantes propuestas desde el campo popular, muy dinámico y consciente. Valga decir que es también el país donde se ha creado toda una arquitectura de justicia transicional de las mejores del mundo, al menos en términos legales. Pero a pesar de ser una sociedad pujante con esfuerzos por lograr ciertos climas de desarrollo modernizante, perpetúa el mismo modelo de profunda desigualdad de toda Latinoamérica, pero con el toque muy colombiano de estos enormes poderes regionales, que arrancan ya con la Gran Colombia en la época de Simón Bolívar, que fueron los que lo frenaron en su proyecto unionista. Estos poderes regionales han hecho de la violencia siempre, desde su creación, un instrumento que no sólo legitima sus proyectos de dominación y poder, sino que los alimenta. Y todo eso creó una sociedad que desde hace ya largo tiempo, lamentablemente, se acostumbró a vivir en la lógica de la guerra. Esto vale para todos los sectores. Pero ¡cuidado!: no estamos diciendo que aquí hay buenos y malos. Un análisis maniqueo de un fenómeno tan complejo como la guerra en Colombia sería muy imperfecto. Pero no se puede dejar de mencionar que muchos de los sectores de poder, con la calculadora en la mano, pueden decir que les conviene más tener enemigos que hacer un proceso colectivo de construcción de sociedad y de Estado inclusivo. Hay sectores que ganan más con la violencia que con la paz. Aunque, por supuesto, el discurso políticamente correcto es hablar siempre de la paz. El presidente que precedió a Uribe, Andrés Pastrana, del Partido Conservador, ganó las elecciones “vendiendo” el tema de la paz. Se hablaba de la paz como la llave maestra para resolver los grandes conflictos del país. Ahí se inicia el proceso del Caguán; pero finalmente se rompe eso, a partir de lo cual se consolidada el proceso de la guerra. Ahí vemos que toma total preponderancia la lógica bélica, pasa a dominar la escena, y de ahí en adelante gana el que mejor haga la guerra. El tema de la paz, aunque formalmente se siga hablando de ella, queda relegado. Uribe y su política de seguridad democrática gana; y además, es aplaudido, y vuelve a ganar. E incluso ahora no estuvo lejos de una nueva reelección. Todo eso marca que la clave para resolver las cosas es abiertamente la violencia, la lógica militar. Eso ya queda establecido. Es una lógica puramente militar, que coincide con la presidencia de los republicanos con Bush hijo en la Casa Blanca y su geopolítica de guerra infinita. Aunque se habla de democracia, porque es políticamente correcto, la esencia de todo pasa por la lógica de la violencia.
El fracaso
de la Paz del Caguán establece ya una cultura política asentada en
la violencia, en la militarización. Hasta podríamos decir que a partir
de ahí el tema de la paz va quedando de lado, de alguna manera pasa
a ser “sospechoso”. Para el discurso dominante, todo aquel que intente
hablar de proceso de paz, como por ejemplo las guerrillas, es visto
con suspicacia. Hoy día, ningún político del status quo hace su carrera
política hablando de la paz. En todo caso, habla de la violencia; la
violencia, supuestamente para conseguir la paz, pero violencia al fin
como clave de su propuesta: “no daremos ni un paso atrás”,
“no le creemos nada a estos delincuentes terroristas”…, es
decir: la violencia y la militarización como telón de fondo.
Argenpress:
Esta suerte de apología de la violencia desde el discurso dominante
se refiere a los movimientos revolucionarios, a las FARC y al ELN.
¿Y qué pasa con el tema de la narcoactividad?
¿Qué dicen los grandes poderes respecto a esto?
Respuesta:
Los narcos representan la gran pesadilla, la espina clavada para cualquier
administración política en Colombia. Desde la época de los carteles
clásicos, con Pablo Escobar en los años 80, con los carteles de Medellín
y de Cali, la lógica del narcotráfico es otro elemento más que contribuye
a este clima de violencia generalizada, y de hecho el narco ha hecho
correr demasiada sangre en el país. El aparato ligado a toda la narcoactividad
es realmente enorme. Y tiene mucho poder; algunas décadas atrás realmente
consiguió poner de rodillas al Estado colombiano, creando un clima
de terror enorme. Pero la violencia que se ha creado en la sociedad
es una combinación de violencia física más toda una cultura, mediática
en muy buena medida, que pone la sospecha en el centro del problema.
La violencia va creando una cultura de sobrevivencia. Y la suma de distintos
tipos de violencia, entre la narcoactividad, la guerra de los grupos
insurgentes y la militarización del Estado, después de más de 60
años hace de Colombia una sociedad de sobrevivientes. Un sobreviviente
hace lo que sea para sobrevivir, esto no hay que perderlo de vista.
Es decir: se ha creado una sociedad donde nadie es inocente. Nadie es
ni bueno ni malo; para sobrevivir hay que adecuarse a las terribles
circunstancias que impone la vida, esa violencia que está por todos
los lados. Entonces, para esa sobrevivencia, hay que transar, hay que
negociar todo, mirar para otro lado y no ver, acomodarse a una realidad
terrible. Eso impone una sociedad de sobrevivencia, donde todo el mundo
tiene que ceder un poco, acomodarse a esa realidad que golpea, desde
una víctima de una región perdida del Putumayo hasta alguien de clase
media o medio-alta en Bogotá. Por ejemplo: o se transa con los paramilitares,
o se muere; o se ayuda a la guerrilla, o se muere. En una sociedad articulada
sobre esa lógica es imposible buscar buenos y malos. Todo se construye
en la cultura de la sospecha, del sálvese quien pueda.
Argenpress:
En esta perspectiva de la guerra como negocio del que muchos sectores
se aprovechan y viven, y que pareciera imponer esa dinámica a toda
la sociedad, ¿qué espacio queda entonces para los movimientos revolucionarios?
¿Sigue habiendo proyecto ideológico de transformación en las guerrillas?
Respuesta:
Sí, la primera respuesta es afirmativa. Pero hay que matizarla. La
historia de la violencia en Colombia ha sido distinta en cada región,
y se ha desarrollado en forma desigual según los períodos históricos.
Por supuesto que en los movimientos guerrilleros hay proyecto ideológico-político,
como también lo hubo en los paramilitares, ajeno a que éstos también
estaban comprometidos con los negocios de la violencia como modo de
vida, negocios ilícitos en muchos casos, como el narcotráfico. Por
supuesto que las guerrillas siguen teniendo un discurso político-ideológico;
de eso no caben dudas. Pero creo que en algunos casos, ese discurso
se ha ido vaciando de contenido. Quizá en las últimas dos décadas
se ha venido dando ese fenómeno, en parte por el nuevo escenario mundial
que fue apareciendo, con un campo socialista que se esfumó, y además,
por la forma que la violencia fue configurándose en lo interno de Colombia.
El contexto internacional por supuesto que obligó a un cambio de discurso,
a una adecuación a los nuevos tiempos; terminada la Guerra Fría, el
rigor ideológico de otros tiempos dio lugar a un pragmatismo político
acorde a la nueva situación y, por ejemplo, un discurso absolutamente
antidrogas de años atrás permitió ahora participar, de un modo u
otro, en este negocio, asegurando territorios, protegiendo a los campesinos
productores, pero estando ligado de alguna manera a algo que se atacaba
y denunciaba tiempo atrás.
Argenpress:
¿Nos podemos atrever a decir esto: que hay participación de los movimientos
insurgentes en el narconegocio?
Respuesta:
Es vox populi en la población colombiana. Quizá alguien desde una
posición rigurosa de izquierda puede decir que ese es el discurso prefabricado
del Estado colombiano, de los medios de la derecha, de la DEA; pero,
según lo que yo puedo percibir desde mi trabajo cotidiano y viviendo
el día a día, eso está presente. Hasta donde se puede saber, hay
territorios donde los dos movimientos guerrilleros trabajan juntos en
el tema, y hay territorios que prácticamente se lo disputan. Por supuesto
que ambos movimientos revolucionarios, FARC y ELN, tienen un discurso
y una práctica contestataria con el Estado y el statu quo, hay un proyecto
de transformación social evidente. Pero los hechos demuestran que el
negocio de la droga también alimenta, de un modo indirecto muchas veces,
a las bases. Pensemos en cómo podrían hacer los movimientos insurgentes
para seguir comprando las armas cuando se terminaron sus referentes
internacionales históricos. Es más: hablando con algún comandante
de los movimientos, más de una vez escuché decir que “esto también
es hacerle la guerra al enemigo, así
sus sociedades consumistas se envenenan y quizá
reaccionan”. Justificaciones para la violencia puede haber muchos,
sin dudas. Todo eso es lo que nos puede hacer pensar que, en cierta
medida, a veces uno puede concluir que los grupos revolucionarios han
extraviado un poco su objetivo, porque la situación los fue orillando
a eso. La violencia y el poder tienen una dinámica propia, una lógica
que se termina imponiendo, y no es ningún secreto que muchos territorios
colombianos están bajo el poder de distintos grupos, del signo que
sean, y que no son el Estado precisamente. Poderes que, a su vez, corrompen
y manejan a su gusto a las estructuras del Estado dentro de sus territorios.
Argenpress:
¿Podríamos decir: “señores de la guerra”, al modo afgano quizá,
aunque en Colombia no se llamen así
precisamente?
Respuesta: Sí, claro: se manejan con una misma lógica. Y en esa lógica de poderes locales, poderes territoriales, en esa lógica del poder finalmente, es muy fácil extraviarse, perder el objetivo. Si no, no se verían ciertos excesos que se producen, y que hay que reconocer que son cosas cuestionables en términos político-ideológicos por parte de las guerrillas, como utilizar a la población civil como parte del conflicto, o mantener a rehenes por años. Que eso lo haga el ejército como parte de sus estrategias de terror, se entiende. ¿Pero por qué hacer eso desde un referente ideológico que se pretende distinto? Es que el conflicto se ha degradado tanto y la lógica de la violencia se impuso de tal manera, que todos, de un modo u otro, terminan participando de la misma.
La violencia
armada en Colombia ya ha producido generaciones que sólo han vivido
en la lógica de la violencia, que no conocen otra cosa. Y eso, por
tanto, ya se ha incorporado como una cultura dominante: no hay otra
forma de vivir que no sea así. Exagerando, podríamos decir que esas
buenas cantidades de personas no entienden las relaciones humanas si
no es con la matriz de la violencia siempre presente. Hoy día hay estudios
serios que dicen que si las guerrillas, de hoy para mañana se desmovilizaran,
sólo bajarían los asesinatos y las muertes violentas en apenas un
6%. Lo cual deja que ver que la violencia en Colombia no está necesariamente
asociada a la guerra revolucionaria de estos dos grupos que siguen operando.
Argenpress:
¿Dónde se produce el mayor porcentaje de muertes entonces?
Respuesta: Tiene que ver fundamentalmente con el negocio de la droga. Como ya es sabido, este negocio mueve mucho dinero y mucha gente; tiene brazos por todas partes. Tiene que ver con la siembra, la producción química de la droga, su comercialización tanto en lo interno como hacia el exterior, las distintas alianzas que todo ello va generando. Es decir: buena parte de la actividad económica del país se vertebra en torno a la droga. Datos oficiales hablan hoy de 8 grandes bandas; pero datos extraoficiales llegan a visualizar hasta 15. En conclusión: todos esos micropoderes, entrelazándose, disputándose espacios y mercados, conforman una situación explosiva.
Y es real que
el Estado hace un esfuerzo por mantener instituciones lo menos corruptas
que se pueda. Pero en realidad quien hace el mayor esfuerzo en ese sentido
es la sociedad civil. El negocio de la droga tiene como un elemento
fundamental el buscar siempre corromper a la fuerza pública. Y aunque
haya esfuerzos serios y genuinos para impedir que ello suceda, el poder
de penetración del narcotráfico es realmente enorme. Si bien no hay
una cuantificación exacta de cuánto mueve anualmente, se sabe, se
percibe que es muy grande. Sólo como un dato anecdótico: Pablo Escobar,
en su momento de auge en el año 1983, para que no se aprobara la ley
de extradición, se ofreció a pagar, él sólo, toda la deuda del país.
Más allá del mito que pueda haber, sin dudas el dinero que mueve toda
la narcoactividad es grande, muy grande, aunque nadie se atreve a cuantificarlo
con exactitud. Se habla de un 2 a un 5% del producto bruto del país,
según estimaciones. Toda esa masa de dinero, por tanto, da poder. Facilita
corromper a cualquiera, a jueces, a políticos, a la sociedad en su
conjunto. Más aún cuando se trata de una sociedad con elevados niveles
de pobreza y con un culto por el dinero, como en general sucede en todo
el continente. Éticamente, todos tienen un precio, y eso lo sabe quienes
están en el negocio de la droga. En este campo, diría, se enfrentan
dos fuerzas desiguales: una sociedad muy golpeada y un Estado que no
está a la altura de los requerimientos de esa sociedad contra fuerzas
muy móviles, que se adaptan muy rápidamente a las nuevas circunstancias,
que cambian, y con mucho dinero en la mano. Diría que todo el ámbito
del narcotráfico se mueve más a la velocidad de la globalización
que al ritmo del Estado-nación del siglo XVIII, que es el modelo sobre
el que están hechos nuestros Estados. Es como un elefante tratando
de pelear contra una nube de mosquitos: es una guerra desigual. Sin
dudas el Estado asesta golpes fuertes de tanto en tanto, pero estas
fuerzas del narcotráfico se recomponen siempre muy rápido.
Argenpress:
¿Qué papel realmente juega Estados Unidos en todo esto? El Plan Colombia,
rebautizado Plan Patriota, ¿qué grado verdadero de impacto tiene en
este combate contra el negocio ilícito de las drogas?
Respuesta:
Partamos por decir que Estados Unidos tiene una influencia muy alta
en Colombia. En lo militar, es enorme: todo el equipamiento de las fuerzas
armadas colombianas está dado por Washington. Se utiliza tecnología
sofisticada, de avanzada, y todo eso a un precio altísimo, por supuesto.
Quien gana, sin dudas, es Estados Unidos. El gasto militar colombiano
es enorme; comparativamente, es el más alto de toda Latinoamérica,
y uno de los más altos del mundo. Como en todos los países latinoamericanos,
la opinión de la embajada gringa pesa mucho, decide muchas cosas, es
un obligado referente político. A partir de la política de seguridad
democrática de Uribe, la presencia de Estados Unidos en la esfera militar
es mucho mayor. En realidad, van de la mano los dos países con un plan
conjunto. Es decir: Washington y sus fuerzas militares se mueven en
Colombia como si fueran los dueños de casa. Toda esa presencia gringa
es lo que ha hecho replegar mucho a las guerrillas estos últimos años,
dando la sensación de cierta “seguridad” para el ciudadano común,
que se puede desplazar con relativa seguridad de un lado para otro en
bastantes partes del territorio nacional. Eso, por supuesto, la derecha
lo explota hasta el cansancio. Yo diría que Washington tiene un peso
en la política colombiano similar al que tiene en cualquier país de
Latinoamérica, en Uruguay o en México. Lo que sucede es que hay grados
de sutileza: en Centroamérica o en Colombia es menos sutil que, digamos,
el Cono Sur; pero en todos lados tiene la decisión en mucho de lo que
sucede en lo interno de los países. En Colombia la injerencia es mucho
más desembozada, eso es lo que sucede.
Argenpress:
Se dice que desde que está desarrollándose el Plan Colombia, la producción
y trasiego de droga no ha bajado en el país.
¿Qué papel geoestratégico está
cumpliendo ese plan entonces?
Respuesta:
La opinión más generalizada de la calle, que cualquier colombiano
medio puede tener, es que Estados Unidos está ahí con todo este plan
monumental, de hiper militarización, para controlar el precio de la
droga, y no por otra cosa. Controlan para que no suba. Ese es el mito
que se repite. Si fuera cierto que el interés del plan fuese combatir
la producción y tráfico de drogas ilícitas, todo el esfuerzo debería
ser combatir a las bandas criminales. Combatir a esos grupos, y no a
las guerrillas ideológicas como efectivamente hacen. En porcentaje,
esas bandas delincuenciales son las que menos se persiguen. Al contrario:
esas bandas criminales operan con casi total impunidad, muchas a nivel
nacional. Y no son sólo ex paramilitares que se metieron al negocio
de la droga; no, son estructuras de hampones muy bien armadas que nadie
toca, o que casi no se persiguen, más allá de cierta escenificación.
El espíritu del Plan Colombia, que supuestamente era combatir el narcotráfico,
se ha ido esfumando, y esos recursos se usaron para perseguir a los
movimientos revolucionarios. Se han dado golpes al narcotráfico, sin
dudas, como la muerte reciente de “Cuchillo”, el recién pasado
25 de diciembre, uno de los grandes capos actuales del negocio, un ex
paramilitar que nunca se había desarmado. Por supuesto que hay algunas
acciones puntuales, pero marginales y secundarias en relación al esfuerzo
real que se ha hecho por combatir a las guerrillas históricas.
Argenpress:
Va quedando claro que el negocio es la guerra, tal como lo dijiste antes:
“hay sectores que ganan más con la violencia que con la paz”.
Muchos se benefician de eso, dentro y fuera de Colombia. Se ha dicho
que el papel histórico que juega el país es similar a Israel en Medio
Oriente, como pieza de una geoestrategia de quien, de momento, continúa
siendo el “dueño” de la región: Estados Unidos. Ante este escenario,
con guerra como negocio y como presupuesto del proyecto político en
juego, la pregunta que nos angustia a todos entonces es:
¿es posible llegar a la paz, o todos estos intereses la tornan imposible?
Respuesta: El tema de la violencia y de la guerra en Colombia no pareciera tener solución viable en el corto plazo. No pareciera haber voluntad política real por parte de los que deben tomar las decisiones para que ello se concrete. Pareciera que los esfuerzos por construir la paz tienen menos fuerza que los esfuerzos por continuar la guerra. Todo ese clima de violencia y conflicto desatado, entonces, funciona como el caldo de cultivo ideal para tener las bases gringas en el territorio nacional, y fuerzas estadounidenses metidas, y apoyo militar creciente. Este clima de guerra que vive el país desde hace décadas es su justificación ideal. Un conflicto tan largo necesita de “amigos” que lo apoyan para ser tan largo. Ningún conflicto puede durar tanto si no hubiera interesados en que dure tanto. La guerra nace prácticamente antes de la Guerra Fría, en 1948. Se desarrolló luego siguiendo la lógica de esa guerra entre los dos grandes bloques en que se dividió el mundo, y luego, habiendo terminado la Guerra Fría, siguió no obstante. Si no hubiera tantos intereses en que ese conflicto se perpetúe, no sería posible que una guerra dure tanto, ya con varias generaciones. Incluso hasta para la gente más humilde a veces esta lógica de guerra, de conflicto le ha traído indirectamente algún beneficio. En muchas poblaciones, esto es un hecho incontrastable, el proyecto narco o el proyecto de la violencia les trajo más soluciones a esas comunidades que el propio Estado. Si bien hoy el Estado parece tan fuerte, armado hasta los dientes por otro lado, en realidad no ha sido un Estado que satisfizo las necesidades reales de la población. Es un aparente Estado fuerte, pero es más que nada un Estado ausente. O, en todo caso, un Estado hecho a la medida de ciertos grupos de poder, hecho para su beneficio. Y los vacíos que dejó en su relación con las grandes mayorías los ocuparon todos los grupos ligados a la violencia.
Dicho como patética conclusión: hasta que la paz no sea más rentable que la violencia, no va a llegar a Colombia. Y decimos “un buen negocio” no sólo para los colombianos, sino para otros que toman decisiones desde fuera del territorio nacional, y que también son los que se benefician de ese clima de violencia, quizá más que los mismos colombianos de esos grupos privilegiados. Por eso, como se ven las cosas hoy día, lamentablemente la paz no está muy cercana.