Desearíamos, clamamos y hasta elevamos oraciones y plegarias, sin profesar religión alguna, para que todas las palabras que ordenamos, para expresar nuestros juicios o razonamientos, sean sólo producto de un corto sueño nocturno pero que al despertar, sea sólo una hipótesis que se la lleve el viento por ser exclusivamente subjetiva e imposible de demostrar en el gigantesco laboratorio de la práctica social, la utopía menos realizable. En política, especialmente, no es fácil determinar los pronósticos con la exactitud con que se hacen en la astronomía. Sin embargo, creemos que el marxismo, como guía teórica para el estudio de las realidades, nos facilita precisar líneas generales del desarrollo histórico y contribuye a una correcta orientación en el cauce objetivo de los acontecimientos concretos de tiempo y espacio. Por ello, simplemente, presentamos este documento, no acabado y menos perfecto, para la reflexión. Otros saben hacerlo mucho mejor que nosotros. Lo importante es dar un paso y en todo lo errado se irán, con el concurso de muchos, aplicando los correctivos.
El mundo actual no lo decide las buenas voluntades ni las ideologías, si siquiera las de carácter religioso que agrupan a la aplastante mayoría de la población existente. Sólo, para tener una idea, entre el islamismo y el cristianismo representan más del 50% de los más de seis mil quinientos (6.500) millones de habitantes. Y con el perdón de todos los religiosos del mundo, éste jamás será transformado o emancipado alegando principios divinos o voluntades de los dioses, aunque eso no excluya o niegue la participación de los religiosos en las luchas políticas que son la expresión concentrada de la economía. El mundo, aunque pocos o muchos digan lo contrario, sigue viviendo un tiempo de lucha de clases que cada día será agravado por el incremento antagónico de sus contradicciones entre los que explotan y oprimen y los que son explotados y oprimidos y, además, por la conflictividad entre el mundo subdesarrollado y el desarrollado como por la desleal competitividad entre las grandes potencias imperialistas por el afán de dominación absoluta del planeta.
Lenin nos hizo una descripción objetiva y correcta de la fase imperialista del capitalismo y, especialmente, del papel de los monopolios, destacando cuatro características que pueden resumirse de la siguiente manera: 1. es una concentración de la producción en un grado muy elevado de su desarrollo; 2. recrudecen la lucha por la conquista de las más importantes fuentes de materias primas; 3. transforman los capitales bancarios en capital financiero; 4. y desarrollan política colonial. Lo que Lenin no pudo describir –por un millón de razones propias de su tiempo- es la fase que ahora se denomina globalización capitalista salvaje.
Si parafraseamos o seguimos las enseñanzas de Lenin, podríamos señalar cuatro características de la llamada globalización capitalista salvaje para que tengamos una idea de su significación para el mundo actual, especialmente, en peligros y retos para la aplastante mayoría de la humanidad:
a.- Ya el mundo conoce el proceso de compra de bancos por pocos y grandes monopolios bancarios y que poseen sucursales en casi todo el mundo. Sigue siendo su operación principal la de intermediario en los pagos, concentrando cada vez más cuantiosas cantidades de dinero de supermonopolios del capitalismo que mantienen el predominio en las diversas esferas de la economía de la producción. Y mientras más concentración de bancos de grandes capitales en la conformación de supermonopolios bancarios, más se convierten éstos en una feroz bolsa de valores y de esa manera reduce el otorgamiento de créditos a un selecto grupo de capitalistas y lleva a la ruina a otros. Es en lo que se denomina globalización capitalista salvaje donde se produce la mayor concentración de los monopolios en supermonopolios de la banca con supermonopolios de la industria y así la economía de mercado queda a su completa disposición.
b.- Los supermonopolios bancarios, invirtiendo cuantiosas sumas de capital en la industria, logran no sólo concentrar la producción sino también el capital a un grado incomparablemente superior y más rentable para sus pocos propietarios que en la fase monopólica imperialista propiamente dicha del capitalismo. De esa manera crean el supermonopolio del capital financiero reduciendo a un número muy selecto de componentes de lo que se conoce como súper-oligarquía financiera. Ya no puede hablarse ni en broma ni sofísticamente de <democratización> de capitales, sino de <autocracia> de capitales como propietaria de los supermonopolios financieros. Estos se apropian de todas las operaciones económicas lucrativas del capital financiero. De esa manera los supermonopolios penetran con inmenso poder decisivo en las diversas esferas de la vida social sin respeto alguno al régimen político existente, por lo cual adaptan a éste al exclusivo servicio de aquel. El supermonopolio financiero ejerce supremacía sobre cualquier otra forma de capital dándole valor superior al capital rentista. Si en la segunda fase del capitalismo (imperialismo) cuatro naciones (Inglaterra, Francia, Estados Unidos y Alemania) llegaron a poseer entre el 70% y 80% del capital financiero mundial, en la globalización o concentración capitalista nadie debe dudar que con inclusión de Japón y China –y tal vez un poquito para Rusia- logren poseer alrededor del 90% y el resto del mundo no sea más que deudor y tributario de los poquísimos y poderosos supermonopolios que dominan el mundo entero.
c.- En la fase imperialista las naciones más poderosas se repartieron las tierras no ocupadas y determinaron los límites de países que sometieron a sus influencias; es decir, aplicaron su política colonial. El capital financiero se encargaba de subordinar tierras no ocupadas sometiendo y comprando la conciencia de sus gobernantes. El número de potencias imperialistas es muy reducido siendo Estados Unidos su eje principal, ejerciendo un dominio de vanguardia sobre el mundo con gran desprecio a las normas, leyes e instituciones de carácter internacional. Ahora, lo que está o va sucediendo es que son los pocos y grandes supermonopolios imperialistas los que se reparten el mundo a través del mercado; o mejor dicho, los monopolios de la segunda fase capitalista (imperialista) han tenido que traspasar las esferas de sus dominios a los supermonopolios. Así el planeta queda íntegro a disposición de la globalización o centralización capitalista imperialista salvaje caracterizada, entre otras cosas, por la concentración del reparto del mundo en manos de unos pocos supermonopolios respaldados por la política guerrerista de unos pocos estados imperialistas superpoderosos.
d- En la fase de la libre concurrencia las naciones capitalistas más desarrolladas exportaban mercancías; en la fase imperialista predominó la exportación de capitales; y en la globalización capitalista los supermonopolios, teniendo a su disposición poder político y militar sobre el mundo, exportan supertecnología y gerentes para explorar, explotar y saquear todas y cada una de las riquezas del planeta para de esa manera también mantener el predominio absoluto en la exportación de capitales y mercancías. De esa forma cuando se llegue a otorgar algún crédito al esqueleto de Estado del país inundado por la dominación salvaje de los supermonopolios, será sólo destinado a la compra de mercancías al prestamista. Así la globalización o concentración capitalista salvaje controlará toda la economía del comercio mundial.
Un mundo con esas características de dominación por parte de unas pocas potencias sobre la mayoría de las naciones no crea sino condiciones objetivas y subjetivas para estallar conflictos sociales de envergadura y, especialmente, de una conflagración intercontinental. El empobrecimiento y el sufrimiento de la aplastante mayoría de la humanidad y el enriquecimiento y disfrute de privilegios, cada vez más, de una reducida minoría, no hace sino poner a la orden del día luchas políticas de todo género.
Lenin dijo que “Las alianzas pacíficas preparan las guerras y, a su vez, surgen de las guerras, condicionándose mutuamente, dando lugar a una sucesión de formas de lucha pacífica y no pacífica sobre un mismo terreno de vínculos imperialistas y mundiales…”. ¿Acaso esa verdad no es lo que ha caracterizado al mundo, fundamentalmente, a partir de la Primera Guerra Mundial? Podemos orar todas las plegarias que imploren la paz, podemos rezar en cada segundo de tiempo un Padrenuestro y un Avemaría invocando la paz, podemos reunir las voluntades de más del 90% de la población del mundo y, lamentablemente, no podremos evitar las guerras porque éstas van en la entraña misma del capitalismo. Sólo grandes rebeliones o sublevaciones de los pueblos y, especialmente, de un proletariado mundial sin fronteras podrá evitar y ponerle fin a las guerras imperialistas haciendo la revolución para construir el socialismo. No existe otra fórmula salvo que sea exclusivamente en lo subjetivo, en las mentes pero chocarán contra las realidades del mundo donde los factores económicos y, fundamentalmente, por el afán de dominio, control y manejo de las fuentes de riquezas naturales por parte de las pocas potencias altamente desarrolladas del capitalismo, las hace inevitables. Eso no es guerrerismo ni belicismo sino verdades irrefutables que no las podemos evitar por medio de nuestras voluntades de amor por la paz.
La situación que vive el planeta actual, como el desenvolvimiento político de todas las naciones que lo integran, se halla turbado y perturbado por la gran amenaza de una nueva guerra mundial. No es mentira y sería una irresponsabilidad histórica no alertar a la humanidad de la nueva catástrofe o conflagración bélica que se le avecina. La globalización capitalista salvaje, esa que concentra en pocos supermonopolios la mayor parte de la riqueza social del planeta, requiere de nuevas políticas de neocolonización, apoderamiento absoluto de mercados, incremento del porcentaje (para las potencias imperialistas) de la renta mundial a través del saqueo. Sus artimañas o falsos argumentos, para su política de expansionismo y rapiña, serán el patriotismo, el pacifismo burgués y el desarme de todas las naciones agrupadas en la ONU tratando de mantener el derecho de voz y veto sólo de cinco países. Por eso, la guerra imperialista no es más que la perseverancia, corregida e incrementada, de la política de saqueo de la gran oligarquía económica que domina el mundo. ¡He allí, el porque el proletariado sin fronteras, a la cabeza de los pueblos explotados y oprimidos, tiene el deber de luchar contra el imperialismo y su desarme como el método más productivo de derrotarle sus guerras!
No existe duda alguna, demostrado históricamente, que la causa fundamental de las guerras y lo seguirá siendo es la propiedad privada de los medios de producción y el Estado capitalista que tiene como base a aquella. ¿De dónde surgen los paros, el alto costo de la vida que cada día se incrementa, la opresión, el nazismo, el aumento del desempleo, la ruina de sectores medios, la devaluación de las monedas, el dominio de los mercados por unos pocos, y otros elementos básicos del modo de producción capitalista? No quede duda alguna que de la propiedad privada sobre los medios de producción y del Estado que le custodia los intereses a la oligarquía capitalista.
Todas las guerras, bajo la bandera sobre la que se levante, tienen por fundamento los factores económicos. Alemania trató, y para eso declaró su guerra mundial, de “organizar a Europa” para beneficio y provecho de los intereses alemanes, mientras que Estados Unidos continúa con su política de tratar de “organizar el mundo” para beneficio y provecho de la economía imperialista estadounidense. El mundo actual, de una u otra manera, está repartido entre las esferas de influencias de las naciones imperialistas, pero el imperialismo estadounidense quiere un nuevo reparto para lograr el dominio casi absoluto de la riqueza –de todo género- del planeta y someter a casi todos los Estados a un neocolonialismo con visos muy sofisticados de democracia burguesa. Por eso, los pueblos del mundo y, especialmente, el proletariado sin fronteras se verán, obligados a un conflicto violento para oponerse y derrocar o derrumbar la erupción volcánica del imperialismo estadounidense que, de paso, ya inició su accionar haciéndole guerras a países como Afghanistán e Irak mientras que amenaza a otras con la misma posibilidad.
Pareciera una contradicción pero no lo es, el hecho de que a pesar que el mundo actual se caracteriza por la conquista de elevados niveles de desarrollo de la técnica y de las ciencias, la aplastante mayoría de la humanidad cada día se ve más cercada y acosada por la pobreza y el sufrimiento. La ley del desarrollo desigual golpea con poderosa fuerza, precisamente, a las naciones más atrasadas o subdesarrolladas, haciéndolas cada vez más dependientes de las importaciones de los países capitalistas altamente desarrollados y, a la vez, en más abastecedores de materias primas a éstos.
El mundo actual, el del siglo XXI, se caracteriza porque la economía de mercado está dominada no por miles de monopolios sino por unos centenares de supermonopolios económicos que le determinan el destino a todas las naciones y sus pueblos. El capitalismo está enfermo pero no agonizante. Ya nada le queda en sus entrañas para brindar como soluciones definitivas o de raíces a las profundas crisis económicas que brotan cada vez con más frecuencia, pero aún tiene a la mano, fundamentalmente por tantos Estados a disposición de sus designios, recursos para palear esas crisis y aparentar de nuevo su estabilidad permanente. Para que se mantenga el capitalismo es imprescindible la existencia resignada de esclavos que le produzcan la riqueza y le garanticen sus privilegios.
El tiempo en que la rivalidad competitiva entre naciones capitalistas se producía en una economía de mercado que daba prueba de expansión, pasó de moda y no volverá. Actualmente esa rivalidad está limitada al extremo, por lo cual no queda otra alternativa a los países imperialistas que pelearse por los jirones del mercado mundial. Lo lastimoso, lo verdaderamente lastimoso, es que el proletariado mundial, especialmente el de las naciones imperialistas, continúa –en general- viviendo un letargo que le obnubila la posibilidad real de una revolución proletaria permanente para que se ponga a la orden del día la transición del capitalismo al socialismo sin los peligros de una vuelta atrás, tal como aconteció con lo que se llamó Unión Soviética, el campo socialista del Este y, ahora, se está manifestando con rigurosidad en China.
La era en que se argumentaban las políticas imperialistas de expansionismo con frases, saludos, abrazos y besos de “buena vecindad”, quedó sumergida para siempre en un abismo, porque la política de concesiones y acuerdos se determina por la ley del embudo: lo ancho para los imperialistas y lo angosto para el resto del mundo. El imperialismo estadounidense no reposará, bajo ningún pretexto, su afán de supremacía unipolar en el planeta y para eso, en determinadas regiones, tiene sus acólitos gendarmes que le brindan condiciones para implementarla por una u otra vía de la lucha política. Ninguna política es tan perniciosa para la revolución permanente proletaria que el pacifismo mezclado con chauvinismo y plegarias por el desarme de los países que luchan por su derecho a la justicia contra las tropelías del mercado imperialista. La defensa de los imperialismos va acompañada de la destrucción de pequeñas y débiles naciones, porque la verdadera realidad de su defensa estriba en la manutención del dominio de los mercados, de sus concesiones foráneas, sus fuentes de garantía de materia prima y sus esferas de influencia. En otros términos: la defensa del imperialismo conlleva el dominio de la gran propiedad privada sobre los grandes medios de producción, de los poderosos capitales financieros, de sus privilegios y beneficios. No pasemos por alto, en este momento de la historia del mundos, que James Petra sostuvo que Obama es el primer presidente judío de Estados Unido y, por si fuera poco, de raza negra. De allí, que nadie espere ni confíe en que el imperialismo estadounidense asuma una actitud condenatoria y aplique sanciones severas al Estado sionista por sus crímenes de lesa humanidad.
El imperialismo estadounidense le ofrece al resto del mundo, a cambio de su resignación, establecer la “paz estadounidense”. Estados Unidos es, en este tiempo de dominio de la globalización capitalista salvaje, la personificación de todos los factores destructivos que encarna el capitalismo. Por eso, cada día que pasa y en vía de su segura muerte tarde o temprano, es la manifestación más acabada de la voluntad imperialista del poder y de la dominación del capital. Las crisis actuales del capitalismo, especialmente del imperialista, no hace más que crear desesperación por su propia falta de soluciones, lo cual se evidencia en que la parte más afilada de la navaja construida por él empieza a rasguñarle sus propias entrañas.
La crisis que golpea al mundo actual, en forma desigual, refleja, por un lado, que el capitalismo imperialista se convirtió en un capitalismo de supermonopolios que requiere el dominio absoluto de los mercados para los bienes y capitales, por lo cual necesita igualmente del dominio de todas las fuentes de materias primas lo que implica una ejecución de política neocolonial; y, por el otro, su gran fuerza reside en que el mundo marcha en base a la ley del desarrollo desigual en lo económico, en lo político y en lo militar, aunque eso, al mismo tiempo, es un elemento que favorece la posibilidad real de la revolución proletaria, primero, en aquellas naciones que son víctimas de las políticas económicas imperialistas. Todo imperialismo trata de encontrar en el campo internacional la solución de sus propias contradicciones.
El siglo XIX se caracterizó por el predominio irrefutable del imperialismo inglés y para garantizar sus intereses y sus privilegios estableció, por la fuerza de las armas, la llamada “paz británica”. La primera guerra mundial (1914-1018) tuvo como choque antagónico esencial los intereses económicos entre Gran Bretaña y Alemania. La segunda guerra mundial, en cambio, demostró la rivalidad, por supremos intereses económicos y de expansionismo geográfico, entre las viejas potencias imperialistas (Francia y Gran Bretaña) y los retardados imperialismos (Alemania e Italia).
Siendo lo económico la causa principal de las guerras, una tercera tendrá como características no el choque o antagonismo entre un imperialismo y otro sino la rivalidad imperialista entre continentes. La globalización capitalista salvaje, con la creación de supermonopolios para dominio de los mercados, así lo determina. Estados Unidos pretende que el continente americano sea intocable por potencias imperialistas de otros continentes, porque de esa forma desea garantizar su riqueza de existencia, las materias primas y sus mercados. Europa, ya como Federación o Unión de países no quiere que sus intereses sean fracturados, divididos y que imperialismos de otros continentes sean realmente los ganadores en el reparto de la riqueza que poseen. Rusia, China y Japón, igualmente, no desean que en el Asia vengan otros imperialismos a ejercer una hegemonía que los deje con la menor parte de la riqueza distribuida. Pero, al mismo tiempo, existen las contradicciones ínter-imperialistas por el dominio de mercados mucho más allá de las fronteras de sus continentes, lo que viene agravando la situación de la posibilidad real de una conflagración mundial entre naciones imperialistas en representación de continentes. Esa guerra, será inevitable, aunque en medio, buscando evitarla, se atraviesen el Dios único o todos los dioses en una sola voz, más las voluntades de millones y millones de seres humanos, más el clamor de los gobiernos que creen que el socialismo sea la única solución definitiva para superar todas las crisis y barrer del mapa al capitalismo. El mundo actual, hay que repetirlo, es de una lucha de clases más aguda que en el pasado.
Si echamos un vistazo a la situación mundial actual, encontraremos muchas razones para pensar que lo dicho anteriormente se está empezando a materializar. Las invasiones llevadas a cabo contra Irak y Afghanistán no es más que un preludio de lo que le espera al planeta, tal vez, en corto tiempo. La provocación del imperialismo estadounidense con su cómplice (el gobierno de Corea del Sur) lleva en la entraña propiciar un ataque contra Corea del Norte e Irán para crearle mayor poderío de ataque y de control en el Medio Oriente al sionismo israelita. Han logrado no sólo que China comience a dar pruebas de su alejamiento en las relaciones con Corea del Norte sino, igualmente, que el gobierno iraní se vea obligado a sentarse en la mesa para discutir sus planes de energía nuclear y, además, a pensar en cómo se distancia de los compromisos adquiridos con Corea del Norte en relación con acuerdos de defensa mutua en caso de agresión bélica contra alguno de los dos países.
Por su parte, Rusia ha lanzado una alerta radical contra la ubicación de misiles de Estados Unidos en regiones cercanas a su territorio, lo cual pone en peligro de ataque a toda el Asia. Pero es de destacar que una conflagración intercontinental abre la posibilidad de una revolución política en países donde el socialismo fue derrumbado por la fuerza de la burocracia y el autoritarismo. La Unión Europea está nucleada en la defensa de sus intereses que desea no sean puestos ni en duda ni en peligro por el afán de dominación unipolar del imperialismo estadounidense. Acosado el continente europeo por la crisis económica actual, hace desesperados esfuerzos para aliviarla evitando que exploten rebeliones que pongan en peligro su estabilidad capitalista. Si algo favorece a la Europa capitalista, en estos momentos, es que existe al igual que en otras regiones del planeta, como elemento fundamental de la crisis, ausencia de dirección revolucionaria, un proletariado que sigue siendo caracterizado por la defensa de las fronteras nacionales a sabiendas que éstas ya son un terrible obstáculo para la continuidad del desarrollo de las fuerzas productivas. Asia, dividida, terminará por cuadrase unas naciones con Rusia, otras con Estados Unidos, algunas con Europa, y otras con China. Empero, mucho dependerá de la actitud que tome Viet-nam en el conflicto bélico El Africa, de no triunfar la revolución proletaria, sufrirá un extremado reparto que favorecerá al imperialismo que salga vencedor de la conflagración intercontinental. Igual destino correrá Oceanía. América Latina, en cambio, está obligada a enfrentar las adversas realidades de una conflagración intercontinental teniendo como bandera la integración latinoamericanista. Su principal enemigo será el imperialismo estadounidense. Brasil deberá conformarse, si no triunfa la revolución socialista permanente, con jugar un papel de potencia de segunda categoría.
No sólo se incrementa el desempleo, sino que se le agrega el desmejoramiento de las condiciones socioeconómicas a la población para buscar fórmulas, dentro del contexto capitalista, que generen un paliativo a la crisis. Las protestas, las huelgas, los hechos de violencia entre millones de manifestantes y los cuerpos represivos de los Estados europeos, no hacen más que indicar el grado de gravedad de la crisis donde, incluso, como en Italia, hasta los propios militares y policías han salido a protestar porque le son deterioradas sus condiciones de trabajo y de existencia. Y mientras eso sucede, el Medio Oriente cada vez más se transforma en un polvorín que cualquier cerillo encendido puede hacerlo explotar. Lamentablemente, esencialmente en los países árabes y en las naciones islámicas de sus alrededores, no existen movimientos revolucionarios capaces de ponerse al frente de las luchas políticas o de las masas y conducirlas hacia un triunfo revolucionario que cree condiciones para el avance del carácter permanente de la revolución por el mundo entero, incluyendo a las naciones de capitalismo altamente desarrollado.
Sabemos que el pase del capitalismo imperialista a la globalización capitalista salvaje es una verdadera expresión de su decadencia, porque cada día que pasa se le hace mucho más difícil sus situaciones internas y, además, se le agravan sus contradicciones de todo género. Las inversiones, cada vez más creciente, en la carrera belicista o armamentista hacen que sus ingresos nacionales no permitan mejorar sus condiciones productivas para dar solución a las graves problemáticas socioeconómicas de sus sociedades. Dijo, hace varias décadas el camarada Trotsky y eso sigue teniendo vigencia en la actualidad, que los “… imperialistas ya no pueden otorgar concesiones serias ni a sus propias masas trabajadoras ni a las colonias. Por el contrario, se ven obligados a recurrir a una explotación cada vez más bestial. Precisamente en esto se expresa la agonía del capitalismo”. Por supuesto, el hecho que esté en agonía no significa que por ello está garantizado su derrumbe sin que haya oposición de luchas proletarias o revolucionarias no sólo por su derrocamiento sino, igualmente, por la construcción del socialismo. El imperialismo siempre llevará en su entraña la posibilidad de instaurar un régimen nazista o fascista si la necesidad de su supervivencia lo amerita, y para que ello no se concrete es indispensable derrocar al imperialismo y construir el socialismo.
Es correcto destacar que en este mundo de crisis y de grandes tensiones sociales, los estudiantes, fundamentalmente, europeos y asiáticos, jugarán un importante papel impulsivo de luchas revolucionarias. Ojalá el proletariado de esos países alce bien en alto el estandarte de la revolución proletaria, porque el patriotismo, con su carga de nacionalismo, será el peor enemigo de su emancipación social. Los pueblos con ansia de redención deben prepararse para derrocar el imperialismo. No deben dejarse influenciar por los programas de paz del capitalismo salvaje como serán falsas todas sus consignas sobre democracia y libertad. El único desarme posible que puede, en verdad, evitar las guerras imperialistas por las fuentes de materias primas y los espacios vitales, es el que haga el proletariado contra la burguesía.
Tal como marcha el mundo actual, bajo la égida de la globalización capitalista salvaje, está conduciendo inevitablemente a una crisis de la oligarquía y de los imperialismos, lo cual generará un estado de desorientación de la burguesía; se desarrollará una gigantesca insatisfacción y ansias de cambio en la mentalidad y en las necesidades de los sectores pequeños burgueses, lo cual creará una oposición de éstos contra la burguesía, lo que podría impulsar hacia un régimen nazista o hacia una revolución proletaria; fomentará conciencia revolucionaria en el proletariado debido a la caótica e insostenible situación socioeconómica que lo afectará y lo puede inducir obligatoriamente hacia la realización de actividades típicamente revolucionarias contra el imperialismo –en lo particular- y contra el capitalismo –en lo general-; a la creación y presentación de un programa concreto, preciso y claro y hacia la consolidación de una dirección revolucionaria firme y decidida como vanguardia de la revolución. Eso lo saben los ideólogos del imperialismo aunque aún lo desconozca el proletariado que no se ha unido para romper con los límites fronterizos y contra toda expresión de nacionalismos o patriotismos.
Al imperialismo no le bastará con las reuniones de los grupos de los 20 o de los 8 como tampoco sentarse en la misma mesa con los voceros de decenas de países subdesarrollados o llamados del tercer mundo. Allí no estarán las soluciones de las crisis. Se encontrarán en las calles, en los combates clasistas, luchando frente a frente el proletariado y los sectores populares con sus vanguardias políticas a la cabeza contra sus enemigos de todo género. ¡Allí se sellará la victoria o la derrota!
Una conflagración mundial entre continentes sería la mayor brutalidad de la historia humana, pero esta marchará sobre el sacrificio y los esfuerzos de millones y millones de personas. Si es vencido el imperialismo, la libertad se verá coronada con laureles de justicia, paz, solidaridad y equidad. Si, en cambio, el imperialismo triunfa sobre los pueblos del mundo, éstos cavarán la fosa para vivir como momias durante quién sabe por cuánto tiempo.
¡Muera el capitalismo! ¡Viva el socialismo!