El criminal Duvalier: retorna “victorioso” a Haití

 

 Quizás, miles de miles de jóvenes desconozcan que Haití fue la primera región latinoamericana que se independizó de España y que el 90% de su población era formada por esclavos negros, libertos y mulatos. En 1791, Toussaint Louverture dirigió la rebelión de los esclavos que obligó en 1795 a que España, mediante el Tratado de Basilea, entregase la parte que dominaba a Francia. Pero en 1804, el pueblo haitiano logra expulsar a los colonialistas franceses y Jean-Jacques Dessalines se declara Emperador. España, amante del colonialismo más atrasado de la época, insite en reconquistar lo que el pueblo haitiano, haciendo valer su derecho a la autodeterminación, le había arrebatado con luchas revolucionarias. La Metrópolis ocupa el Este de la isla mientras que el Sur está en posesión de los revolucionarios dirigidos por el internacionalista Alejandro Petión. En 1822 se reunifica Haití y se libera la parte Este, haciéndose llamar República Dominicana en 1844. La manía de los gobernantes franceses, inspirados en Napoleón Bonaparte, no desaprovechan oportunidad para que algún mandatario se declare Emperador, lo cual hizo Faustin I en 1859.

 Desde entonces, el Estado estadounidense puso su mirada en Haití, ocupándolo desde 1934 hasta 1957, cuando retira sus tropas intervencionistas. Haití desconocía que le caería encima un período de régimen político excesivamente sangriento cuando arriba al gobierno el terrorífico Francois Duvalier en 1951, el tristemente famoso Papa Doc, quien en 1964 se declara Presidente vitalicio como si Haití fuese una parcela de su propiedad individual. En 1971 le sucede su hijo Jean Claude Duvalier por razón hereditaria, pero una crisis política le obligó a abandonar el país y buscar asilo en Francia en 1986, que se lo otorgó. Desde entonces, la región más empobrecida del continente americano ha vivido pesadilla tras pesadilla viendo y sintiendo violar, por varios imperialismos, todos sus derechos y, fundamentalmente, el de autodeterminación de su pueblo. Sin embargo, el político más querido por la mayoría del pueblo haitiano, Aristide, ha sido víctima de los gobernantes imperialistas que nunca le permitieron cumplir con todos sus deberes como Presidente elegido constitucionalmente en 1990 por la mayoría de la sociedad haitiana, aun cuando muy poco o nada ha tenido de socialista. En 1991 fue derrocado, pero con la intervención militar estadounidense en Haití en 1994, regresa Aristidi a terminar su período presidencial. Posteriormente, es reelegido Presidente en 2001 y derrocado en 2003, prohibiéndosele, desde ese momento, regresar a su nación aun cuando una buena porción de la población haitiana ha exigido su regreso.

 En enero de 2010, Haití padeció uno de los fenómenos “naturales” de mayor devastación que se haya producido en el mundo, un terremoto que destruyó casi por completo todas sus infraestructuras y costó miles de miles de vidas humanas, dejando a millones de haitianos en la más crítica miseria y plenos de dolor. El mundo entero, gobiernos de diversas tendencias, organizaqción de múltiples géneros y hasta personalidades, se movilizaron para llevar solidaridad al pueblo haitiano; millones y millones de dólares fueron ofrecidos para reconstruir el Haití devastado por el terremoto y para mejorarle las condiciones de vida a ese sufrido y engañado pueblo latinoamericano. Luego de más de un año, el pueblo haitiano continúa viviendo casi en las mismas condiciones o peor en algunos casos que las que fueron creadas por el terremoto con el agravante de estar padeciendo ahora, una parte importante de su población, de un cólera que, según dicen entendidos en la materia, fue importado por soldados foráneos. “Pobre Haití, tan lejos del socialismo y tan cerca del imperialismo capitalista estadounidense”, dijo un viejo haitiano que ya tiene más de la mitad de su cuerpo en la puerta de un cementerio. Y en esas miserables condiciones, fundamentalmente los imperialismos estadounidense y francés, impusieron unas elecciones para que ganase el candidato del señor Preval, pero como no resultó ganador, no han vuelto a ocuparse de la materia, porque le puede salir el tiro por la culata.

 Aquí comienza el drama que a continuación exponemos: tarde o temprano las fuerzas extranjeras de ocupación tienen que salir de Haití. Sin embargo, antes deben dejar establecido un determinado orden social o régimen político que garantice no sólo la supremacía de un capitalismo terriblemente atrasado sino, igualmente, la influencia imperialista en los asuntos internos de Haití. Todo lo que acontezca en ese país repercute, primero, en República Dominicana, que es su vecino o nación hermana por contumacia. Y, por consiguiente, también repercute en el resto de América Latina. Bien es sabido que existen algunos procesos revolucionarios en Latinoamérica que preocupa al imperialismo, especialmente, estadounidense sobre el destino de esas naciones. La tarea más inmediata es frenar la influencia de esos procesos en países donde todavía se encuentra intacta la influencia imperialista sobre sus Estados o gobiernos. Hace poco tiempo, antes del terremoto de 2010, el Presidente Chávez visitó Haití y casi su población entera de Puerto Príncipe salió a las calles a saludarlo a expresarle solidaridad. Eso en nada agradó al gobierno de Estados Unidos.

 A los imperialismos estadounidense y francés, nada les importa el destino de la solidaridad que se ofreció para la reconstrucción de Haití y encontrar soluciones a las graves problemáticas económicosociales que vive la inmensa mayoría de su población. Lo que les importa es que el pueblo haitiano no se decida por una revuelta que implique un cuestionamiento radical a los principios elementales del capitalismo. Por lo demás, es de necios y torpes creer que Haití reúne condiciones materiales para que en este momento surja un movimiento planteando la construcción del socialismo, salvo que en toda América Latina o en Estados Unidos y Canadá se produzca la revolución proletaria. Si así fuere, cosa dificilísima suponerla en este instante histórico, entraría inmediatamente a funcionar la ley del desarrollo combinado y la expresión más cabada de la solidaridad revolucionaria internacional. Dos pilares sin los cuales el socialismo no puede ser construido en ninguna región del mundo.

 Sin embargo, en Haití sí existen condiciones objetivas para un revolución de carácter político y, asdemás, contar con la solidaridad de algunos Estados latinoamericanos como: Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y un poco a medias, más por demagogia social que por otra cosa, de parte de Brasil, Argentina y Urugüay. Pero todo indica que en Haití no existe ninguna organización política revolucionaria capacitada para ponerse al frente de las masas y conducirlas a un asalto al poder político con garantías de mantenerse en él.

 Lo cierto es que para el imperialismo capitalista Jean Claude Duvalier viene a ser una pieza clave en el ajedrez político haitiano. La presencia del criminal en Haití obedece a un plan bien orquestado, consultado y decidido entre los gobiernos de Estados Unidos y Francia. Se trata de medir, de hacer una pulsación de las fuerzas y de los sentimientos del pueblo haitiano. Dos décadas y media, para una población que mayoritariamente no sobrepasa los veinticinco años de edad, es suficiente para un excesivo olvido del sangriento pasado vivido por el pueblo haitiano durante tres décadas y media (desde 1951 hasta 1986) dirigido por la familia Duvalier. Decir que la presencia de Duvalier en Haití no ha causado simpatía en un importante porcentaje de su población, sería como dar la espalda a la verdad, sería como marchar en vía contraria a la realidad. Un pueblo, cuando es sometido al vaivén de la incertidumbre durante varios lustros y que no dejan gobernar en “santa paz” al mandatario de la preferencia mayoriataria (como ha sido el caso de Aristidi) puede, en algunos casos, terminar sintiendo simpatía por un dictador antes derrocado por generaciones ya viejas y que fundamente su mandato en los métodos de la feroz represión contra sus enemigos, porque de esa manera se cree logra mantener un orden público creando, por lo menos, cierto nivel de seguridad para la vida cotidiana de un pueblo que ya esté hastiado de tanto sufrimiento y sin posibilidad cierta, en este momento, de organizaciones y personajes que ofrezcan garantías de un porvenir más llevadero en el sentido de la justicia social.

 El primer paso de la presencia de Jean Claude Duvalier en Haití, queramos o no reconocerlo, ha sido exitoso para los gobiernos que lo promueven como alternativa para participar en un proceso electoral y ganar la presidencia de la república en un futuro muy inmediato. El Presidente René Preval, ya repudiado mayoritariamente por el pueblo haitiano, se llenó muchas veces la boca con anunciar que si Duvalier regresaba a Haití, sería hecho preso en el acto. Su silencio ha sido casi sepulcral y eso evidencia cierta complicidad con los gobiernos de Estados Unidos y Francia. Duvalier está recibiendo el apoyo y rendimiento de cuentas de muchos personajes de la política haitiana pero, además y fundamentalmente, solidaridad de una buena porción de ese pueblo que se encuentra con el agua de la miseria ya por encima del cuello y desea, desesperadamente, una salida que reduzca el nivel de la misma, por lo menos, a la mitad de su cuerpo. Y eso, puede prometerlo y hasta simbolizarlo Jean Claude Duvalier para conseguir el apoyo necesario y volver a instalarse en la Presidencia de la república. Sería el triunfo completo de los gobiernos de Estados Unbidos y Francia hasta que se agote el gobierno de Duvalier, si logran imponerlo electoralmente de manera abierta o fraudulenta, y las nuevas realidad creen la necesidad de otra salida política que nada tenga que ver con revolución socialista.

 El Puebo Avanza (EPA) no pretende ni tiene potestad alguna para decir lo que sólo el pueblo haitiano está facultado para decir, para determinar su destino o decidir cuáles han de ser sus opiniones y reacciones sobre los acontecimientos que se producen en su país, pero estamos obligados, por un esencial principio de la solidaridad revolucionaria, manifestar nuestro rechazo a la presencia en Haití o en cualquier otra región de América Latina de un criminal de la categoría de Jean Claude Duvalier, quien debería ser encarcelado y juzgado por sus horribles crímenes cometidos durante su mandato gubernamental desde 1971 hasta 1986. Si así no lo hiciere el pueblo haitiano y sus instituciones de Estado, es otra cosa en la cual no podemos ni debemos inmiscuirnos, aun cuando creamos que el principio del internacionalismo proletario sea un elemento esencial en la lucha de clases y para la revolución contra el capitalismo y en favor del socialismo.

 En Honduras, el imperialismo fundamentalmente estadounidense, se jugó la carta del golpe de Estado por la vía parlamentaria y le fue bien como experiemento. En Haití, tratará, ya lo está haciendo, jugarse, por la vía electoral, la posibilidad del triunfo de Jean Claude Duvalier como un gobernante que servirá incondicionalmente a los intereses del imperialismo capitalista. Se están produciendo indicios de una nueva, pero más sofisticada, oleada de actividades políticas que promuevan e impongan dictaduras bonapartistas en Latinoamérica que no sólo derroquen a los procesos revolucionarios actuales sino, especialmente, que atrasen, por muchas décadas, la posibilidad de revoluciones proletarias.

Nota: Cuando nuestra opinión fue escrita, nada se había dicho de que Duvalier sería juzgado en Haití como tampoco de que ya habían prescrito sus crímenes.



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El Pueblo Avanza (EPA)


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