En un artículo intitulado El mejor de los mundos posibles,
publicado el 14 de octubre de 1989, Cristina Peri Rossi, poeta y
escritora uruguaya, advertía: "La crisis de los regímenes comunistas
tiene una consecuencia casi inconsciente en el ciudadano de pie de los
países desarrollados de Occidente: la sutil desesperanza de que
entonces, con todos sus defectos, vivimos en el mejor de los mundos
posibles".
Lo que Daniel Bensaid denunciara como el "socialismo realmente inexistente"
tocaba fondo: a la fecha, se habían venido abajo los regímenes en
Polonia y Hungría. Un mes después, poco menos (el 9 de noviembre), caía
el Muro de Berlín, y luego los gobiernos en Checoslovaquia, Bulgaria y
Rumania. La misma Unión Soviética estaba a punto de desintegrarse.
De
aquella "sutil desesperanza" que percibía Peri Rossi, "a la
desmovilización ciudadana, a la resignación, hay un pequeñísimo paso. El
neocapitalismo brutal, con sus injusticias, su desigual reparto de la
riqueza, su olvido de los menesterosos y de los necesitados, su falta de
protección a la vejez, a los pobres, a los marginados parece quedar
convalidado por el abrumador fracaso del modelo comunista".
En
una frase: no era tiempo para triunfalismos. Era imprescindible no
sucumbir a la tentación del análisis maniqueo: "Es como si al haberlo
hecho tan mal… la Unión Soviética diera un espaldarazo definitivo a como
lo hemos hecho en el otro lado. Falsa comparación y falsas
consecuencias… Hay que decirlo con todas las letras: el desarrollo de
una parte de Occidente (porque es una parte, tan sólo: América Latina
también pertenece a Occidente) ha tenido un coste social muy alto.
Nuestras ciudades, que ofrecen en sus tiendas todo tipo de artículos de
lujo y los últimos modelos de la técnica en automóviles o televisores,
son también las ciudades de la contaminación, la violencia, la
drogadicción, la mendicidad y el miedo".
Es historia cómo la
rancia izquierda de entonces pretendió asimilar el triunfo de los
pueblos en Europa del Este y la derrota del "socialismo realmente
inexistente", es decir, su propio fracaso, como una derrota de la
humanidad entera. Del otro lado, la derecha neoliberal, ensoberbecida,
furibunda, pretendía imponernos otra farsa: aquella según la cual la
victoria de los pueblos era el triunfo definitivo de la civilización del
capital.
Pocos meses antes, había tenido lugar en Venezuela la rebelión popular del 27F. Esto recién comenzaba. Sin embargo, no
conforme con la brutal represión de Estado, sobre el sujeto de la
revuelta llovió fuego "amigo" y enemigo: fue condenado y vilipendiado
tanto por los guardianes del orden como por intelectuales "progres". (Aún hoy, se leen opiniones como ésta: "aquel
formidable estallido no pasó de ser una 'jacquerie', un motín, cuando
ha podido y debido ser la captura del gobierno, el inicio del camino
revolucionario"). Ni la rancia izquierda ni la derecha tenían nada que decirnos. En el juego de la historia, habían quedado fuera de lugar.
Recordatorio
que viene a cuento a propósito de las revueltas populares en el norte
de África, donde una nueva historia empieza a escribirse. No es tiempo
de triunfalismos, pero tampoco de maniqueísmos: entre la izquierda
rancia y la derecha genocida, nuestra opción es por los pueblos en
rebelión, por aquellos que han logrado sobreponerse a la
desmovilización, a la resignación, y se han volcado a las calles. Como
hace veintidós años.