Solidaridad con la insurrección popular y rechazo al ataque de las potencias

Declaración de Izquierda Anticapitalista

Hay que derribar a Gadafi cuanto antes y rechazar los bombardeos de la OTAN!

La posición del gobierno español es un paso más de Zapatero en su vasallaje hacia los poderes fácticos. Primero, se rindió ante los mercados. Ahora lo hace ante EE.UU y las potencias occidentales.

Declaración de Izquierda Anticapitalista

Solidaridad con la insurrección popular y rechazo al ataque de las potencias

La resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, estableciendo una zona de exclusión aérea sobre Libia y autorizando una intervención militar , ha dado paso a intensos bombardeos de aviones franceses y norteamericanos sobre Libia, que serán apoyados por al menos otros cinco países, entre ellos España. Lo primero que hay que decir en estos momentos es que este ataque militar de las potencias occidentales tiene por única misión mantener el control de una zona rica en petróleo en la que su antiguo aliado ya no puede seguir gobernando como antaño. Ni derechos humanos ni defensa del pueblo libio. Si así fuera, EE.UU y sus aliados estarían bombardeando Bahrein o Arabia Saudí, donde sátrapas aún peores que Gadafi están masacrando a los manifestantes que reclaman libertad. La posición del gobierno español es un paso más de Zapatero en su vasallaje hacia los poderes fácticos. Primero, se rindió ante los mercados. Ahora lo hace ante EE.UU y las potencias occidentales.Al calor de los levantamientos populares que se iniciaron en Túnez y Egipto, y que siguen recorriendo el Norte de África y Oriente Medio, la población libia inició una enérgica oleada de protestas contra el régimen de Gadafi. La sangrienta represión con que respondió la dictadura desató una rebelión armada que, en los primeros días, parecía imparable. La abrumadora superioridad armamentística de las fuerzas fieles a Gadafi le permitió sin embargo contraatacar, arrinconando a la insurrección en las ciudades del nordeste… que el tirano amenazaba retomar, según sus propias palabras, “del mismo modo que Franco entró en Madrid”.

 Sarkozy, Cameron, la administración norteamericana, la Unión Europea – por no hablar de las monarquías árabes o de los gobiernos de Rusia y China, que con su abstención han dado luz verde a la resolución de la ONU -, ¿se han vuelto acaso sensibles ante los sufrimientos del pueblo libio? ¡Iluso quien lo crea! La inesperada primavera de los pueblos ha trastocado todos los dispositivos con que las grandes potencias dominaban la región y explotaban sus recursos. Ben Alí y Mubarak cayeron en pocas semanas. Las revueltas no cesan. Y los poderosos tienen que correr tras los acontecimientos, rediseñando precipitadamente políticas y alianzas, tratando de no perder influencia. Durante la última década y hasta hace apenas unas semanas, la dictadura de Gadafi era considerada útil y provechosa por los mismos que se aprestan a bombardearle y que han estado armándole, agasajándole y haciendo negocios con él. Pero, tras semanas de lucha sangrienta, y más allá del desenlace inmediato de la contienda civil, ese régimen ya no es viable. Apostar por el carnicero de Trípoli significaría cortar todos los puentes con los pueblos soliviantados. Tras las expediciones de Irak y Afganistán, en plena ebullición revolucionaria de Túnez y Egipto, tratar de hacerse militarmente con el control de Libia no es una opción para Estados Unidos, ni para la OTAN. No por ahora.

Francia ha dado el primer paso hacia la única política practicable por el momento: “cabalgar el tigre”, congraciarse con la insurrección, tratar de hacer olvidar quién fabricó las bombas que Gadafi descarga sobre el pueblo, ganar tiempo para buscar entre la oposición fuerzas proclives a un nuevo entendimiento con el imperialismo… Gadafi está políticamente acabado. Pero la insurgencia da miedo. ¿Hasta dónde puede llegar? ¿Qué gobierno surgirá de ella? ¿Qué programa acabará imponiéndose? No es de extrañar que las monarquías árabes se hayan abstenido de facilitar armas a los rebeldes. Cuanto más debilitados y dependientes de la intervención de los cazas occidentales, mejor. Hasta hace unos días hubo dudas y conciliábulos. París tenía prisa, quería recuperar el tiempo perdido, rehacerse del ridículo que supuso la connivencia de sus ministros con las dictaduras recién caídas. Pero Obama quería verse arropado antes de tomar cualquier iniciativa militar. Incluso la OTAN, cuya bandera se ha teñido con la sangre de tantos civiles en Afganistán, ha tratado de permanecer en un segundo plano. A Alemania le gusta apostar a caballo vencedor. Por su parte, Rusia, India y China no querrían que se perpetuase la hegemonía americana sobre el petróleo y han arrastrado los pies hasta el final. Quizás el miedo a la inestabilidad revolucionaria, a una crisis regional absolutamente descontrolada, haya vencido las reticencias de Pekín, desistiendo de oponer un veto a la resolución de la ONU. En el fondo de si misma, la casta gobernante se sabe tan ilegítima que basta una convocatoria por Internet para que sus noches se pueblen con la pesadilla de Tiananmen transformada en una nueva Tahrir. En cuanto a las autoridades españolas, no sabemos si han cuidado como es debido de los caballos árabes con que les obsequió Gadafi. Pero, eso sí: como portavoz de una potencia subalterna, Zapatero se ha apresurado a presentarse voluntario para lo que le manden desde Washington.

¡Qué poco puede fiarse el pueblo libio de semejante hatajo de bandidos! Aunque ahora digan querer “proteger a la población civil”, los antecedentes de sus “guerras humanitarias” han dejado un largo rastro de sufrimiento, desde los Balcanes hasta Asia Central. Su objetivo es el petróleo, su finalidad contener la revolución. Los desequilibrios que ésta ha provocado, hacen que el imperialismo se vea obligado a atacar al régimen del que se sirvió en el último período… sin tener aún otro poder afín de recambio. Es el momento que debe aprovechar la revolución para ir lo más lejos posible, instaurando un nuevo orden surgido de la insurrección: retomar la iniciativa contra Gadafi, desmantelar su régimen, incautar los bienes del dictador y nacionalizar los pozos de petróleo, asentar la autoridad de comités populares que organicen la vida en las ciudades, mantener a la ciudadanía armada, constituir un gobierno provisional que no admita presencia militar extranjera en Libia y que convoque una Asamblea Constituyente…

Mal servicio prestan al pueblo libio quienes siembran la confusión dando a entender que, puesto que Gadafi es atacado por las potencias imperialistas, algo de progresista tendrá. La crueldad mostrada hacia su pueblo, por no hablar de la inmensa fortuna expatriada, deberían ser suficientes para desvanecer ese espejismo. El imperialismo se deshace de un estorbo, maniobrando para crear las condiciones más favorables a sus intereses. La conducción de las operaciones militares estará determinada por ellos. ¡Alerta, pues! Izquierda Anticapitalista está convencida de que una salida favorable a la independencia nacional y el progreso del pueblo libio exige el apoyo decidido, a escala internacional, a su empuje insurgente, a su iniciativa revolucionaria y a su pleno protagonismo. A nuestros gobiernos hay que decir que no permitiremos que aprovechen la situación para poner un pie en Libia.y que vamos a rechazar en las calles los bombardeos que están perpetrando en Libia De nuestros gobiernos hay que exigir, por el contrario, el embargo efectivo sobre la entrega de armas a Gadafi, sobre las cuentas corrientes del régimen y sobre el petróleo libio - hasta que un gobierno legítimo asuma su titularidad. Y hay que reivindicar ante todo el derecho de la rebelión a armarse. Al pueblo pertenecen las armas que compraba Gadafi y que hasta ahora llegaban a Trípoli. ¡Que vayan a Tobruk y a Bengasi! El propio pueblo libio liberará la capital sin contraer hipotecas con los mentores del tirano.

 ¡ Rechazo total a los bombardeos aliados!

¡Abajo la dictadura sanguinaria de Gadafi!

¡Salud a la revolución libia!



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