“Que el fraude electoral jamás se olvide.
Tampoco los miles de muertos inocentes”
El catálogo de vicios del fraudulento invasor de la residencia presidencial de Los Pinos registra, en primer lugar cronológico, el de la palabra necia y mendaz, seguido por el de la sordera necia y veraz. Hoy me voy a referir al segundo, cuya frecuencia de comisión amenaza seriamente con desbancar al primero, en correspondencia con la, cada vez más frecuente, expresión de palabras sabias que reclaman la corrección del rumbo adoptado por la administración pública.
Comienzo por la economía. No obstante la convicción universal de que el mercado no es capaz de autocorregir sus imperfecciones, como ha quedado de manifiesto por la severa crisis financiera y económica mundial, el régimen se obstina en mantener invariable su decisión de seguir al pie de la letra su vademécum original de libertad comercial a ultranza. No le significan mérito de atención las expresiones de rotundo fracaso que son el desempleo y la destrucción de la planta productiva; como tampoco tiene valor el incontenible incremento en los niveles de la deuda pública interna y externa; ni el déficit de la balanza comercial; ni la brutal dependencia del exterior en materia alimentaria; ni la quiebra de las empresas responsables de la producción de energía. Las palabras sabias de científicos en la materia económica de la UNAM, del IPN y hasta de universidades privadas, se topan con la necia sordera y la terca obstinación neoliberal a la mexicana.
Continúo con el tema de la soberanía nacional. Contrario al significado de la celebración del bicentenario de la Independencia, gesta por la que los mexicanos quisimos dotarnos de la capacidad para decidir sobre nuestro destino como nación; contrario a la experiencia de que la intervención extranjera sólo atiende a sus propios intereses, generalmente contrarios a los intereses nacionales, la ilegitimidad de Calderón y su carencia de patriotismo lo llevan a rogar al poderoso vecino que venga a establecer su dominio, enmascarado en la estúpida guerra contra el crimen organizado; le entrega la capacidad de decidir en la materia de seguridad y todas las demás, con énfasis en la conducción de la política interna. ¿Qué tiene que hacer el embajador gringo en la integración del gabinete? Los que saben de esto, expresan su desacuerdo con tal comportamiento y advierten sus nocivas consecuencias; el pueblo lo percibe y lo rechaza. La necedad auditiva campea y la venta del país continúa tan campante.
La seguridad, joya de la corona. Calderón se instala en el poder de manera espuria y lo hace sacando al ejército a las calles, en contra del mandato constitucional y con el argumento de combatir al crimen organizado, entonces centrado en el delito del narcotráfico. Carente de un diagnóstico veraz y de instrumentos para el combate inteligente, el régimen abre la caja de Pandora y patea el avispero: las organizaciones criminales se arman y expanden su operación a nuevas formas criminales que hieren profundamente a la sociedad que, a fin de cuentas, carga con el costo de los errores expresado en asesinatos de inocentes y en la más severa inseguridad. Desde su puesta en marcha, la guerra de Calderón contra el crimen fue objeto de observaciones críticas y de rechazo, en principio expresadas por los expertos pero, cada vez más, asumidas por la sociedad en general. El terrorismo de estado logró su objetivo de imponer el pánico en la sociedad, pero a costa de incrementar brutalmente la criminalidad y los asesinatos impunes. El responsable de la legalidad combatiendo al crimen con la ilegalidad y atropellando los derechos humanos. Hoy se pretende desmarcar del clamor del ¡Ya basta! Para exigir que tal reclamo se dirija a los criminales y no a su desgobierno. Nuevamente, la necia sordera.
¿Qué hace falta para que se escuche y se atienda el reclamo? Las marchas de la semana pasada en todo el país y en varias ciudades del mundo muestran que no se trata de un reclamo de orden partidista ni de simple oposición a Calderón por su origen espurio; es una demanda de tipo transversal que incorpora a todas las corrientes, lo mismo de izquierda que de derecha; no busca hacerse del poder. Solamente exige, y ese es su enorme valor, que se cambie una forma de actuación que lleva cuatro años de mostrar su ineficacia, por una que tome en cuenta la experiencia y ofrezca mayor eficacia. Los reclamantes sabemos lo que no queremos; los expertos tendrán que proponer las alternativas para, democráticamente, decidir la que más convenza; en eso consiste la soberanía popular. Ejerzámosla a plenitud. Que no nos distraigan con la cantaleta de pasar de la protesta a la propuesta; que no nos hagan caer en el garlito de las comisiones y los pactos. Que nos propongan las autoridades, los expertos y hasta los partidos. Que finalmente el pueblo decida por consulta directa.
A partir de hoy agregaré al lema de mis escritos el recordatorio de los inocentes asesinados, que tampoco se olviden jamás.
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