“Que el fraude electoral jamás se olvide.
Ni tampoco los miles de muertos inocentes”
Habrá que tomarle la palabra a Calderón que, atendiendo a los reclamos del Movimiento por la Paz y la Justicia con Dignidad, ofreció cambiar lo que no funciona, que no es más que el propio Calderón. Es urgente iniciar las negociaciones para nombrar al presidente sustituto, no sea que, ya con las maletas hechas, se les ocurra un acostumbrado albazo que dejen las cosas tal como están. Ahora que si de lo que se trata es de una nueva estratagema para hacer tiempo y apostar al desvanecimiento de la protesta, se hace previsible que una nueva frustración de las voluntades pacifistas genere un ascenso en la explosividad del ambiente político y social. Lamento que la segunda opción sea la que impere en las alturas de la pirámide de ignominia en que se ha convertido el aparato gubernamental.
También hay que darle crédito a la aseveración de Calderón de guardar similitudes personales con Winston Churchill. En una primera aproximación, el primero es continente y el segundo es contenido: WC por las iniciales del nombre del británico y FECAL las del mexicano. También guardan similitud por su práctica alcohólica vespertina, sólo que al primero el whisky le atemperaba para tomar decisiones patrióticas, mientras que el tequila embota la mente del segundo y lo lleva a tomar y seguir tomando, incluidas las pésimas decisiones que acostumbra.
Ya entrados en gastos en relación al fraudulento ocupante de la oficina presidencial, quiero felicitar el tino agudo del artículo de Javier Jiménez Espriú cuyo título es un devastador editorial. En respuesta a la aberrante y enésima propuesta de Calderón para abrir PEMEX a la inversión privada y convertirla en algo como PETROBRAS, el muy autorizado articulista encabeza su colaboración diciendo: “¿PEMEX como PETROBRAS?... mejor un presidente como Lula”. Demoledor.
La insistencia de Calderón en cumplir con la agenda de “cambios estructurales” impuesta por los organismos financieros del gran capital internacional, es una tremenda necedad. Hay que ser necios para insistir en asuntos que han sido rechazados por la mayoría, tanto en las calles como en las cámaras. No ha sido suficiente el esfuerzo administrativo y propagandístico para acabar de desmantelar al estado mexicano; aún con todas las agravantes que han deteriorado a las empresas públicas de la energía, la resistencia social en contra de entregarlas a los particulares, preferentemente extranjeros, se mantiene y fortalece.
Igual sucede con la pretensión de abaratar el costo de la mano de obra mediante la reforma a la legislación laboral. Se argumenta que ello es imprescindible para lograr la anhelada competitividad y que, siendo más competitivos, vendrán mayores inversiones extranjeras a crear los empleos que nos hacen falta. Como de costumbre, se pretende cortar el hilo por lo más delgado; si de competitividad por costos se trata, habría que revisar los costos de la energía antes que los de la mano de obra; la primera se refiere a cosas, mientras que la segunda se refiere a hombres y mujeres de carne y hueso, que suelen comer. Habrá inversión si se fortalece la capacidad de consumo de la gente; afectar a la baja sus ingresos, como pretende la reforma, sólo haría aún más escuálido el mercado interno y, por ende, se frena la actividad productiva y la inversión. Ahora que si lo que se busca es traer inversiones foráneas destinadas a la exportación, la pregunta sería de qué sirve un supuesto desarrollo que no beneficia a la población, independientemente de que la experiencia ha demostrado que la procuración de ventajas competitivas con cargo al bienestar no tiene límite hasta regresar a los regímenes esclavistas, supuestamente aniquilados en el siglo antepasado. Siempre habrá en el mundo algún país dispuesto a venderse por piltrafas. Es una espiral perfectamente diseñada por los dueños del mundo.
Para encontrar la razón de tanta violencia en México y en el mundo no hay que ir muy lejos. El sostenimiento de un modelo económico que sólo privilegia al gran capital en detrimento del bienestar de la mayoría no puede más que producir descontento, el que se manifiesta en protestas masivas o en reivindicaciones individuales.
El país demanda urgentemente el cambio de todo; lo social, lo económico, lo cultural y en materia de justicia. Un cambio verdaderamente estructural que lleve a garantizar el bienestar de la mayoría. El Proyecto Alternativo de Nación postula con argumentos claros y factibilidad concreta el sentido del cambio requerido.
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